LONG TRAIL GUARA SOMONTANO... e Iván

la_hansen
Carreras de montaña
19/10/2016

Me apunté a esta carrera en pleno siroco del mes de marzo. Las inscripciones iban que volaban, y tras una deliberación de 5 minutos con Jorge el heavy, decidimos apuntarnos a la distancia media, esto es, 52 km por la sierra de Guara. Los 102 eran obviamente mucho tomate y los 38 se me hacían escasos. No me gustaba apuntarme a algo con tantísimos meses de antelación, dada mi caótica situación personal, pero qué narices, ya habría tiempo para preocuparse.

Poco después surgió el pack media+maratón de Zaragoza, y consulté a Iván si era muy grave hacer la maratón y Guara con dos semanas de diferencia. Me dijo que antes de la maratón que cero monte… y le dije que sin problema, que la maratón era antes. Sé que pensó que estaba como un cencerro, y me dijo que bueno, que entre carrera y carrera trotes suaves y estirar bien.

Entre unas cosas y otras llegó la maratón en cuya crónica me explayé largo y tendido. Después de darlo todo, y eso que las piernas las llevaba bien, se me quitaron las ganas de correr por Guara. De pensarlo me daba una pereza tremenda. La primera semana post maratón me dediqué a trotes suaves. La segunda ya tuve series, y le dije a Iván… “Pero hombre, tú sabes que voy a correr 52 km por el monte, ¿no?”.

La verdad que una vez que llegó el viernes, y después de haber convencido al heavy de venirse (que estaba dudando con la maratón de Valencia tan próxima), nos dirigimos los representantes de andandaeh a Alquézar sobre todo a pasar el finde más que otra cosa. Gorka, Óscar, Tony y Marquitos a por la ultra, y los “flojeras” de Jorge y yo a por el Long Trail. Era la última prueba de la Challenge para Óscar y para Gorka. Yo me dije a mi misma que iría a la marcheta. Además había muchos amigos, como Elsa, Natalia, Héctor y otros corredores del Ebro, y más conocidos, así que la diversión estaba garantizada.

Nosotros dormíamos en un albergue a pie del lugar de entrega de dorsales y a un tiro de piedra del arco de salida. Por la tarde nada más llegar estuvimos recogiendo dorsales, los tiquets de la cena del viernes y de la comida del domingo y hablando un poco con la gente. Ya luego bajamos al lugar de la cena comunitaria, donde nos echamos unos buenos vinos, por mi parte unas buenas risas con Elsa, y foto va foto viene… tocaba meterse al sobre que había que madrugar, aunque algunos más que otros.

Los ultreros se levantaron antes, y quedamos Jorge y yo. A las 7 fuimos a desayunar. Intenté tomarme el desayuno biofrutal que me había vendido Iván, pero nada, que me movió las tripas y opté por el clásico pan con nocilla. Ya nos pusimos nuestras mejores galas, y fuimos al arco de salida. Casi se me olvida el dorsal… vamos que casi no salimos. En el arco de salida nos encontramos a Marcos, había salido con pocas ganas y que es que después de Mont Blanc… no le hacía falta correr esta carrera para conseguir puntos. Dejaba la carrera y se marchó para el albergue. Elsa llegó por los pelos, se había olvidado el chip que había que llevar en la muñeca y con el que controlaban tu paso por todos los puntos de control.

Y arrancamos. Comenzamos a corretear por las calles de Alquézar para realizar el primer bucle que nos llevaría al mismo punto. Tras un km comenzamos a subir el collado de San Lucas desde donde empezamos a descender al río Vero y el puente de Villacantal que lo cruza.

Tras eso, barranco de Lumos, y alcanzamos una pista cerca del pueblo de Asque. Sensaciones buenas durante esos 8km, yo iba a la par que Jorge, aunque en las bajadas se me escapaba con Elsa y en las subidas lo pillaba yo. En Asque bebí bien de coca cola y empecé a comer algo.

Salimos de Asque hasta alcanzar el río Vero de nuevo. Atravesamos por el Puente Baños y ascendimos por una pista hasta las cercanías de Alquezar. Este tramo era muy chulo, otra vez hasta el cauce del Vero para recorrer la ruta de las pasarelas a lo largo del río y hasta alcanzar Alquézar, segundo punto de control. A estas alturas ya nos habían alcanzado los primeros del trail de 38km, entre ellos Gonzalo Caballero y Moisés Galante. Llevaban buena marcha.

