CC100, la madre de todas las ultras

la_hansen
Carreras de montaña
15/09/2021

Las inscripciones para las carreras de la Canfranc-Canfranc salieron allá por diciembre. No me lo quise pensar mucho, que si me lo pensaba, no lo hacía, y me apunté a la ultra de 100 km. Era consciente de que es una de las ultras más duras de España, y de un desnivel brutal, ni más ni menos que “subir” y “bajar” el Everest. Ahí es nada. Después de Maratón en 2019 y Ultra de 75 en 2020, quería probar la Ultra de 100 en 2021.

Los nervios por esta carrera comenzaron a asomar la patita sobre todo una vez que finalicé la ultra del Aneto Posets, yendo in crescendo sobre todo en las vacaciones. Ya en septiembre ni os cuento, conforme pasaban los días, y la fecha del viernes 10 de septiembre se acercaba a pasos agigantados. Porque entre pitos y flautas, iba a subir Collarada por primera vez en carrera, yo que le decía a Ana “a ver si lo subo antes y me hago a la idea”. Pues ña (jerga andandaeh). Yo cada día miraba el pronóstico del tiempo, cruzando dedos para que la climatología no fuera adversa y no añadiera aún más dureza al recorrido (lluvia no, por favor).

Este año, la principal cabeza pensante de la prueba, Álex, había decidido modificar alguno de los tramos, entre ellos, el descenso de Collarada, que en lugar de ser más directo, daba una especie de rodeo. A mí todo me sonaba a chino mandarino, que si los campaniles de Ip, que si el ibón de Bucuesa, madre mía qué jardín más frondoso... Alguno de mis compañeros de club iban también a la carrera: Quique Toledo, Jordi Dalmau (a ambos, la experiencia yayuna –desde el cariño, chicos- en ultras les avala) y Jorge Aramburo, cuya experiencia es también brutal, y que ya se había olvidado un poco de aquella Challenge de 2016, en las que dijo literalmente “que no volvía”. Pues volvía. No somos gente de palabra. También iba Óscar, en su caso a hacer la de 75, que era la única de las carreras que le quedaba. A él ni le vería, nuestros tiempos de corte eran diferentes aunque coincidíamos en gran parte del recorrido. Pilar finalmente no pudo venir a la de 75, así que ya sabes, al año que viene... ;)

Al final, decidí subirme a Canfranc con Quique. Él iba con su coche, Jordi con el suyo, para el eventual caso de retirada, ya que en estas carreras nunca se sabe. Yo, con el firme propósito de aguantar todo lo posible, me volvía el domingo con Ángel, que ejercía de voluntario en el Aspe (qué noche la de aquel día) y María, una amiga suya que yo también conozco y que también estaba de voluntaria. Gorka se subía con Jordi y lo buscaba su mujer el domingo para pasar el día.

A lo que me quise dar cuenta, llegaba el viernes por la mañana. Con la intención de ir lo más fresca posible, me había cogido fiesta, y ya tenía todo preparado para las mochilas de las bases de vida. Una para Formigal y otra para Candanchú. En la de Formigal (la primera que puedes recuperar, puesto que el cierre de control en ese punto es a las 5 de la tarde del sábado), metí ropa de repuesto para una vez terminada la carrera, ya que al no haber guardarropa, no me quedaba otra que guardarlo ahí. Y en ambas, ropa de repuesto para carrera, unas zapatillas en la segunda mochila, y comida adicional por si acaso.

Quique me pasó a buscar sobre las 5 de la tarde, y sobre las 7 o así llegábamos a Canfranc Estación, donde nos encontramos con Jordi y Gorka. Fuimos a por nuestros dorsales, y a terminar de apañar tema de etiquetas para las mochilas. Las 8 de la tarde, ya quedaba menos para arrancar. La temperatura era algo fresca, pero buena, y los pronósticos iniciales de chubascos aislados habían mejorado notablemente. Además, una temperatura relativamente agradable era mucho mejor para el día. Me encontré con Almu, intentó el año pasado la de 75 pero se retiró, y coincidimos ambas en la de Valle de Arán. 

Coca cola, algo de picoteo, visita al señor roca, un rato los 4 en el coche de Quique (no había huevos a salir), y ya con nuestras mejores ganas nos encaminamos hacia la parte trasera de la estación donde tendría lugar la salida por cajones. De repente oí mi nombre, era Silvia Duerto, me dio mucha alegría verla, acompañaba a su marido a la salida (el año pasado fue neutralizado en uno de los cortes). Tenemos pendiente una vuelta disfrutona en octubre. Dejamos las mochilas de las bases de vida, y nos dirigimos a nuestro cajón, donde el corazón me brincaba como un loco ya en la caja torácica.

