GTTAP 2022 COMO VOLUNTARIA

la_hansen
Carreras de montaña
06/09/2022

-Rápido, rápido, que no llegamos.

No, no era el señor Toledo en Finestrat, era Martin Scofield. Era la madrugada del sábado 21 de julio de 2018, y yo iba muy justa en mi bajada desde la Forqueta hacia el refugio del Viadós. Tuve que echar el resto, caerme de espaldas en un río, y cagarme en todo lo escrito en hebreo y arameo, pero por fin alcancé el punto de control, junto antes de las 6 de la mañana, hora de corte.

 

Ahí los voluntarios habían guardado unas albóndigas de la cena, me taparon con una manta, y cuando entré en calor, proseguí en la que sería mi primera GTTAP, emotiva, épica e irrepetible. Mientras abandonaba el refugio y las primeras luces del alba teñían ese espectacular valle, me dije a mi misma que tenía que volver de día.

 

No volví de día, ni siquiera al año siguiente. En 2019 no pudo ser, y no fue hasta el 2021 cuando pude volver, más de noche, si cabe. Eran cerca de las 4 de la mañana cuando por fin alcancé el refugio. Esta vez Manolo Aragón (amigo de Tony, y que me había hecho un montón de fotos en la meta de 2018) me esperaba con un tabletón de chocolate Milka que me dio tantas alas que superé mi registro en más de dos horas.

 

Y este año tenía que ser el año. Con 161 km en las patas, ir a correr cualquier distancia del Gran Trail no era una opción, y opté por apuntarme como voluntaria. Que sí, que las patas ya estaban recuperadas, que parecía que no dolían, pero la paliza al cuerpo ahí estaba, y lo que es más, no tenía que olvidar que tenía Canfranc a la vuelta del verano. Con las carreras que corro, no me queda demasiado hueco para ir además a otras de voluntaria, pero esta vez quería hacerlo con la fuerza de los mares, que diría una amiga mía valenciana.

 

El lugar elegido en mi caso era el refugio de Viadós (o Biadós). Allí iba a coincidir con Manolo Aragón y también con Ángel, que junto a mí, ejercería de escoba en el último tramo hasta Benasque. Además estaba José María, médico, Marina y  Belén (dos enfermeras), Montse, Fernando, un tipo majo y entrañable como pocos, y Guillermo Arantegui, al que ya conocía de la meta del GTTAP del 2018, y que me conocía de los entrenos con Iván. Yo tenía que volver de día a ese refugio, quería vivir la experiencia desde el otro lado. Es un refugio tranquilo, al fin y al cabo por él únicamente pasan los corredores del Gran Trail, que una vez pasado Benasque, Eriste y Ángel Orús, prácticamente caen a la mitad. Es un refugio tranquilo en número de corredores, pero peliagudo (no por ubicación, ya que los altos de los collados están completamente expuestos a la intemperie) y de vital importancia: las fuerzas en los corredores han mermado, la aparición de problemas asociados al esfuerzo crece exponencialmente, y aunque parece que queda poco, aún quedan cerca de 25 km, y hay que hacerlos. No es un lugar habitual de abandono, y de hecho es un complejo punto de abandono, ya que el retorno a Benasque no es inmediato, y a esas alturas, es muy complicado echarse atrás, salvo fuerza mayor, que por supuesto puede suceder.

 

El sábado 23 de julio fuimos Manolo Aragón junto a Mario y Sergio, que no conocía de antes, en el coche hacia Plan. Ahí nos juntábamos todos los voluntarios del refugio y tomábamos la pedregosa pista hacia Viadós. El último tramo está restringido para los vehículos autorizados al refugio. A esas horas ya hacía calor. Cuando me bajé del coche, por fin pude ver todo aquello que la nocturnidad no me permitió. El valle era majestuoso, y ahí estaba el refugio encajado entre esas paredes de piedra. Nos pusimos ya al lío para organizar la mesa con el avituallamiento, para esperar como agua de mayo al primero de los corredores, que se estimaba algo antes de la 1 del mediodía. Aprovechamos y comimos el primer turno, la comida en el albergue estaba buenísima. En el avituallamiento estaba Agustín Vega, de Añón, estaba trabajando con tempo finito y era el señor de la paleta de los tiempos, y el señor del internet también. Este refugio tenía una peculiaridad: cero cobertura, cero internet, y la única conexión posible estaba más que restringida. En este caso, para el médico del control y para Agustín, que necesitaba la conexión para poder transmitir los tiempos de los corredores a la web.

