A LA SEGUNDA VA LA VENCIDA. CRÓNICA DE UN MEDIO IRONMAN

sergiopineta
Triatlón y Duatlón
25/10/2016

Eso es. El primero por fin a la saca. La versión corta es que después de fallar el que iba a ser mi primer triatlón en distancia medio ironman en Salou, tan preparado, tan esperado y tan gafado, al final me he quitado la espina con el de Empuriabrava, hace apenas una semanita. Cinco horas y cuarenta y cuatro minutos de revancha personal. Esta es la versión sintética. Si eres de los de ir al grano es mejor que te detengas en este primer párrafo, y si no es así, sigue leyendo, que viene tocho en tres partes con transiciones incluidas. Elige tu propia aventura.

 

Parte 1. Haciendo ensayos en el olímpico de Tarazona.

 

No es muy canónico lo de meterse un triatlón olímpico a una semana del de media distancia que llevas preparándote seis meses, pero como no quería llegar a Salou totalmente novato en transiciones y sensaciones triatleteras, me apunté con ganas al de Tarazona, con la simple idea de ir tranquilo y ver cómo me salía todo el rollo de parafernalia logística que conlleva este deporte. De tranquis y probando materiales (por ejemplo, el neopreno tenía sólo un uso de prueba en la piscina y otro en las aguas caribeñas de La Sotonera con Fran y Tony). Además Triatleta de Barrio y la Srta. Pili se habían apuntado y también iban a hacer Salou, así que donde va Vicente…

Lo que parecía un paseo después del tute de todo el año se convirtió (¡oh día de aciago, oh arrebatado fin!) en algo más complicado por culpa de unos garbanzos a la riojana del Mercadona. Resulta que con el hambre y las prisas que se tienen por meterte algo sólido en el estómago cuando vuelves del curro, la lata apareció en mi armario cual visión celestial y me la zampé entera. Craso error. Al poco estaba con una tiritera fantástica y acordándome de la familia Roig al completo mientras visitaba la taza del váter cada quince minutos.

 


 

La polémica lata de Hacendado. Nunca mais.


 

¿Qué probabilidadades hay de pillar un virus intestinal por una lata chunga? Si a alguien le interesa el cálculo matemático o la ruleta riojana, que me lo diga que guardo otra del mismo lote. Pues eso, que era miércoles y el domingo tenía triatlón en Tarazona. Me quedaban menos de cuatro días para superar la bajona intestinal y la fiebre a base de agüita de limón, arroz blanco y patata cocida. La dieta ideal para el triatlón vegano. Como soy muy cabezota pillé los bártulos y me presenté en Los Fayos dispuesto a nadar tranquilo y llegar de los últimos. Mientras subía la cuesta de la presa empecé a sudar como Falete en una sauna y el pulso se me disparó, pero como soy razonablemente insensato mandé los malos pensamientos a tomar por saco.

Hay que decir que el de Tarazona es un tri que merece mucho la pena. Está cerca, bien organizado, el ambiente en el pueblo es súper y el recorrido, aunque duro por el desnivel de bici y de carrera, está bien elegido. Ese casco antiguo tan chulo, la T2 en la antigua plaza de toros, los bares de tapas al alcance de la mano… Cuando me embutí en el neopreno me puse a mirar el recorrido de natación con mis ojos de miope, lo que equivale a ver poco y guiarse por referencias como “la montaña grande esa del fondo” o la “otra montaña grande de al lado”, vamos, con decir que al final me fui hacia una canoa amarilla porque pensaba que era la última boya está todo dicho. Se trataba de hacer los 1500 metros dando dos vueltas a un circuito marcado por tres boyas bailarinas. El cierzo soplaba fuerte, así que además de agua picada teníamos boyas que se iban moviendo y acercándose cada vez más a la pared de la presa.


 

El hijo de la Carmen es el fotógrafo, ¿eh?