Las 10 de la noche, el speaker dio la salida a los primeros 50 dorsales. Un minuto después, a los 50 siguientes, y un par de minutos después, ya estaba colocada en mi punto de salida correspondiente. Había decidido usar el móvil para registrar el track (el suunto se me pierde en las zetas), así que lo puse en marcha. El speaker dio la señal, y arrancamos.

Comenzamos a correr con alegría por las calles, mientras la gente a nuestro paso animaba sin cesar. Vi a Paul Sánchez de refilón (estuvo todo el finde en vela haciendo fotos y más fotos). Y enseguida comenzamos a subir por un sendero bien marcado. Entramos en calor enseguida, y ya me empezó a sobrar el chubasquero, que me lo había puesto porque estaba helada al principio.

La primera subida salvaba 1100 metros de desnivel hasta el paso del Sarrio, al que yo le temía bastante. La primera parte eran zetas por un sendero muy marcado y de pendiente asequible, donde como suele ser habitual, me di caña con la firme intención de llegar al primer punto de control, las 2 y media de la mañana. Iba bien, mis azulillos estaban por ahí, y vi a algún amigo y caras conocidas (Ángel Salvo, Elsa Baquedano...) En algunas ocasiones metía algo más de caña, y la senda seguía subiendo, poco a poco y cada vez más. No tardó mucho en tener una pendiente más pronunciada, conforme avanzábamos imparables al paso del Sarrio. Siempre lo digo, las subidas me gustan. Me resultan duras, pero las afronto con muchas ganas y toda la fuerza que puedo. Lo jodido es bajar.

Ya llegaba, ya, en nada llegamos a la cadena colocada por la organización para asegurar el paso. Voluntarios en la noche nos aconsejaban arrimarnos a la derecha, pegados a la pared para evitar desgracias. De uno en uno, sin adelantar (poco sentido tenía ahí), y tras una pequeña trepada, llegamos a lo alto del paso. Pues caray, no era tan fiero como lo pintaban. En esta edición, la subida no continuaba hasta el refugio López Huici, algo ligeramente modificado para compensar el incremento de km de Collarada. Tocaba bajar, y decidí sacar los bastones para asegurar el paso.

La primera parte era una pedrera digamos que simpática, ahí como suele ser habitual también, me empezaron a pasar corredores. Ahí estaba Jordi. Yo me disculpaba continuamente, “pasa, pasa si quieres”, y al final me dijo un corredor “no te preocupes, tú ve andando que el que quiera pasar te dirá por dónde pasa, pero sobre todo no te agobies”. Así hice, y poco a poco fui descendiendo por la pedrera mientras los corredores más espabilados que yo iban pasando junto a mí.

El terreno paso a ser muy cómodo pronto, senderos marcados aunque algo empinados y campas de hierba al paso de la majada de los lecherines. Aquí se podía correr con más alegría. Me entraron ganas de mear, lo cual aparentemente significaba que me estaba hidratando bien (no hay que dejar de hacerlo aunque sea de noche, que engaña mucho y a lo que te das cuenta estás más seco que una uva pasa). Me medio escondí detrás de una piedra (total, no se veía nada). Y seguí bajando por los senderos, campas de hierba y finalmente zetas por el bosque, hasta alcanzar la carretera y entrar en Canfranc pueblo. Ahí estuve charrando con Elena, una corredora que llevaba muchos años en España y colombiana de nacimiento. Como le dije, cuando pregunto por su “origen” no lo hago con mala intención, sino que como buena hija de noruega, me encanta el mestizaje cultural. Estuvimos hablando de carreras y me dijo que hizo el Gran Trail Aneto Posets (no recuerdo el año) en muy buen tiempo. Me cayó bien.

Llegamos al avituallamiento, tuvimos que esperar un poco por tema de aforo. Aún no eran las 2 de la mañana. Los primeros cortes en estas carreras suelen ser algo más justos, y luego se abren algo. En la Canfranc Canfranc no lo tenía tan claro. Dentro del avituallamiento estaban Jordi y Quique, Gorka iba por delante. Comí algo, rellené botellines, me quité piedras de los zapatos, y salí del pueblo para afrontar la subida con más desnivel de la prueba, la subida a Collarada, 1.800 m de sopetón.