 

Finalmente, cerca de las 13:15, vimos aparecer al primer corredor, Ion Azpiroz. Parecía mentira que hubiese venido de hacer 82 km. Llegó y le atendimos: botellines, comida... Vi que mezclaba coca cola con agua, y me dijo Ángel que era algo que hacían muchos corredores. Nos preguntó si sabíamos a qué distancia estaban los siguientes, nos pareció ver que venían y salió pitando. Falsa alarma. Urko y Antonio llegarían unos 40 minutos después (y mantendrían esas posiciones hasta el final). Un gatito siamés, de los chicos del albergue, daba vueltas por ahí, y de cuando en cuando, cuando se dejaba, lo cogíamos.

 

Leticia Bullido, la primera chica, llegó a las 16:13. Era la décima de la general. Yo me la quedaba mirando embelesada, es que esas horas para mí eran alucinantes. Pilar Montesinos y Esther Hernández llegarían en el intervalo de dos horas después, no llegaron a alcanzarla.

 

A las 16:35 llegó un francés, Johan. Iba caminando porque se había caído y se había hecho daño en la cadera, y quiso descansar. Cuando se quitó los calcetines, llevaba las plantas de los pies completamente blancos, los calcetines y las zapatillas empapados. Pero decía que no le dolía, yo me hacía cruces (todos nos hacíamos cruces). Se echó a dormir media hora en la borda que teníamos, media hora que finalmente fue una hora. Se levantó, se recompuso, y mientras nos daba las gracias, se marchó con paso lento pero seguro hacia el collado de Estós. Me apunté su dorsal, necesitaba saber que había llegado a meta entero (spoiler: llegó a meta pasadas las 11 de la noche). Comprobé en el móvil de Agustín los tiempos de paso de la gente que conocía, y lamentablemente vi que Jorge Maella, que había estado haciendo una carrera brutal, se había retirado pasado Eriste. Eriste, el punto maldito, el mismo punto que el año pasado. ¿Qué habría pasado? No había forma de contactar con él.

 

Las horas pasaban mientras seguía el goteo incesante de corredores, a los que les dábamos palabras de ánimo, apoyo, asistencia médica por parte de Marina y Belén en ciertos casos, conversación incluso. Agustín se reía cuando yo les decía: ¿Queréis tocar un gatito, que relaja mucho? A veces agrupados de dos en dos, a veces en solitario. Todos venían de haber sudado la gota gorda en toda la primera parte, el sol no había dado tregua en absoluto.

 

Sobre las 7 y media de la tarde, la sonrisa de Alfonso Medina brillaba ya desde el fondo del camino. Salí a su encuentro, corría con un amigo en parejas y además les acompañaba Jose. No había perdido la sonrisa, aunque decía que era duro. Le di un abrazo y lo acompañé al avituallamiento, donde estuvimos un rato charrando y riendo. Iba fenomenal. Aproveché a cenar, aunque estaba todavía hasta arriba de comida.

 

Poco después, la mujer de un hombre que estaba ahí esperando llegó, era Esther, una catalana que corría un montón. Ahí su marido le esperaba con un tupper a rebosar de pasta, y aproveché para preguntarle por la Ultra Trail de Mont Blanc, que según me dijo su marido, había sufrido y no por ir mal, sino porque la metieron en un cajón de salida muy atrás, y le era imposible correr a su ritmo o adelantar.