Dejamos atrás Alquézar, de ahí al barranco de la Payuala hasta las balsas de Basacol. Encaminamos hacia el río Vero y tomamos una pista en subida hasta un sendero a mano derecha hasta Quizans. No, no tengo una mente prodigiosa y recuerdo todos los sitios por los que pasamos, de hecho es que ni miré el track ni el libro de ruta. Esto está sacado de la página web oficial de la prueba. A la marcheta, descenso progresivo hasta el fondo del barrando de Modovil, tomando después el sendero natural del Somontano. Toso este tramos lo hicimos Jorge y yo a buen ritmo, sin matarnos pero incluso sobrepasando a algunos corredores. Después de la experiencia en Tucas, quería aprovechar los tramos “corribles” para que no se me eternizaran las horas ni los km. Y sí, para mí era muy corrible.

Feliz de la vida y conjuntadísima de la muerte. Al heavy lo llevaba a matacaballo en las cuestas...

Después de este tramo se alcanzaba una pista donde se dividían las pruebas, la trail hacia la izquierda por la pista en dirección a la ermita de la Virgen de Viña, y la Ultra y Long Trail cruzando la pista y siguiendo por el camino natural del Somontano. Aquí obligaban a llenarse los botellines. Cuál fue mi sorpresa cuando, tras rellenar mi litro de la mochila, me dijeron que me hacía falta medio litro más, que si no no podía seguir. Miré incrédula. El día anterior habíamos preguntando porque las informaciones eran confusas, en algunos lados ponía que un litro y en otros litro y medio, en esta prueba frente a las demás. La causa era la pechugada de subida que nos cascaban en el km 32. Tras jurar en hebreo, arameo, y alguna que otra lengua muerta, tras tomar magnesio y reponer algo de fuerzas, el heavy y yo decidimos llevarnos una botella de litro y medio a medio llenar y cargarla en la mochila. Como les dije, a mí me daba igual llevar o no más litros… pero de haberlo sabido, hubiera llevado un botellín aparte (que estuve dudando). Pero bueno, cosas que pasan. Había que seguir que aún quedaba.

Proseguimos el trote por el camino natural del Somontano, el tramo inicial era muy bonito, con el río Isuala a la izquierda y atravesando numerosos afluentes. Aflojamos un poco el ritmo porque a Jorge le había caído algo mal la comida. Pronto desapareció la botella, que mantuve plegada en mi mochila para que estorbara lo justo.

Unos 500 metros antes de llegar al río tomamos un sendero hacia la derecha, justo al lado de una gran losa de piedra. Comenzaba la diversión. Comenzamos a literalmente escalar la piedra, para poder vencer los 600 metros en esos 2 km de recorrido. Nos encontramos a Monrasin haciendo fotos al principio de la subida. Yo no conseguía posar en condiciones y los gemelos amenazaban con subirse. ¡Benditas pantorrilleras! El sol era de justicia, el ritmo cayó drásticamente, y eso no terminaba nunca. En un momento dado, Jorge me dijo que se tomaba un pequeño receso. Yo llevaba buena marcha dentro de mis posibilidades, y seguí subiendo, paso a paso, sin prisa pero sin pausa. Iba recogiendo cadáveres por el camino, todo hombres, por cierto, que se quedaban a la sombra para intentar reponer fuerzas. Yo cada vez que miraba veía que el camino subía y subía y no veía el fin. Algunos tramos eran algo inseguros. En un momento dado oí piedra caer, y a lo que me quise dar cuenta un enorme pedrusco venía rodando hacia mí. Me aparté como pude, pero me acabó dando de refilón en la pierna. Moratón de regalo. Tras algo más de una hora, alcancé finalmente las ruinas del Castillo de los Santos. Miré hacia abajo pero ni rastro del heavy.

Aquí se volvían a juntar los recorridos de la Ultra y Long Trail. Justo nada más terminar la subida me arrearon una bajada (técnica para mí). Con las piernas como maderos, y totalmente bloqueada en el ascenso, no me quedó otra que echar culo a tierra y bajar sin partirme la crisma. Poco a poco fui recuperando la movilidad de las piernas hasta alcanzar un llano con hierbas y raíces. Y como no podía ser de otra manera… se me enredó un pie en una de las raíces, caí toda larga, me raspé el brazo y de paso me hice un agujero en mi nueva falda (de Salomon). Me dolió más eso que la caída. Me acordé de Iván. Se iba a reír de mí cuando se lo contara. “Eso te pasa por no levantar los pies del suelo”, ya lo visualizaba.