El ascenso (vía Russell) comenzaba por un sendero bastante cómodo, aunque picando para arriba continuamente. Al principio había guardado los bastones, pensando que iba a ser muy complicado desde el principio, pero me di cuenta de que podía tirar con ellos un buen rato, así que por descargar la espalda, los volví a sacar. Aprovechando la rasmia que me había salido de repente, adelantaba a algún corredor en la subida. Para arriba todo el rato, algún tramo requería de las manos. Por no soltar los bastones, en una de estas “trepadas” se me fue un poco el pie, y rocé con todo el lateral una piedra, hice un pequeño agujero en las mallas (dita sea) y como pude comprobar ya al final, moratón e incluso herida.

Seguí para arriba, hasta por fin alcanzar una zona de llaneo, donde estaba uno de los controles, el de los campaniles de Ip. El corte horario era a las 6 de la mañana y eran las 4 y pico, creo, lo cual era bueno, al menos había colchón de tiempo. Todavía quedaba salvar 400 metros de desnivel hasta la cumbre, así que sin entretenerme mucho (no quería quedarme fría) seguí para arriba. Con los frontales, se adivinaban ovejas (unos puntos verdes inquietantes que eran los ojos), y la niebla hacía amago de aparecer. Y sube que te sube, creo recordar que aquí guardé momentáneamente los bastones, ya que esta parte era más empinada, y era mucho mejor tirar de manos. La pierna no me daba de si para subir en un tramo, una que es pequeña, y el corredor de detrás, con la sana intención de ayudarme, me metió tal tirón por detrás en la mochila, que me incrustó el frontal (el mío) en toda la cabeza. Madre mía, qué animal. Una hora después ya estaba en la cumbre, en el famoso Collarada. No se veía un pijo, como era normal a esas horas. Tocaba bajar.

En cuanto me puse a bajar, la niebla hizo su aparición con todos los honores, así como un viento simpático que te zumbaba en las orejas y te dejaba moqueando permanentemente. Con el chubasquero puesto, me calé la capucha hasta las orejas, y frontal al frente, procuraba iluminar por debajo para que la luz no reflejara en la niebla. Menudo descenso a los infiernos. Carol Anne, ve hacia la luz. En medio de esa pedrera, fui bajando poco a poco a pedo burra, clavando bastones, talones, como pude, y llenándome de piedritas los pies. Madre mía qué travesía. Fui salvando la zona con más desnivel, hasta alcanzar una zona más llana, donde ya nos habían explicado que había que tener cuidado con las simas. Efectivamente, había unos grandes agujeros en el suelo que la organización había rodeado con cinta para que no nos cayéramos. Que conste que la parte por donde se podía caminar era muy ancha.

Llegué a otra parte de la pedrera (antes otro pis, pues sí que estaba meando, sí). Eché el culo al suelo y fui bajando la primera parte como buenamente pude, hasta alcanzar una pared y un sendero pegado a la misma. Todavía no había amanecido, pero se veía una caída maja a mi derecha. Caminé lentamente con toda la seguridad posible, y por fin alcancé las piedras (pedrolos, más bien) finales, que por fin me llevaron al ibón de Bucuesa (novedad de este año). Eran las 7 y media de la mañana, ya había amanecido, y cuando eché la vista atrás para ver por dónde había pasado, flipé. El entorno era simplemente acojonante.

Ahí los voluntarios me recibieron con buenas ganas. Vi que uno llevaba algo de Dynafit, le dije que me gustaba esa marca, y me dijo, “Ya veo, chica Dynafit”. Me descojoné, es verdad, llevaba cinta, guantes, mallas y chubasquero. Les dije que a ver si me patrocinaban, aunque más bien les patrocinaba yo a ellos. Risas. Me volví a sentar, me dejaron una silla, y volví a sacar un millón de piedrecitas de las zapatillas. Y digo yo, si tengo unas polainas maravillosas sin estrenar, ¿por qué puñetas no las uso? (Clara, sé que sueles usarlas, chica lista). Me tocaba por delante la bajada al Ibón de Ip, unos 6 km. En la hoja de tiempos estimados daban como una hora.

Salí del punto de avituallamiento y me puse a subir. Esa zona tenía bastante piedra, se me hizo interminable llegar al punto en el que comenzaba el descenso. Ahí estaban un par de chicos de Trail Running Zaragoza en el control (Víctor y otro más), y ya me puse a bajar. La bajada era bastante empinada y se me hizo eterna. De hecho, dos horas pasaron hasta que llegué al refugio en el ibón de Ip. Adiós colchón de dos horas y media, ahora se había reducido a hora y media.