 

Miriam Llopis, amiga de Marta Gistas y Rafa apareció sobre las 9 de la noche. Era su debut en la distancia, y vaya debut más bueno. Yo con ella hubiera compartido podio en la ultra de Sobrarbe, junto a Myrvete (ganadora), pero los de seguimiento no me esperaron porque creían que estaba a más de media hora de distancia según el GPS. No se fiaron del GPS y me quedé sin foto grupal en el podio... Poco después, llegaron dos hermanos (chico y chica) perfectamente conjuntados.

 

A las 21:12 apareció al final de la cuesta Javi Vallés. Fui hacia él a darle un abrazote, se había quedado solo como equipo porque se había retirado tanto Fonsi (por el tobillo) como otro chico más. Era la primera vez que la hacía, pero aunque decía que “no vuelvo más”, yo lo veía bastante bien y además haciendo un tiempo muy bueno. Charla que te charla, apareció David Hortas, amigo de Santi, con quien coincidí en la Maratón de Ogro en Autol. Le di un cariñoso saludo para Santi, ya que no pudo venir a la VDA. Y poco después, Paolo, lo conocí el año pasado en la ultra junto a Fran (Karambolo), pero se tuvo que retirar en Viadós por unas ampollas King Size. Este año iba genial de tiempo y de fuerzas, le estaba pegando un buen bocado al crono.

 

A las 21:40 apareció Alicia Benito, no la conozco (creo que es amiga de Rosa Ruiz), pero comprobando sus tiempos de paso, me di cuenta de que no podían tardar mucho más Paula Figols y Elisa Baquedano, que corrían juntas como equipo. Yo le estaba dando la tabarra cosa mala a Agustín, para que me comprobara si habían pasado por la Forqueta, pero ahí no había control de paso y era imposible hacerse a la idea. Y por fin, aparecieron sobre las 22:30. Iban muy bien, se estaba marcando un carrerón de quitarse el sombrero. Ya era de noche en el albergue y la luz era necesaria. Estuve un rato con ellas (se me pasó hacerme una foto), y una vez que se marcharon, decidí irme a dormir, porque me caía. Dormir un rato, lo justo, hasta las 12 y poco más de la noche, porque quería ver pasar a Clara. Había estado mirando sus tiempos de paso (espectaculares) y me hacía una idea de cuándo podía pasar.

 

Abracé a Morfeo con todas mis fuerzas, que esto de los microsueños había alcanzado su grado máster en la VDA, y se me pasó completamente el paso de Michel Borrás a las 23:00. Yo no sabía que corría (imaginé que estaba de escoba), porque si lo llego a saber, me hubiera esperado. Qué rabia me dio...

 

Me levanté a esperar con los brazos abiertos a Clara. Y por fin la vi aparecer, era la 01:21. Iba con José Luis, que después de haberse metido entre pecho y espalda el Maratón de las Tucas, la estaba acompañando en el segundo bucle. Sergio Lanuza no estaba porque se había quitado la inscripción. Con Clara me explayé, me daba mucha alegría verla bien, la carrera tan buena que estaba llevando y la espinita del año pasado tan a lo grande que se estaba quitando. Charla que te charla, Nancy Belinchón llegó (no la conocía más que a través de redes), y a la media hora más o menos Luci.

 

Me despedí de Clara, no sin darle antes un nuevo abrazote, y me fui a hablar con Luci. Tenía mucho sueño, pero no quería dormir, decía que si dormía, no se recuperaría. Yo le decía que unos minutos no le vendrían más, por la experiencia en la VDA. Una andaluza que había llegado juraba y perjuraba que los microsueños no podían ser de más de 5 minutos, pero os digo yo que cuando afrontas la segunda anoche, cinco minutos no sirven de nada. Luci hizo unos mini descansos, me juró que ahora ya no la volvía a hacer (con esta iban tres GTTAP), y se marchó, con su pelazo tan característico y que la hacen única.