Finalmente alcancé el punto de control del Mesón de Sevil. Tomé coca cola, repuse fuerzas, y tras acordarme de la madre y todos sus ascentros del que había puesto semejante pechugada en el km 32, seguí la pista de bajada todo lo alegremente que permitían mis piernas. Me desvié a mano derecha para coger la senda de un cortafuegos hasta llegar a la pista de Viña.

Bajé la pista a ritmo alegre. Vi un todoterreno pasar, paró a mi lado y una voz conocida dijo mi nombre. Era Elsa. Se había confundido en el primer cruce y había tomado el recorrido de la trail, así que abandonaba porque no le daba tiempo a deshacer el camino. Le dije que iba bien, y que Jorge estaba por detrás. Alcancé nuevamente el cruce de Viña por donde ya habíamos pasado. Quedaba algo de bebida, y aunque las abejas se habían adueñado de la mesa, ni me inmuté. Proseguí hasta la ermita, y de ahí al barranco de las Avellaneras. El sendero subía unos metros para cruzar al otro lado de la loma y bajar de nuevo al barranco de Modovil. Terminé en una pista perteneciente al camino natural del Somontano y alcancé el pueblo de Radiquero. No recuerdo exactamente en qué punto, pero coincidí con una corredora risueña, Carmen, de amplia sonrisa, y a la que le taladré la cabeza con las carreras que había hecho y las que quería hacer. Me acordaba de los de la Ultra, y se me quitaban las ganas de apuntarme, tantas ganas que tenía yo de hacer una…

En Radiquero paré a beber y comer. Al poco rato llegó Carmen. Dos corredores incluso se tomaron una cerveza, yo prefería dejarlo para meta que con lo bien que llevaba las tripas no quería jugármela. Había estado comiendo intermitentemente a lo largo de la carrera alguna barrita sólida y también algún gel. Las barritas de longovit me suelen ir bien.

Cruzamos el pueblo y alcanzamos la pista a San Pelegrín y Alquézar. La subida final la hice caminando a paso vivo con Carmen. En la lejanía oíamos campanas repicar, probablemente de los primeros corredores de la Ultra. En la bajada me animé y aceleré el ritmo, le dije a Carmen de seguirme pero siguió un poco más despacio, y le di zapatilla acordándome de todas esas series sufridas en el parque. Entré en Alquézar por detrás de las piscinas y el parking, y aceleré el paso por sus calles adoquinadas. Vítores, aplausos, me crucé con Elsa, que marchaba a Zaragoza, y por fin alcancé meta, en un tiempo algo inferior a 9 horas: 8:58:23. Cansada, pero muy feliz. Y hasta sorprendida de mi tiempo, esperaba mucho más. Fui 12 de las general femenina y séptima de mi categoría.

Ya en meta saludé a Juanjo y Moni, que estaban como voluntarios, devolví el chip, bebí coca cola, y saludé a Marcos, Monrasin y Natalia, que había hecho la de 38 y muy bien por cierto. Me senté a esperar a Jorge. Jorge llegó unos tres cuartos de hora más tarde. Ya de ahí fuimos a adecentarnos, a cenar con más amigos, y entre risas y charlas, nos sentamos a esperar a nuestros compañeros de la Ultra. Gorka, Tony y Óscar llegaron a eso de las 2-2:30 de la mañana. Pedazo de campeones como la copa de un pino. Plegamos todos e intentamos descansar.

Esta parte de la crónica me hubiera gustado no tener que haberla escrito nunca. Ojalá, de verdad… Quién me lo iba a decir a mí cuando en mi crónica de la maratón me ponía sentimental y hacía más que un canto, un grito a la vida, a exprimirla, a estrujarla… Soy  muy de expresarlo todo, me guardo lo justo, y cómo me alegro de ser así… Cómo me alegro de no callarme nada y decir todos mis sentimientos a la gente que me importa. Ha habido momentos en los que me he arrepentido de ser tan transparente, pero al final la burra vuelve al trigo… y yo soy como soy.

Después de dormir, nos levantamos todos a desayunar. Yo con unos dolores del copón, yo no tenía piernas, tenía palos de madera. Aunque me había tomado un recuperador, me temo que las agujetas iban a formar parte de mí durante unos cuantos días.

Le escribí un WhatsApp a Iván, en plan que llevaba muchas horas sin dar señales de vida, que si estaba bien y si no había pasado nada malo. Estaba con la mosca detrás de la oreja. Ilusa de mí, pensé que a lo mejor era que le habían robado el móvil sin más… En fin, que no me cuadraba nada de nada no haber leído nada de él desde el viernes.