En el refugio, di buena cuenta de un par de sándwiches de nocilla, además de reponer líquidos y algo de chocolate. Ahí me encontré otra vez con Elena, y también Arancha, una corredora veterana B vegana. Éramos prácticamente los últimos corredores. Afrontamos el siguiente tramo hasta la cima de la Moleta. Arancha se tomó un caldo vegano, al salir de ahí le dieron arcadas pero finalmente se recompuso.

Comencé a subir el siguiente tramo con bastantes ganas, me seguía Elena. Ya había sol, aunque no hacía un excesivo calor. Me tuve que quitar el chubasquero. Fuimos subiendo poco a poco hasta llegar a la parte de arriba, nos tocaba crestear hasta llegar al pico de la Moleta.

La primera parte de la cresta como tal daba respeto, pero poco después se ensanchaba bastante. Un voluntario nos daba indicaciones. Elena me alcanzó, y caminó para adelante con ganas. La iba viendo alejarse poco a poco, y la Moleta parecía allá muy muy lejana. Sin embargo, las distancias en estos casos engañan mucho. Parece que poco menos que queda un mundo, y 15 minutos después estás prácticamente a los pies del último repecho. Un corredor francés iba casi a mi par, comenzamos a trepar y coronamos la Moleta. Las vistas del sendero de descenso, con el ibón de Iserías, eran espectaculares. Una voluntaria me dijo que si sabía por dónde íbamos, le comenté que estaba feliz porque había completado todo aquello que se le añadía a la de 75 km. Así que sí, aun siendo consciente de que el margen de tiempo se me había ido estrechando, seguí para adelante. Elena y el francés comenzaron a bajar, yo tardé más. Por supuesto, Ramón Ferrer hacía horas que se había ido de la cumbre.

Ahora sí que hacía calor. Comencé a bajar por las zetas hasta el ibón, para después pasar al otro lado y descender por el camino de tierra hasta la cascada de las Negras. Otro pis (pues sí que estaba meona) y a poco me descubre con todo el horcate al aire un senderista. Me volví a encontrar un poco más abajo en el camino con Elena, fuimos bajando juntas hasta el cruce de carreras, y pasado ese control nos dirigimos al avituallamiento un poco más arriba. Nos sentamos y repusimos fuerzas, y al poco rato vino Arancha. Eran las 13:20, y el cierre de ese control era a las 2 y media. Arancha nos dijo que el cierre en el collado era a las 4 de la tarde, le dijimos que no, que el control estaba en Formigal, donde la bolsa de vida, a las 5 y media de la tarde.

Elena y yo ya habíamos descansado y salimos poco antes de las 2, con todo el calor, a enfilar la subida hacia el collado de Izas. Este tramo era nuevo para mí, el año anterior se subía al pico Porrón, se hacía un poco de cresta, nos subían por un camino algo descompuesto y ya nos bajaban a las pistas. Se supone que este año era mejor. Pues no. O no especialmente. Quizá algo más corto, eso si.

Comenzamos a marcar buen ritmo, rodeados de muchas vacas y sus correspondientes mierdas (pisé una mierda colosal, qué bien), las rodeábamos porque estaban en el camino y tenían a las crías cerca. Sube que te sube, fuimos ganando altura hasta ir llegando a Formigal. Aquí me empezó a entrar un sueño épico y comencé a aflojar. Ya me había tomado algún gel con cafeína (no recuerdo la hora). La modorra era brutal, me dormía subiendo. Perdí fuelle y me fui quedando atrás. Me alcanzó Arancha.

En lo alto del collado, un voluntario nos dijo que quedaba “crestear un poco, y nada, subir una canal un poco empinada, ya luego bajada directa a Formigal”. Me cago en la canal. Tras salvar la cresta, seguí viendo el camino pegado a la loma que parecía no tener fin. Elena había alcanzado a algún corredor, y los vi desaparecer. Estaban subiendo por la canal “un poco inclinada”, que básicamente me obligó a echar las manos a las piedras para poder subir. Ala, ya estábamos arriba. Comenzamos a bajar. Me quedé aún más atrás. El margen se me acababa de tal manera, que la cabeza me daba ya mil vueltas con decisiones que debía tomar.