 

Me preocupaba Rosana. A Rosana la conocí en 2019, el año que me retiré de esta ultra en Eriste. Ella iba con una amiga mucho más joven de la que acabó tirando para finalizar. Es una corredora veterana que sigue con sus trenzas, y volví a verla en la Gran Maratón de las Montañas de Benasque donde le surgían dudas de si ir o no ir a esta edición. Había ido viendo sus tiempos de paso y había aflojado un poco al final, hasta había preguntado por ella a los corredores que pasaban, que me decían que les sonaba, que se había parado en la Forqueta, que no estaban seguros...

 

Por eso, verla aparecer a las 02:11 de la madrugada, no sólo a ella, si no a Lucas, doctor Lacas que le llaman, del grupo 07:45, fue una alegría doble e inesperada. No sabía que Lucas corría. Se habían conocido en carrera y habían tirado el uno del otro. Ambos habían estado con vómitos, y aun con todo, habían encontrado fuerzas para tirar para adelante. Fue emotivo verlos, les di todos los ánimos del mundo, y cuando se encontraron con fuerzas, se marcharon. Rosana estuvo hablando un rato antes con Montse, que la examinó y le preguntó para ver si realmente se encontraba bien para seguir. La verdad que estaba tocada, no llevaba comida en el cuerpo, y ya de por sí es muy delgada, pero se había quedado en el espíritu de la golosina.

 

Ahora sí que me retiraba a intentar dormir un poco hasta las 4 de la mañana, que era la estimación de llegada de los últimos corredores. Y sí que me dormí, acabé soñando con carreras, campanas en meta y todo mezclado. Poco después de las 4 de la mañana, Ángel me despertó, habían llegado los últimos junto a Flora, incombustible escoba del segundo bucle, y otro escoba más al que no conocía. Sin embargo, la salida no era inmediata, querían descansar hasta las 5, así que aproveché para prepararlo todo y dejar las cosas que no iba a necesitar en el refugio (me las llevaba Manolo a Benasque).

 

Tomé un café, unas magdalenas brutales que había traído Montse (había sido su cumpleaños y nos había traído también merienda), y ya nos preparamos Ángel y yo para salir con Flora, el otro escoba y los dos últimos corredores. Un corredor, Juan Manuel, había estado amodorrado perdido y salió un poco antes, le dije que si quería que salíamos todos juntos, pero prefirió salir antes. La alegría le duró poco: los dos hombres con los que íbamos salieron con mucho brío del avituallamiento, tanto que enseguida alcanzamos a Juan Manuel, y ya nos pusimos a su par.

 

Juan iba agotado. De cuando en cuando aflojaba el ritmo, o se paraba. Decía que el corazón le iba a toda pastilla, pero ya conocía la carrera, la había hecho unas cuantas veces pero ahora le pillaba en peor forma, según nos decía. Yo llevaba el track en el reloj y aunque estábamos en tiempo, no íbamos muy sobrados. Ahí hacía yo de poli bueno (como Michel Borrás en 2018), y Flora de poli malo (como Scofield ese mismo año): uno me decía que si no corría, no llegábamos, y el otro que tranquila. Al final fueron el tándem perfecto para que cumpliera mi objetivo. Y nos propusimos que Juan terminara, siempre y cuando las fuerzas le acompañaran.

 

La subida a Estós es llevadera siempre y cuando vayas fresco. A Juan le costaba, pero hacía cuentas mentales y decía que le daba tiempo. “Pero tienes que correr en la bajada”, decía Flora. Era verdad, era la mejor forma de ganar tiempo. Poco a poco alcanzamos lo alto del collado (08:14 del domingo), donde estaban los chicos del control, y emprendimos la bajada. Juan se animó, y bajó con más brío. Yo me quedé un poco para atrás, y en esto que pisé mal una hierba y acabé haciendo la croqueta, mis piernas no tienen remedio, bulto en la pierna y futuro moretón al canto...