 

La salida se hacía desde dentro del agua. Fue oír la bocina del juez y los nadadores que tenía detrás me pasaron por encima como una ola (Rocío Jurado always on my mind). Tiento de agua al fango arcilloso con aroma de carpa y parón para recolocarme un poco. En cuanto vi que los rápidos se fueron comencé a pillar mi ritmillo tranquilo. Al final las boyas se movían tanto que no sé cuánto nadamos, sobre todo yo que las confundo con canoas y tengo la tendencia a escorarme a la derecha si me descuido. La transición la hice sin prisas. Comenzaba una subida de unos 15 kms donde pillé a la Srta. Pili e iba alcanzando a bastantes ciclistas. Esta es mi parte fuerte, sobre todo porque me he estado preparando para mi primera QH y le he dedicado más tiempo y ganas (https://www.andandaeh.com/cronica/quebrantahuesos-2016 aquí para la cónica pedalera). Aunque me notaba bastante flojo iba recuperando posiciones, emocionándome hasta que tras la bajada del Moncayo me encontré con el sopapo de aire en contra.

 


 

Gran ambiente en Tarazona

 

En Tarazona el circuito era a tres vueltas por las calles de la ciudad con tachuela intermedia incluida. Las dos primeras vueltas las hice corriendo pero la última me puse a andar en la zona más empinada, comprobando antes que no había ningún fotógrafo cerca, por supuesto. Al final salieron menos de tres horas totales y 10 kms a pata con un buen ritmo de 4:50, así que a pesar de los estragos de los garbanzos la prueba me satisfizo. Me había organizado bien en las transiciones y todo había funcionado. Quedaba sólo una semana para recuperarme e ir normalizando la dieta poco a poco.

 

Parte 2. A Salou hemos de ir.

 

Ya está, ya está. Nervios, tensión, emoción, ganas de hacerlo bien, la primera vez que visitaba este mítico centro veraniego… Y el estómago no bien del todo, por desgracia. Allí nos íbamos a juntar los andandas Fran, Tony, Jorge, junto a la Srta. Pili, Triatleta de Barrio y servidora. Buena representación maña. Yo fui como la versión de Martínez Soria en El triatlón no es para mí: ahí va que casco, co,… eh, ¿has visto esas cabras?..., qué lenticulares, tú… ¡ostrás, el Iván Raña! ¡Qué pasa, majo! De nuevo los preparativos, dejarlo todo en los boxes, miles de revisiones,… Ambiente triatletero internacional 100%. El madrugón fue tenso porque el desayuno me entró con problemas, me notaba hinchado y me forcé un poco ya que sabía que era obligatorio pero el cuerpo lo admitía a regañadientes.

 

 

Al llegar al agua había caras de preocupación: el viento soplaba muy fuerte, había olas y los globos que señalaban las boyas estaban tan tumbados por el aire que no servían de nada. Mi esperanza de orientarme decentemente al garete. Tardamos algo en salir, la cosa estaba un poco complicada y nadie quería que convirtieran un tri en un du echando por tierra meses de entrenamientos y esperanzas de novatos como yo. Al final se dio el visto bueno y comenzamos a nadar en olas. Este sector fue movidito, lo más parecido a una montaña rusa acuática, aunque quitando un par de tragos de agua fría y la desorientación, me sentí relajado en todo momento.

 

 

La transición fue bien, cogí la bici y empecé a darle con ganas, pero notaba que algo con el estómago no funcionaba del todo. Iba cogiendo a mucha gente y me animaba al cruzarme a mis compañeros en dirección contraria, mientras las molestias se hacían cada vez más fuertes. Los ritmos no salían. Tenía el estómago hinchado, me dolía bastante y lo peor de todo es que no me entraba la comida y el agua me daba arcadas. Me obligué a beber, sobre todo al principio, pero acabé por desechar la idea. A ver si con algo de tiempo se me pasaba. Los kilómetros fueron pasando y la cosa no mejoraba. Bebí muy poco. En principio no quería dar nada por perdido, pero me entró la bajona pensando en que no podría acabar de acuerdo a los entrenamientos y la dedicación que le había metido a este triatlón.