Después de recogerlo todo nos fuimos a tomar algo y a ver la entrega de trofeos, ya que nuestros compis Óscar y Gorka se llevaban uno como finishers de la Challenge, finishers de 6 carreras de aúpa que se habían metido entre pecho y espalda, amén de otras. Hacia la una o así, seguía con el mosqueo, y le escribí a Ana, y le pregunté por Iván. Me respondió que si tenía un momento, que me llamaba. Saltaron las alarmas en mi cabeza. Qué poco me gustan las llamadas que no esperas. La llamada en medio del maratón de las Tucas era para informarme de la caída de Raúl (y la suerte que tuvo, siempre se lo digo, se me ponen los pelos de punta de lo que podía haber sido y afortunadamente quedó en un susto). La llamada de mi madre en esos Pilares del 2008 era para decirme que ese bulto no era bueno, si no malo… No, no me gustan las llamadas cuando no las esperas. Ni ver.

Y Ana me llamó. Palabras inconexas… Iván… UCI… Ingresado… paliza… Entre lágrimas me contó lo que había ocurrido, mientras mi cabeza intentaba asimilar lo que me estaba contando. ¿Iván grave en la UCI? ¿Nuestro pelirrojo? Tras colgar con ella, llamé a Jorge el coletas, que era de las pocas personas que estaba al corriente. Me eché a llorar. Le decía que no podía ser… que no, que no podía estar una persona a la que apreciaba en la UCI y mal. Me intentó tranquilizar, me dijo que así no podía ver a Ana, que tendría que estar más fuerte, que tenía que intentarlo, que no podía desmoronarme. Yo no podía.

Con el semblante cambiado, volví con mis azulillos. Llevaba gafas que disimulaban un poco, pero mi amigo Jorge me notó rara. Es uno de mis mejores amigos en este mundillo runner, y como es de confianza, le dije lo que pasaba. Fui incapaz de comer, y el resto de día antes de irnos lo pasé en una especie de nube sin saber ni dónde estaba. No me enteraba de nada. Ya en el coche de bajada, los chats empezaron a echar humo, haciéndose eco de la noticia, y añadiendo detalles que para mí no venían a cuento. Yo callaba. Marquitos preguntaba el pobre, decía que le habían dado una paliza a Iván, y como es un buenazas, decía que seguro que era en una carrera, en plan que lo habían ganado. Este Marquitos es un cacho pan. Yo callaba. Jorge callaba. Me miraba por el rabillo del ojo y me ponía la mano encima del hombro. Yo no podía más.

Ya en Zaragoza, y antes de llevarme a casa, Jorge me dijo de tomar una tila. Me desahogué. Es que no podía concebirlo. No tenía palabras. Ya un poco recompuesta, quise ver a Ana y a la madre de Iván, una gran mujer que me hubiera gustado conocer pero en otras circunstancias.

Hasta que no llegué a casa, hasta que no era de noche, no rompí a llorar con una sensación de vacío desesperante en el pecho. Seguía sin poder creerlo, sin concebirlo. Iván ingresado en la UCI, en coma inducido, fruto de una brutal paliza hecha a traición. ¿Pero qué mierda de mundo era éste? ¿Pero qué jodido respeto a la vida había? ¿Cómo se podía ser tan mezquino? Más o menos dormí. Pero sin quitármelo de la cabeza. Era simplemente brutal.

Por la mañana volví a derrumbarme. No asimilaba, sinceramente. Me levanté con la prensa haciéndose eco de la noticia, y añadiendo detalles morbosos, haciendo más hincapié especulando con los posibles motivos, y me pareció lamentable. Aunque, ¿qué podía esperar de un país en el que Sálvame Deluxe lidera audiencias? Los detalles recopilaban la rumorología y hacían un cóctel, dejando como de lado el hecho de que un tipo había llevado a la UCI a Iván dejándolo muy grave.

