Quebrantahuesos 2016

sergiopineta
Ciclismo de Carretera
19/08/2016

Pues sí, dos meses después, casi nada. Entre una y otra cosa vas dejando el momento de darle a la tecla y al final pasa lo que pasa. Pero oigan, lo bueno se hace esperar, y si no, pensemos en lo que ha tardado Enrique Iglesias en sacar disco (con él te duele el corazón, conmigo te duelen los pies) y lo que lo estamos disfrutando ahora, eh.

Bueno, a lo que iba: mi primera QH, nervios, ganas, emoción, certificado médico para la última semana… Como las crónicas son personales, más que de otra cosa hablaré de sensaciones, que la prueba y el recorrido ya los conocéis mejor que yo y si algo puedo aportar es precisamente cómo la viví.

La idea inicial era simplemente la de disfrutar de una experiencia única, que me parece lo mejor cuando se hace algo por primera vez; al fin y al cabo, la QH es lo más parecido que tenemos a correr una etapa de montaña del Tour sin ser profesionales y sin irse a los Alpes, por lo que hay que saborearla. Esta es la excusa que debe interiorizar cualquiera que no logra el tiempo que le gustaría o, quien como yo, no llega todo lo preparado que debiera. Rollito zen. Se suelta y se queda uno tan ancho. En mi caso me faltaba mucho desnivel, pero es lo que tiene prepararse a la vez un triatlón tocho que salió bastante pocho (aunque esa es otra historia que contaremos, quizá, en otro momento).

El día anterior llegamos a Sabiñánigo a recoger el dorsal, y en la feria del ciclista me encontré con Andandaehs y allegados: Diego con su mujer y su futuro retoño, Edgar y el Caballero Sin nombre (por si acaso). Viaje rápido a cenar a Biescas con compañeros de Pedrola y Figueruelas y a dormir al apartamento.

Por la mañana miré la ventana, aunque ya sabía que en esta marcha iba a ir de tapado: térmica corta, maillot corto, manguitos, chaleco, pirata, chufletazo de Varón Dandy y chubasquero en el bolsillo. Las previsiones eran las que eran y en la montaña el tiempo es así, por eso jugársela sin la ropa adecuada o quejarse luego porque en un puerto hace frío me parece infantil. Casi lamenté que se arreglara el día al final de la prueba porque lo del fresquito me va más que el calor.

Subida al Somport. El fotógrafo y el de blanco no eran amigos.

 

Petardazo y se sale. Dejo que Beloki e Induráin se vayan por delante y hagan su carrera como estrellas invitadas. El primero se da la vuelta al ver el panorama en el Somport. Hasta aquí he ido de grupo en grupo, tranquilo, y si no fuera por los carteles, no me habría dado cuenta de subir un puerto. No he notado nada (una novia me lo decía mucho). Arriba me pongo el chubasquero, que la niebla se ha convertido en llovizna y hace fresco. Me doy cuenta enseguida de que tenía que haber traído guantes largos porque se me congelan las manos. Muchos se retiran aquí (¿comooorl?). A ver quillos, que en cuanto se desciende un poco la temperatura sube y deja de llover. En las primeras rampas estoy esperando ver a tropecientos flipados pasándome por dentro y por fuera, pero la verdad es que todos bajan muy prudentes, tanto que yo, que no soy muy bueno bajando, empiezo a adelantar a mogollón de peña simplemente soltando los frenos. Hay tensión en el ambiente y mucho huevo retráctil. El agua salta por todos lados y las piernas se me empapan, aunque no sufro el frío más que en las manos. Me parece una pena estar tan atento al asfalto, evitando charcos y regachas porque no se puede disfrutar del paisaje. En cuanto la carreta se ensancha aprovecho para comer algo por segunda vez a la cola de una gruppetta. Francia está bastante gris, Dum Dum.

Cuando llegamos a Escot se gira para empezar el Marie-Blanque. Sale un poco de sol, se empieza a evaporar la humedad de la ropa y me paro para quitarme el chubasquero y las gafas, que se me empañan. Voy subiendo tranquilo porque los últimos cuatro kilómetros no ofrecen ni un solo metro de descanso. Cuando llegan las rampas es todo un me pongo de pie, me siento, me pongo de pie, me vuelvo a sentar, porque a los ciclistas vamos a jugar. En esos momentos pasan tantas cosas por la cabeza que una visión de Teresa Rabal en blanco y negro no es la más extraña.

Penando en el Marie-Blanque mientras cuento los surcos de la rueda

 

Menos mal que es corto y llega para mí la parte que más he disfrutado de esta QH. Me pongo el chubasquero, que se ha vuelto a encapotar el cielo y empieza el descenso. La bajada se me hace cortísima porque es súperdisfrutona, sobre todo la parte final. Tiene curvas nobles y me suelto tranquilo, adelantando a un montón de gente que me pasará en cuanto empiece el Portalet. A mitad aprovecho para guardarle la bici al compi Rubén, que he encontrado arriba, mientras rellena sus bidones y los míos. Vuelta a montar y a gozar las últimas curvas hacia el llano. Aquí es donde noto que voy corto de gasolina, exactamente en el kilómetro… Ah bueno, que esa es otra: por la lluvia y el frío se me ha muerto el cuenta bajando el Somport, por lo que sí o sí voy a hacer una carrera por sensaciones. Ni media, ni hora, ni velocidad absurda, ni kilómetros, ni nada de nada.

Bajando el Marie-Blanque. Donde mejor me lo paso.