 

Alcanzamos por fin el refugio (09:50). Hasta las 2 de la tarde, hora de cierre, había tiempo, y desde luego que pintaba que iba a terminar bien, pero nos propusimos que aprovechara la (casi) total bajada a Benasque (con algún llaneo y alguna rampa), que entrara un poco antes (porque cerca de las 2 ya corríamos el riesgo de no ver el arco de meta), y que evitara el calor todo lo posible. Un calor que no daba tregua, otra vez. En el refugio comimos, me dieron pomada para el golpe, y ahí se unió a nosotros Ricardo, que había estado de voluntario en ese refugio. Nos habló de las largas colas para el agua en el maratón de las Tucas, la verdad que es un refugio con muchísimo trasiego de gente.

 

Medio trotando, medio riendo, hacíamos bromas, le decíamos a Juan que nos iba a aborrecer, él nos agradecía la presencia (Juan Manuel, si me lees, que sepas que era para que se te hiciera lo más llevadero posible), y a veces nos decía “ir tirando que ya voy yo”. Pero no, chiquillo, si precisamente estábamos para apoyarte y auparte en los momentos flojos.

 

Ya se iba notando, ya... Benasque cada vez estaba más cerca. Juan se fue animando y aceleraba el paso. Casi, casi se veía... Entramos en Benasque, la animación era brutal, todos nos aplaudían, pero los honores no eran para nosotros, sino para Juan. Alberto Susín estuvo un rato transmitiendo en directo, con un Juan Manuel que se aceleraba cada vez más.

 

A lo que nos quisimos dar cuenta, ya entrábamos en el pueblo. La gente nos aplaudía a rabiar, y nosotros señalábamos a Juan Manuel, que era el que se estaba arreando la carrera entera. Los amigos y familia del corredor aparecieron, y conjuntados, le fueron acompañando en la recta final, mientras los escobas nos quedábamos atrás en un segundo plano, cediéndole el protagonismo más que merecido.

 

Añoraba esa entrada por la avenida de los Tilos, el año pasado estuvo muy desangelado por las circunstancias. Y por fin Juan Manuel cruzó la línea de meta, en algo menos de 37 horas (36:43:21, hasta le había sobrado tiempo). A continuación entramos los escobas, y nos recibieron con un cariño y un calor espectacular. Fue emotivo, nos abrazamos entre todos y luego le dimos un abrazo inmenso a Juan, que se lo había ganado a pulso.

 

Hacía mucho calor, y cuando terminamos, nos fuimos a tomar una cerveza en la barra que habían puesto cerca de meta. Me encontré con Clara, que había hecho podio en su categoría, y había logrado terminar en un tiempo pero que muy bueno (32:15:21). También vi a Rosana, que junto a Lucas, lo había logrado (y que también se había subido al podio). Y ya después me fui a la Escuela de Montaña de Benasque, donde me duché y por fin comimos juntos todos los voluntarios en plan tapas y picoteo. Ahí pude ver a Choche, al que no había visto porque él es voluntario en el collado de Salenques.

 

De vuelta en el coche, seguimos comentando todo lo vivido. Para mí había sido una preciosa experiencia, a veces hay que estar del otro lado para valorar más aún, si cabe, la labor desinteresada de los voluntarios, que nos regalan su tiempo, la mejor de sus sonrisas, para que estemos lo mejor posible, que no nos falte de nada, para darnos comida, para darnos agua, palabras de ánimo y aliento. Porque, al fin y al cabo, nosotros estamos practicando nuestra afición, y ellos nos están regalando su tiempo para que lleguemos lo mejor posible a meta. Además, esta aventura me había permitido conocer un poco más a Flora, que es una tía cojonuda (ya casi queda lejos aquella primera ultra de Sobrarbe que compartimos en 2017), y cómo no, a Ángel, que es mi ángel particular en muchas carreras (y que espero que lo sea en el Aspe en la Canfranc – Canfranc). Por no hablar de las personas tan majas con las que tuve el honor de compartir avituallamiento. Se pasó el tiempo volando….

 

Agradezco mucho haber vivido esta experiencia, creo que era que necesitaba, algo muy enriquecedor, y que no descarto repetir. GRACIAS POR TODO.

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