Por fin llegué a la base de vida de Formigal, eran poco antes de las 5 de la tarde. En ese momento Elena ya salía, me preguntó si seguía, le dije que de momento sí. Me senté en un banco, me cambié de calcetines, me conecté a los datos, comí algo, me cambié de camiseta, buff y cinta de la cabeza y empecé a pensar. Sabía lo que me quedaba, sabía también que estaba justa en los controles, sabía que me veía bien, pero también era honesta conmigo misma. Las dos chicas escobas ya estaban por ahí, y les comenté que como objetivo siguiente tenía llegar al campamento de Canal Roya. Arancha tenía muy claro seguir, como no se conocía nada de nada, ella tiraba para adelante. Finalmente, salimos juntas de ahí, encarando la subida al vértice de Anayet. Otra vez me entró modorra, y Arancha tiró un poco para adelante. Vimos sarrios, vimos los ibones de Anayet, tiendas de campaña junto a ellos. Arancha cogió marcha y la acabé alcanzando en el repecho final antes de la cresta al vértice. Finalmente, alcanzamos el vértice poco después de las 7 y media de la tarde. El cierre de control en Canal Roya era a las 10:05 de la noche.

Le dije a Arancha que yo estaba viendo que (yo) iba muy justa para que no me pillara algún control, y que como me conocía los tramos, sabía que era complicado ganar tiempo en alguno de ellos. Así que la animé a seguir para adelante, yo me quedé algo rezagada con las escobas. Supongo que mentalmente, mi cabeza me decía que si no llegaba al siguiente, no tendría que tomar la dolorosa decisión. Pero también quería seguir. Me dolía la cabeza, fruto del cansancio y de darle tantas vueltas.

Al principio las placas de piedra impedían correr, poco a poco el sendero fue mejorando, y aunque trotaba a ratos, la cabeza ya me daba un millón de vueltas. Pronto saqué el frontal, ya anochecía, las escobas iban recogiendo los banderines (no quedaba nadie por detrás), y yo me iba durmiendo. De cuando en cuando echaba un bocado a una barrita para espabilar. Otro pis (la meona). Por el walkie dijeron que una chica abandonaba en Truchas, quise saber quién era, esperaba que no fuera Elena. Era Elisa Baquedano. Tras lo que me pareció una eternidad (no recordaba el camino tan largo), ya alcanzamos la pista que me llevaría al avituallamiento. Los voluntarios a lo lejos me animaron a apretar el paso, y justo a las 22:04, pasaba el control. Me invitaron a sentarme para descansar un rato.

Y tocó pensar. Voy a intentar explicar el millón de pensamientos que desfilaban por mi cabeza, entremezclados, tratando de tomar la mejor decisión. Voy a explicarlo sobre todo para que entendáis, bajo mi punto de vista, por qué nos entristecemos con ciertas decisiones. Sé que es difícil de entender desde fuera, cuando alguien no está metido en semejante locura. Sé que resultamos desconcertantes y alocados (quienes disfrutamos con la larga distancia), pero todo tiene su explicación.

Me comentaron que Arancha se había marchado hace un rato. Los dos nuevos escobas me dijeron que esperaban a que tomara una decisión. Saqué mi chuleta de tiempos, tenía marcadas las horas de paso del año anterior. Yo sabía que me había costado más de lo que disponía para llegar a meta. No tenía muy claro en qué punto podría remontar. Si no llegaba al punto del ibón de Truchas, me plantaba a las 2 y pico de la mañana en medio de la nada y teniendo que bajar a Canfranc. El panorama era asolador: no tenía coche, todos seguían en carrera, no tenía dónde estar. Afortunadamente el pabellón estaba abierto, y como poco podría recuperar mi mochila de vida (la primera) y ducharme, aunque ni me había llevado toalla (no sabía que nos podíamos duchar). No sabía qué hacer. Ahí entraban los pros y contras.

Por un lado, claro que quería seguir. Evidentemente estaba cansada, pero no me había surgido ninguna dolencia que me parara en seco. Los pies estaban increíblemente bien (cero ampollas, cero arrugas en la planta), las piernas aún tenían fuerzas. Iba controlando la alimentación y la hidratación, pero era consciente de mis limitaciones. No obstante, cuando nos ponemos en la línea de salida de tamaña locura, siempre hay un porcentaje en nuestro interior que espera acabar. Al menos era en mi caso. No me enfrento a una carrera asumiendo que no la quiero terminar, sino con ganas de acabarla. Otra cosa es lo que finalmente ocurra, evidentemente un periplo de tantas horas y km da para muchos giros en la trama que pueden escapar a nuestro control, por muy preparados que vayamos. Estaba orgullosa de los km completados, de ver todos aquellos tramos no vistos el año anterior, pero evidentemente, deseamos que la travesía sea completa, esa especie de viaje que nos pone a prueba y nos fortalece al mismo tiempo.