 

Al empezar el Portalet ya noto que me voy a acordar de su madre bastantes días. El porcentaje no es grande, pero se me hace eterno y voy casi todo el tiempo con todo metido. No consigo encontrar ritmo y flojeo cosa mala. Empiezo a coger tirria a los carteles que te indican el número de kilómetros que quedan a la cima: cuando veo el siguiente a lo lejos pienso “venga va, que ahora viene el 18, ya queda menos”, pero cuando me acerco “¡mierda! ¡el 19! No puede ser, lo han marcado mal, ¡pero si el 19 lo acabo de dejar atrás!”. Esto me pasa varias veces, por lo que decido quitarme las gafas para no ver ningún otro cartel hasta que no acabe el puerto. Sólo dolor de riñones y manchas de colores que me pasan continuamente. Una mancha me da recuerdos para el Webmáster. “¡Aúpa ese Andandaeh!” “¿Eh? ¿Quién? ¿Es a mí?” Me adelanta hasta el Tato. Me desespero tanto que me entran ganas de tirar la bici al barranco y no volver más. Con cualquier excusa me paro un rato: a quitar el chubasquero, al avituallamiento, a cazar pokemons, a mear,... Intento distraer la mente con mantras relajantes que al final se convierten en estribillos repetitivos de Oreo y el vampiro o de canciones de Def Con Dos: “desde que trabajas en la Ballesta, mi mejor pasatiempo qué caro me cuesta, desde que trabajas en la Ballesta, mi mejor pasatiempo…” Hasta que “¡hostia, co! ¡aguanieve!”. Pues sí, oyes, ¡ya estamos arriba, por fin!

Subiendo el Portalet. Donde peor lo paso.

 

Otra vez me pongo el chubasquero. Ahora sí que hace frío de verdad, estamos a bastante altura y no veo la hora de llegar abajo al solecito de la vertiente española. En los primeros kilómetros se me vuelven a congelar los dedos, pero el descenso es veloz y enseguida me empieza a sobrar todo. Voy convenciéndome de que esto ya está hecho y de que aunque vaya con la reserva voy a terminar mi primera QH.

 

Bajando el Portalet con los dedos tiesos

 

La bajada la hago solo: aquí la gente ya está desperdigada y hay mucha distancia entre corredores. Disfruto del descenso a una velocidad de… ah, sí, que no me funciona el cuenta. Bueno, a 90 por hora o menos. Cuando llega el desvío hacia Panticosa me quito ropa y me uno a un grupillo de ciclistas. Al sol se está bien pero en cuanto se entra a la sombra del bosque se está todavía mejor.

 

Bajando del Portalet con ejercicios de dedos

 

Hoz de Jaca se me hace corto. Meto todo y voy despacio, pero aún así se me pasa volando. Oigo la ambulancia que viene por detrás y nos echamos todos a un lado para dejarla pasar. Sin embargo va tan despacio que en una curva a izquierdas muy empinada se queda parada. Alguien por detrás dice que no puede subir, que se ha quedado fundida. El hecho es que la ambulancia no hace la subida porque no nos adelanta en todo lo que queda de trayecto. ¿Será este el verdadero motivo por el que desviaron a la gente directamente hacia Sabiñánigo sin hacerla pasar por Hoz de Jaca? He estado viendo Cuarto Milenio pero no han comentado nada al respecto. Misterio.

Ataque estudiado a por las kokakolas de Hoz de Jaca

 

Bueno, a lo que iba. En la última rampa de cemento acelero (¿¿¿ein???) y me voy del grupo porque pienso parar en el avituallamiento y si ellos no lo hacen quiero tener algo de tiempo para engancharme y darnos relevos los últimos kilómetros. No more loneliness. Sin embargo la peña se para y por poco no sacan la baraja de guiñote, así que voy para abajo. Llevo las patas al jerez y en el llaneo me defiendo, pero en cuanto hay repechos el tiempo se detiene. Me adelanta un grupo a toda mecha, me intento poner a rebufo pero no aguanto ni cien metros, igual que otros dos que se descuelgan y que llevaré pegados en plan trío los Panchos hasta el final. Uno se disculpa por no poder dar relevos, pero la verdad es que me da igual ya a estas alturas: voy rascando el fondo del barril y aguantaré lo que aguante solo o acompañado.

Camino a Sabi de buen rollito

 

Cuando damos el giro hacia Cartirana empieza un repecho que se me atraganta bastante. Me pilla el grupo que había dejado en Hoz de Jaca y me dejo llevar a cola porque no puedo más. En la entrada a Sabiñánigo, a menos de tres kilómetros de meta, la ambulancia atiende a un caído que parece grave, así que damos las últimas curvas con mucho cuidado. Yo aprovecho para ponerme de nuevo delante del grupo y salir bien en la foto, eh, que llego tostado pero todavía con un hilillo de lucidez. Cuando veo la meta me empieza a entrar la risa floja y la gente se piensa que me falta oxígeno o algo.

Entrada a meta más feliz que una perdiz.

En fin, qué decir… Alegría, alivio, hambre y sed de cerveza, satisfacción… En realidad descubro que me lo he pasado muy bien y se me olvidan las penurias del Portalet. Habrá que repetir, está claro. Ocho horas y cuarenta y cinco. Me esperan para comer la paella, así que vamos a lo importante. Me siento como en una nube por la felicidad y la falta de riego en el cerebro. Me encuentro con un compi del trabajo que la ha hecho (con mejor tiempo que yo) y me pregunta qué tal. “Nada, tranquilo, he venido solo por pasar el día y disfrutar del paisaje”. Rollito zen, ya tú sabes.

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