LOS 10000 DEL SOPLAO

sergiopineta
Btt
26/10/2015

Y la sensación más intensa fue la de los últimos kilómetros en solitario hacia Cabezón de la Sal, casi de noche, rodando rápido por asfalto mientras veía alguna sombra a los lados de la carretera que todavía te animaba con gritos y aplausos. Después de catorce horas de esfuerzo me encontraba cerquísima de llegar a meta, y se me agolparon las emociones en forma de escalofríos desde la cabeza a los pies y… ¡Señora, oiga, señora! ¡Que no he terminado, que me falta poco! ¿No se bajaba usted en Valdespartera? ¡Oiga…!

Mecachis,… ¿y a quién le cuento yo..? Buen hombre, no, tranquilo, que no soy de Círculo de Lectores, que sólo quiero hacer terapia… ¿Me puedo sentar aquí? ¿Le gustan las historias largas? ¿Sí? Bueno, pues prepárese que ahí va una…

Llegué la tarde del viernes, sobre las ocho y media, a Cabezón a recoger el dorsal. Ya el paisaje por carretera me había emocionado antes de llegar: cualquier cosa verde parece la selva a un paleto de secano como yo. El ambiente de las calles era increíble, con música, gente por todos lados, puestos comerciales…, tanto que me agobié pensando que si ya estaba chungo aparcar ese día, la mañana siguiente sería imposible. Pues no, encontré un sitio céntrico donde dejé el coche antes de la salida sin ningún problema.

En la bolsa del corredor sólo el dorsal, publicidad y una braga rociera que me daría apuro llevar en carnaval… ¿Que usted también tuvo una época confusa de llevar bragas? No, no, no estamos hablando de lo mismo… En fin, que me di una vuelta por el pueblo, los puestos, la salida y me dio tiempo para callejear un poco. Enseguida me fui a mi hotel en Torrelavega, cené y me acosté pronto para descansar lo máximo posible.

A las cinco y media suena el despertador y vuelvo a Cabezón. Llego a eso de las siete menos cuarto, aparco fácilmente, dejo la bici en el coche y busco una cafetería para desayunar un colacao y un trozo de bizcocho casero. Veo a un montón de gente que ya va a pillar sitio a la salida. Hora y pico de espera de pie. Qué ganas. Cuando llego yo tengo tres mil ciclistas por delante. Será la posición que mantendré durante toda la carrera: las últimas dos semanas sólo he podido salir una vez por culpa de un resfriado y la alergia, así que prefiero asegurar terminar y mantener un ritmo diesel constante durante todo el recorrido.


(Este año sí que se han alcanzado los 10000 inscritos entre todas las pruebas)


La mañana está fresca y nublada, así que me voy quedando frío, pero me entretengo hablando con dos gallegos y un chico de Soria. Hay de todo alrededor: un tío con cuernos de vikingo, otro con la gata Alfonsina en el manillar, bicis llenas de barro de hace tres días, mucho buen humor y ganas de empezar. Suena el petardazo y tardo quince minutos en pasar bajo el arco de salida. Menos mal que han puesto el Thunderstruck en bucle, ya que es una tradición que te pone las pilas todavía más.


(Esperando la salida)


(La chuleta con los avituallamientos)

Primer tramo de asfalto, gente que aplaude y en el kilómetro tres y medio el primer tapón en cuanto se entra en el camino. Somos muchos y el espacio poco. Los primeros 25 kilómetros hasta El Soplao son unos continuos toboganes en los que hay que resignarse a bajarse de la bici en varios tramos de subida porque es como entrar en el Corte Inglés el primer día de rebajas. Aún así hay mucha gente que se engorila y pega gritos para que les dejes pasar a toda costa. Veo un par de caídas por culpa de los nervios y los enganchones. Hasta la subida por carretera a El Soplao no se consigue un poco de espacio para rodar cómodo.