 

 

Tras la bici tocaba correr con la idea ya de terminar como fuera sin importar el tiempo. Sin embargo el dolor de estómago no sólo seguía sino que iba a más: quizá fuera una mezcla de todo, de no estar recuperado de la lata del Mercadona, de los tragos de agua fría, de los nervios… Di una primera vuelta al circuito de 5 kms que se me hizo eterna. Piernas flojas y tripas fatal. Al inicio de la segunda me metí en uno de esos baños portátiles a ver si se realizaba el milagro… pues no, el dolor de estómago no tenía nada que ver con la posibilidad de aligerarse. Lo estaba pasando mal y ya no me divertía nada estar allí. Hubiera podido sobrellevar dolores musculares, pero las molestias intestinales se me estaban haciendo muy pesadas, y empezaba a sufrir también por no poder beber. Así que lo tuve claro. No quería arrastrarme así casi 15 kms más. Abandoné. A las tres horas ya tenía localizado el triatlón en el que me iba a inscribir para intentarlo de nuevo. Cabreo personal enorme pero otra nueva ilusión en octubre. Antes era posible lograr inscribirse en un triatlón de larga distancia porque ya estaba todo vendido, y además veía el veranito de por medio…

 

Parte 3. Y en Empuriabrava sonó la flauta.

 

Tenía que ser sí o sí. Allí estaba con Tony, que se apunta a un bombardeo, a una semana de haberse zampado más de 100 kms en Guara. Él insistía en acabar como fuera y yo también; él porque decía que a finales de temporada lo único que quedaban eran los posos en el fondo del barril y yo porque pensaba lo mismo sólo que además tenía una cuenta pendiente que tenía que saldar aunque fuera con una pata. De hecho me había pillado un pequeño resfriado el viernes anterior y no estaba dispuesto a admitirlo, sólo pensamientos positivos: aguantar, aguantar, aguantar, el mantra de Nacho Vidal.

El sábado en Empuriabrava nos dimos un buen susto: el mar estaba picado, soplaba fuerte el viento y a las tres de la tarde no había nada montado. ¿Pero no se sale de aquí? ¿No era el check-in a las 19:00? ¿Es que han visto las previsiones para mañana y ni siquiera se han molestado en levantar el chiringuito porque saben que lo van a suspender? Paranoia total. A las cuatro aparecieron cinco tíos con unas vallas. Vaya, ya se pueden dar prisa. En la charla nos dijeron que la previsión para el domingo era buena, que el mar estaría en calma y que el viento iría subiendo poco a poco, lo que acabó siendo cierto y sufrimos sobre todo en la tercera vuelta de bicicleta. Mi consigna era dosificar al máximo: llegaba ya muy pasado (o escaso de forma) después del verano y de la preparación concentrada en la primera mitad del año, y había que acabar a toda costa.

Calma y tranquilidad: nadé procurando relajarme y salí de los últimos, después de haber esquivado un banco de medusas grandes como cabezas de crío (con mis gafas graduadas del Decathlon ni un desvío ni medio); hice una T1 lentísima, aprovechando para secarme bien, tener todo en su sitio y casi casi montar una tienda de campaña de paso; en la bici fui manteniendo el ritmo por un circuito llano pero estrecho y ratonero; la T2 volvió a ser a ritmo de bolero; y la última parte corriendo se me hizo larga, especialmente los primeros 5 kms hasta acostumbrar las piernas, pero luego fluyó todo despacio aunque sin problemas. Las imágenes siguientes así lo muestran, con un final en el que me emocioné un poquito y que pude compartir con un gran compañero de fatigas. Al final una sensación de alegría serena y alivio es lo que me queda, como cuando te atreves a sacar a bailar a la chica que te gusta justo en la última canción del baile. Sí, lo sé. Qué cursi soy.

 

 

 

 

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