Ese día fui a trabajar con la mente en otro sitio. Mi madre me llamó por teléfono, entre lágrimas, ya que se había enterado de lo ocurrido. Facebook comenzó a llenarse de mensajes de apoyo, de imágenes. Mi caricatura de Iván lo llenaba todo, salía por todas partes. Esa caricatura que hice con todo el cariño del mundo y que ahora mismo de tanto verla me provocaba un nudo en la garganta. Cambié mi foto de perfil por una en la que salgo con Iván tras la carrera de Alfamén de este verano, lo que desató las preguntas de la gente. Hasta que no llegué a casa de mis padres, no me vi con cuajo suficiente para escribir un mensaje de apoyo desde mis entrañas, donde cité mis palabras tras tu intento en Santander. Aludía a tu rasmia, a mi orgullo de pupila, a no reblar nunca, a unas palabras que ahora cobraban más sentido que nunca. Ana me dijo que le había emocionado. Por la tarde recogí a Ana para ir juntas al entrenamiento que supuestamente nos tocaba. Fue el trote más triste del mundo. Yo no dejaba de pensar y pensar. No me lo quitaba de la cabeza. Nadie se lo quitaba de la cabeza. El parque parecía solitario, más que de costumbre. Faltaba algo, faltaba… alguien. Me daba una pena infinita y me parecía muy injusto. Nadie merece eso. Pensaba en su familia, y se me encogía el corazón. Esa primera semana troté más bien poco. Ni las patas ni el coco iban.

Siento escalofríos. Recuerdo que el jueves anterior fue el último día que vi a Iván. Fui a la tienda, a por “drogas” para la carrera. Recuerdo que le dije que no necesitaba recuperador, y me miró sabiendo que lo había comprado por internet, y deseándome unas cagaleras por no comprar en la tienda, desde su cariño particular... Me despedí diciendo que qué pocas ganas tenía de correr. Después por la noche le pregunté que si había leído mi crónica, y me dijo que no, y le obligué. “Léela, que te nombro”, le dije. Pensé que le gustaría leerla. Me dijo que vaya parrafadas soltaba, pero creo que le gustó. Y reiteré las gracias. Quería que lo supiera. Quería que le constara. Al fin y al cabo, formaba parte de ese proceso en el que me volví más fuerte, más “vinagre”. Nunca sabes cuáles serán las últimas palabras que cruzarás con determinadas personas en tiempos. Me da más escalofríos.

El viernes le mandé una foto del stand de sportlast en el que salía su foto y ya no supe más de él.

Desde entonces, todo su entorno y todos los que lo conocemos vivimos en una especie de mal sueño del que no terminas de despertarte. Desde que Iván está ingresado, estoy que no estoy. Me siento arrasada, abrumada e impactada. Se me ha apagado una bombillita en mi interior. Nunca me había tocado vivir una realidad así tan cercana, afortunadamente, e incluso se me han quitado las ganas de correr que tan feliz me hacía. Se me ha borrado la sonrisa de un plumazo. Iván no es sólo mi entrenador, es mi amigo. Lo he dicho por activa y por pasiva en unas cuantas crónicas, y no, no era peloteo, es verdad. Por supuesto que no siempre hemos estado de acuerdo en los entrenamientos, pero eso forma parte del día a día con todo nuestro mundo. O las veces que me decía de ir a unos ritmos, le hacía caso, luego me decía que lo había hecho mal, y yo alucinaba con este hombre. Pero es mi amigo. Yo nunca me he cortado en manifestar mis sentimientos, y nunca me he cortado en decirle todo lo que pensaba de la gente a esa gente que me importa mínimamente. E Iván es una persona que forma parte del proceso en el que me convertí en una persona más fuerte (como otra tanta que ya he nombrado en otras ocasiones), y me duele mucho que esté en esta situación. Siento un vacío desesperante. Es tan raro todo. No me cabe en la cabeza. Es la sensación de ver tu vida en proyección, y no creerte lo que estás viviendo. A veces procuro no pensar en ello, pero es complicado, mucho. Así que empatizo totalmente con su familia, con Ana, con amigos de toda la vida.

Esta foto nos la hizo Elsa en el encuentro de Corredores del Ebro para plantar pinos. Pinos plantó pocos, pero almorzar bien que almorzó. Me gusta la foto, salimos bien. Bueno, yo un poco mejor, que soy más fotogénica (poner un toque de humor me ayuda un poco)

Te diría tantas cosas, tantísimas… pero ahora no me lees, ni me escuchas. Iván, tienes que luchar con todas tus fuerzas. Eres fuerte, lo has demostrado en tantas carreras. Has podido con grandes distancias, has hecho marcones, así que puedes, claro que puedes. Lucha con todas tus fuerzas y escucha nuestras palabras de aliento. No te haces a la idea del enorme hueco que has dejado, y de lo mucho que te queremos. Ni te imaginas. Vas a alucinar cuando veas todas las muestras de apoyo, todos los mensajes y todo el cariño de la gente. Es alucinante el calor de la gente, dejando a un lado los piques deportivos que son eso, piques sin más. De hecho, te aviso que te va a colapsar Facebook, estoy deseando ver tu cara el día en el que compruebes tu muro. Tantos ánimos, fotos sacadas del baúl de los recuerdos cuando eras un pipiolo, parrafadas que dejan sin aliento y textos desde las entrañas, incluso entradas de blogs… Es impresionante. Te van a arrancar una sonrisa y alguna que otra lagrimilla (bastantes), estoy segura.