(Tapón antes del kilómetro 4)


(Empujabike entre eucaliptos)

El Soplao son 6 kilómetros de subida tendida que se hacen con facilidad, una continua serpiente de ciclistas hasta el avituallamiento situado al final. Allí me como un plátano, meto otro al maillot, pillo un pastel de chocolate, isotónica y para abajo. La bajada tiene algún trozo roto, hay mucha gente y mejor hacerla con cuidado. Veo a mucho fitipaldi que pierde bidones por todos lados.


(Avituallamiento en El Soplao)


(Bajando El Soplao)

Empieza a salir el sol, empiezo a sudar y me tendría que parar a quitar ropa pero me da pereza. Al final del puerto hay un trozo de carretera para empalmar con el camino de subida a Monte Aa, unos 8’5 km con rampones iniciales en cemento muy duros y luego pendiente tendida y constante hasta el final. Los puertos por esta zona parece que están al revés y diría que son todos así en esta ruta: los mayores porcentajes van siempre al principio y a medida que llega el final se van suavizando. Llego bien al final y bajo con tranquilidad por una pista entre bosque con muy buen piso. No bajo despacio, pero la gente se emociona y te adelanta por todos lados. Hace sol, el terreno está seco y se levanta una gran polvareda. ¿Dónde está el barro del infierno cántabro?


(Tapón para cruzar el puente de Ruente)

La bajada termina en el pueblo de Ruente, donde hay que cruzar el estrecho puente viejo de uno en uno, que sirve de photocall muy cuco pero que crea otro tapón impresionante. Sigo sudando como un cerdo, pero como hay un hayedo idílico con sombra y riachuelo hasta el avituallamiento de Campa de Ucieda, decido quitarme la ropa que me sobra allí. Demasiado tarde: en la subida de 12 kilómetros a El Moral me van a dar calambres en cuanto intente ponerme de pie. Lo importante es que hay bocadillos de jamón y subo con la tripa llena, más feliz que una perdiz. Más plátanos y marcha palillera. Es el único momento en el que voy a sufrir de piernas, porque es mediodía, el sol cae de plano y sudo hasta por las uñas. De todos modos los porcentajes son suaves y con paciencia y ritmo me planto arriba. Vistas impresionantes. Por el paisaje de bosques, prados y cumbres todavía con nieve y por los guarros que son incapaces de usar las papeleras. En fin, más de uno se merecería no participar en una cicloturista nunca más.


(Ruente)

Al final de la subida hay un prado donde me pongo a estirar bien las piernas, descanso, bebo, como y disfruto del paisaje. La bajada es muy buena, se hace rápido sin arriesgar y en un plis plas me veo de nuevo en el valle, por carretera unos pocos minutos y de nuevo bocadillos de jamón, plátano y esa bebida que empieza por coca y termina por cola en el avituallamiento de Bárcena Mayor. ¿Qué? ¿Que si me estoy refiriendo a la Coca-Cola? Pues sí, ya veo que está usted atento y no se le escapa ni una. Sigo, sigo.


(Alto de El Moral)

Pues lo que le decía. Ya que ahora empieza la subida más larga me permito perder algo más de tiempo para engrasar la cadena. Son 16 kilómetros hacia arriba hasta el Alto de Fuentes, así que me conciencio en mantener ritmo suave constante mientras recito mentalmente canciones de catequesis. Voy por aquello de “Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta, allá suben las tribus…” cuando veo cuatro cruces rojas pasar junto a mí. Por un momento me siento como Santa Teresa, pero poniendo más atención me doy cuenta de que no es un milagro sino cuatro zaragozanos con su maillot de Cruzados BTT a los que seguiré por simpatía y devoción religiosa hasta la cima. Cuando llegamos se percatan de mí y me dicen “Maldición, muchacho, esto no es como subir a las Planas, ¿eh?”. O algo así. Les presento mis respetos y ellos comienzan la bajada.