Por otro lado, a la vista de los tiempos, y del estrechamiento a la mínima expresión del colchón de horas (de hecho, cada minuto que pasaba pensando, el colchón se hacía negativo), mi cabeza había hecho una especie de clic en el que el agobio (más que el sufrimiento) se había apoderado del disfrute. He vivido carreras en la posición de cola, con escobas, con remontadas épicas, pero el conocimiento es un grado, y sabía lo que había. Y no quería ir agobiada en lo que quedaba, en concreto en la cresta hasta Truchas (si me daba respeto de día, imaginaros de noche), y tampoco bajando del Aspe, algo que se me tornó horroroso en año anterior.

¿Me la jugaba? ¿Experimentaba? ¿Hasta qué punto tenía la necesidad? Le comenté a Raúl que igual abandonaba, estaba alucinado. Hable con Clara, con Isa, con Ana, con mis azulillos (el resto de tropa seguía en carrera). No tenía esa tristeza del primer DNF (lloraba muy fuerte), pero tenía la templanza de reconocer que la cosa estaba jodida. Y finalmente, opté por quedarme. Sopesé una vez más rápidamente todas las posibilidades, porque lo que no quería era el grado de ralladura mental que tuve cuando abandoné en el Aneto Posets en el 2019. Lo bueno de eso es que me hizo coger con ganas la carrera en 2021.

Comenté mi problemática con el tema de dormir, y entonces surgió un ángel, una amable voluntaria (Elena), cuyo hijo (Lucas) estaba también ahí, me dijo que me fuera a dormir a su casa. Abrí los ojos como platos, el detalle me llegó al alma. Sin embargo, quedamos en preguntar primero en el pabellón, a ver si me podía quedar ahí. El pabellón permanecía abierto toda la noche para que los corredores fueran recuperando sus mochilas y se pudieran duchar. Me bajaron en coche hasta ahí, y Lucas me trajo toallas y una especie de saco, y preguntamos. Como había que consultarlo, y el responsable del pabellón no estaba disponible, y los minutos pasaban, y todos queríamos dormir, finalmente me dijo Lucas que me fuera a su casa.

Y ahí estaba yo, emanando un olor a humanidad descompuesta que quitaba el sentido, con mis raspones, mis zapas, mis bastones desplegados, las trenzas enmarañadas, en casa de ese amable matrimonio y su hijo (todos eran voluntarios). Me dieron una toalla y me di una de las duchas más reconfortantes del mundo. Me quité toda la tierra, me ofrecieron cenar pero la verdad que no me entraba nada de nada, y me fui a dormir. Me pareció estar envuelta en sábanas de hilo egipcio, me tapé y todo porque me entró el frío, y caí dormida al nanosegundo mientras escuchaba afuera aplausos de algunos corredores que imagino que llegaban entonces (de la ultra corta o de la ultra larga, a saber).

A las 5 de la mañana me desperté desconcertada, no sabía ni dónde estaba. Aproveché para escribir la mini crónica para Facebook, y a las 7 nos levantamos todos, ya que ellos debían reunirse con el organizador y colocarse en sus puestos de control para las carreras que se disputaban el domingo (de 16 y 5km). Ya fui hacia el pabellón para recuperar mi segunda mochila de vida. Comprobé que Gorka estaba al caer, y fui a verlo llegar. Nada más verme dijo “menos mal que te has quedado”. Aunque lo decimos, en realidad disfrutamos sufriendo (somos tremendos), y en el fondo, sé que me hubiera gustado más poder estar pasando esa noche que no durmiendo en una confortable cama, qué cosas...