Te necesito, Iván. No hablo sólo por mí, hablo por mucha gente. Recuerdo tu mensaje tras la última maratón, y me echo a llorar:

“Enhorabuena!!! Yo solo intento marcar el camino para poder conseguir lo que hace unos meses podría ser un sueño. El esfuerzo lo pones tu, las ganas y la ilusión los dos. Seguiremos juntos consiguiendo nuevas metas. Seguimos sumando.”

No puedes faltar a la promesa. Tenemos que seguir juntos para lograr mis sueños, ahora que somos unos cuantos gallitos, que quedan muchos retos por delante. La vuelta al Aneto, y la Ultra Trail de Guara Somontano. Aprender a mover los brazos, el 3:30 en maratón y el 1:35 en media. Y todo lo que se tercie por delante. Risas y hasta broncas, que nos conocemos. Y alguna cerveza, que no todo va a ser correr. Le debes una cena (y muchas más) a Ana. No puedes apagarte, porque entonces nos apagaremos todos un poco.

Las palabras no me salen, me cuesta, y eso que soy un torrente de emociones. Mi última crónica, la que le obligué a leer, era un grito a vivir la vida intensamente, a ser feliz, porque sí, porque la vida vuela. Y se me ponen los pelos como escarpias. Cuando la escribía, no imaginaba ni por un momento el devenir de los acontecimientos. No imaginaba que Iván se vería en su situación actual. Pero eres un ave Fénix, rojo, como tu pelo, y estoy segura de que resurgirás de tus cenizas con más ímpetu si cabe.

El sábado hubo un encuentro de corredores (5K por Iván), de todos los lados, ni sé el número, pero éramos muchos, todos apenados por la situación y porque queremos dar calidez a tu familia y a Ana. Porque lo sentíamos, pero queríamos impulsarte a tirar para adelante. ¿Nos oíste desde el hospital? Tu madre se puso ropa de correr, y echó a trotar con Jorge el coletas. Imagen curiosa a la par que preciosa. Tu madre es una jabata. Se le ha apagado la mirada pero es una luchadora. Ana también es una luchadora, estarías muy orgulloso de ella. Cómo deseo que las lágrimas se tornen en risas de alegría. Jesús Arroyo dedicó unas palabras, y unos gritos ¡¡AUR, AUR!! para arrancarte de tu letargo. Ese día todos éramos Iván, todos éramos tú.

Eres fuerte, vas dando pasos, la expectación es enorme pero toda cautela es poca. Poco a poco, no hay prisa, que estaremos esperando con los brazos abiertos el tiempo que sea necesario. La fiesta de bienvenida bien merece una jamonada. O mariscada si es menester. Seguiremos trotando, mis trenzas locas seguirán moviéndose. Han perdido algo de alegría, pero te prometo que intento recuperarla. Poco a poco lo van logrando.

Disculpad esta crónica, es más triste de lo que quisiera, pero a la vez es un canto a la esperanza. Porque sí, porque como dice el proverbio japonés, si te caes 7 veces, hay que levantarse 8. Ha sido mi filosofía de vida… y te vas a levantar de ésta. No me quiero despedir sin antes darle la enhorabuena a todos aquellos que completasteis el reto de Guara. Ángel, siento mucho que finalmente no pudieras venir, cuídate mucho y recupérate, que lo primero es la salud. Darle las gracias a todos aquellos que en estos días extraños han intentado arrancarme una sonrisa, que estaba complicado. Y disculparme si alguien se ha sentido ofendido conmigo, he estado extraña, espero que lo comprendáis.

De todas las series que veo, hay una en concreto que no tiene mucha sustancia, Los 100. No me voy a explayar en el argumento que no viene al caso, pero las palabras que utilizan de despedida son las que voy a utilizar como cierre de esta crónica. Porque creo que encierran en esas cuatro palabras, lo que más quiero ahora mismo: QUE VOLVAMOS A VERNOS.

Pelirrojo, toca luchar, y ganar esta carrera de fondo. You will never run alone.

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