Lo busqué en meta, donde me encontré con Ángel, el vasco que compartió muchos km conmigo el año pasado. Por lesiones, este año optaba por la de 16 junto a su novia, que debutaba en ese terreno. Nos fuimos otra vez al pabellón, se fue a duchar y yo me fui al servicio de fisioterapia que había en el pabellón, que he de reconocer que me dejó las piernas bastante mejor de lo que estaban por la mañana. Una vez que Gorka terminó, nos fuimos a esperar a Marta (su mujer) que venía con sus hijos, Asier y Saioa. Nos fuimos a un bar a tomar algo, mientras esperábamos a que terminaran Quique y Jordi. Óscar había hecho muy buen tiempo en su carrera, y Almu la había terminado en 24 horas. Comprobé en tempo finito que tanto Elena como Arancha seguían en carrera. Aparentemente, estaban abriendo un poco la mano al final en los cortes, y me recorrió un ramalazo de arrepentimiento por todo el cuerpo (es que es inevitable).

Ya después fuimos a esperar a nuestros compis. Llegaban agotados, le dijimos a Quique que corriera, se sorprendió de verme ahí (que no en carrera). Ya fueron después a tomar algo a la zona de meta y a recomponerse. Estaban fundidicos, pero satisfechos. También vi pasar a Arancha, que terminaba pasada la 1 y media, con los escobas. Le chillé pero no me vio, iba llorando de emoción. Luego comprobé que Elena había pasado algo antes.

Estuvimos un rato en la cafetería, tomando algo, después se pasó Fonsi con un colega, que había corrido por la zona, y vi a algún conocido más, que me preguntaron que qué tal. Vi a Marta Vidal, flamante ganadora de la prueba, que hace dos semanas también lo fue en el Trail valle de Tena. Una maquinorra humana.

Le dije a Quique que si le parecía bien, que volvía con él y así conducía yo. Al principio me dijo que se veía bien, que como era un coche automático y yo no había conducido ninguno que frenaría muy fuerte. Unos 15 minutos después montados en el coche, Quique se rindió a la evidencia y pasé a conducir yo. Y menos mal, me preguntaba cosas y mientras yo respondía, daba cabezadas como un loco. Madre mía, que eso ya me lo sé yo, jajajaja. Gorka volvía con su mujer, y Jordi volvía en su coche pero conducía su hijo.

Llegué a casa, volví a ducharme, y ya me pegué toda la tarde de lavadoras, intentando quitar el olor a muerte y destrucción de toda la ropa. Era el cumpleaños de mi madre y del heavy, los volvía  felicitar aunque ya lo había hecho por la mañana. Me encontraba bastante bien, dadas las circunstancias. Se notaba que había dormido la noche anterior. De hecho, el lunes estaba bastante recompuesta, dentro de lo que cabe, y las patas no me dolían una barbaridad. Al fin y al cabo, no había hecho el recorrido completo. Pero el lunes tuve que lidiar con los sentimientos que sabía que iban a aparecer...

El lunes quedé con mi madre, me apetecía mucho verla. Le regalé la chaqueta que nos habían dado en la bolsa del corredor. Normalmente cojo las cosas para mi, cuando hay de mi talla, o para Raúl. era una chaqueta de chica, detrás tenía los km y desnivel de la carrera, y no se me ocurría mejor persona que mi madre, porque para sacrificio desinteresado, sin duda alguna el suyo. Gracias mamá, por todo.

Contacté con Elena, la penúltima corredora. Me había caído muy bien, una tía directa y con las ideas muy claras. Me dijo que al final, como eran las últimas, abrieron algo la mano con los cortes, y que dejaron entrar en meta hasta las 13:30 del domingo, dado el elevado número de abandonos (más del 50%). De hecho Arancha rebasó ese tiempo, pero era la única veterana B de la carrera. Y me dijo, y eso sí que me volvía loca, que podría haber terminado, que ojalá hubiera terminado. Esa idea me trepanaba el cerebro y me ponía un poco fura, y yo no quería ni pensar por un segundo en eso. Cuando tomé la decisión, lo hice porque creía que no llegaba al corte y no quería ir tan agobiada. Pero, ¿y si sí? Ya era tarde para pensar, la decisión estaba tomada, y descansando, todo se veía de otra forma. Como le dije, yo estaba a media hora de distancia como poco de Arancha, y no sabemos lo que hubiera pasado. Lo hecho, hecho estaba, la montaña no se movería de su sitio, y volvería al año siguiente con más ganas. En realidad, me preocupaba un poco el hecho de que aquí a 2022 el reglamento cambiara y redujeran horas, pero bueno, tenía (tengo) un año por delante para crecer, mejorar y afrontar el objetivo mucho mejor (véase caso del Gran Trail Aneto – Posets).

Así que opté por desterrar los pensamientos negativos de mi cabeza, y centrarme en lo que había recorrido y el aprendizaje adquirido. Porque sí... esta carrera, LA CARRERA, me había enseñado muchas cosas.

He aprendido a ser más fuerte, más resiliente. A valorar las situaciones, a tomar decisiones en pos de mi integridad física. Me ha enseñado que la larga distancia me apasiona hasta la médula. Y no porque “mole más”, como ya he dicho en tantas y tantas crónicas. El mensaje no debería ser ese, el objetivo no debería ser necesariamente “cuanto más km mejor”. Ni mucho menos. El mensaje es que si tienes la inmensa suerte de encontrar un hobbie que te apasione, que lo vivas con intensidad, tomando las debidas precauciones, por supuesto. Me ha enseñado a ser agradecida, tengo la inmensa fortuna de que la mayor de mis preocupaciones es no haber terminado una carrera que hago porque quiero y a la que me apunto de manera voluntaria. Me ha enseñado a querer más a la montaña, respetarla y ser humilde ante su grandeza, me ha hecho ganar en respeto, que no miedo. Hay que ser conscientes de dónde nos desenvolvemos. Me ha dado confianza en mí misma. Me ha enseñado que hay grandes personas que merece la pena conocer, que mis compañeros de club son de lo mejorcito y más sano que hay, y que son un inmenso pozo de sabiduría del que quiero seguir aprendiendo. Sois muy grandes, copón.

Tengo que dar las gracias a la organización y a Álex, la cabeza pensante, por sacar adelante esta espectacular prueba, la más brutal en la que he participado hasta la fecha, y por permitirnos ilusionarnos durante horas y horas en lograr nuestro objetivo.

Doy las gracias a todos y cada uno de los voluntarios que me encontré a lo largo del recorrido, por su amabilidad, por sus palabras, por sus bocatas de nocilla (madre mía cómo entraban) y sus porciones de chocolate, sus sonrisas en los refugios, en lo alto de los collados, haga frío, viento, niebla o calor, de día y de noche y hora tras hora en este fin de semana. Qué pena no ver a mis ángeles particulares, Ángel, Carl, Mónica, que me esperaban ansiosos en el Aspe, pero no pudo ser (pero volveré). Sois el alma de estas carreras, sin vosotros sería imposible. Por muchos km que llevemos, por muy mala que sea la subida o la bajada, os merecéis que saquemos fuerza de flaqueza y que os dediquemos la mejor de nuestras sonrisas, que seamos amables y agradecidos, porque estáis por nosotros, nos tratáis como reyes, y de verdad que no merecemos tantos honores, os los merecéis vosotros. Qué grandes que sois, qué agradecida estoy de toparme con vosotros. Mención especial a Elena, la amable mujer que, junto a su familia, me acogió en su casa de manera desinteresada; muchas gracias de todo corazón, por la confianza, por el cariño, os lo dije y os lo vuelvo a repetir, con más personas como vosotras, el mundo sería un lugar mucho más amable.

Gracias a toda mi gente, mi familia, Raúl. Pendientes de mí, preocupados por mí, dándome ánimos, palabras de aliento (Clara, Isa, Pilar, Ana –mi supporter en la distancia-, y tantos amigos que están ahí). De verdad que gracias por todo.

Y por último, gracias a Elena, la penúltima corredora, por la conversación del lunes, por ser tan noble, por esos km que recorrimos mano a mano, tirando la una de la otra en distintos momentos. Recuerdo al verte en Formigal que querías esperarme, pero debías tirar para adelante, yo tenía que descansar. Eres grande, enhorabuena por lo que has conseguido. Y sabes que volveremos a vernos ;)

Termino escribiendo estas líneas con más ganas todavía de apuntarme a la edición del año que viene. La motivación y las ganas no han cedido ni un ápice. Tengo ilusión por mejorar y prepararla en un camino que promete ser interesante. Gestionar mejor el sueño, bajar mejor las pedreras, afrontar los distintos tramos con rasmia.

Canfranc no se corre, se vive, y yo he vivido una experiencia con mayúsculas, de las que quedan grabadas en la retina y te pone los pelos como escarpias. Y en este caso, ya anticipo que, por supuesto, volveré ;)

Somos un grupo deportivo, aficionados a diversas disciplinas como el running, trail running, ciclismo de carretera, btt, triatlón, montaña... Puedes contactar con nosotros, participar en nuestras quedadas, entrenamientos y seguirnos además en las redes sociales.
 

Envío y solicitud de información:
info@andandaeh.com