(Preparando la bajada desde Cruz de Fuentes)


(Paisaje desde Cruz de Fuentes)


(Bajada de Ozcava)

En la cima el sol ya se ha ido, hay nubes y hace fresco porque es el punto más alto de la ruta. Me abrigo y me pongo los guantes largos. Todo un acierto llevarlos. Al menos al principio, porque al final de la bajada voy a echar de menos el mullido de los cortos: están tan rotos y empinados los últimos tres kilómetros que me duelen mucho los brazos y las manos de ir sujetando el manillar a la vez que voy frenando casi a tope. Además me agobio porque el coche médico va justo delante obligándome a ir reteniendo la velocidad y no es posible adelantarlo. 

Desembocamos en medio del bosque y empieza la siguiente subida: seis kilómetros y medio hasta Ozcava. Son suaves, sin rampas especialmente duras, de hecho llego al avituallamiento del final tan bien que se me hace corto. Aquí la cosa ya cambia: además de lo de los otros tenemos tortilla de patata, café, leche con colacao y caldo de pollo caliente, ideal para Soplaos fríos. Me tomo algo de caldo, repongo plátanos, y como a estas alturas ya no me entra la isotónica ni el agua, relleno el bidón con esa bebida gaseosa que empieza por… con cocacola, vamos. ¿Qué cuanto me queda buen hombre? ¿Pero no decía que le gustaban las historias largas? Bueno, bueno, no se preocupe que me queda sólo el último puerto.

Bueno eso es lo que creía yo, porque al dar una curva descubro otros dos kilómetros de subida. Normal que se me hubiera hecho tan corto. Paciencia. La mierda de los ciclistas es cada vez más frecuente. Incluso veo cámaras tiradas por el camino. Como ya no voy tan lúcido ni tan contento empiezo a desear cosas muy malas a esos puercos. No me explico que se desprecie de esa manera la belleza de un parque natural ni el trabajo de tantos voluntarios de la zona que luego tendrán que pasar la escoba. He leído que la organización está acostumbrada a pagar multas de más de 3000 euros cada año por ensuciar una zona protegida. En fin. Dándole vueltas a estas cosas se me hacen más cortos los más de 12 kilómetros de bajada sin tregua hasta Correpoco. Termino con los brazos supercargados.


(Correpoco)

Correpoco hace honor a su nombre: unos cuatro kilómetros de sendero lleno de pedrolos que hay que sortear haciendo encaje de bolillos. La parte más lenta del recorrido. A estas alturas se me hacen eternos por el desgaste mental y por todo lo que hay que ir tirando de brazos y torso. Cuando termina nos plantamos en la base del Negreo, una subida de 6 kilómetros con unas rampas iniciales brutales. El más temido por ser el último.

Como hay avituallamiento en la base me paro para ir concienciándome. Hacia lo alto veo un reguero de ciclistas en fila con los riñones al jerez. Mejor me centro en las tapas de lomo a la plancha. Me tomo tres. El dulce y la fruta ya no la tolero. Relleno el bidón con burbujitas de color caramelo… Le doy un ibuprofeno a un compi que me pregunta si llevo. Tengo ya la convicción de que lo voy a terminar pero estoy tan cansado que me cuesta salir. Remoloneo. Una chica me ofrece más lomo. Me pillo otras dos tapas. Subo a la bici y vuelvo a bajar en seguida: rampas de cemento que hago a pie pero más digno que la Pantoja entrando en la cárcel. Luego llega el tramo de tierra, muy roto con un único lado bueno para pasar. Voy con la reserva, me concentro en la rueda delantera, me concentro, me concen…, me…, ¡coño, ya estoy arriba!

La niebla aparece, empieza a anochecer, me abrigo, saco la luz trasera y el frontal y comienzo con una sonrisa los últimos 20 kilómetros de bajada hasta Cabezón… Esquivo a unas vacas que han salido en medio del camino. Doy todo lo que puedo con la adrenalina a mil. ¡Esto está hecho, payo! ¡Ya está, ya está! La llegada a Cabezón llena de gente que te aplaude, te anima como si fueras el primero, es inolvidable. Voy lanzando besos a las chicas de los pompones, a las abuelas, a las farolas… ¿Qué le parece, señor? ¿Oiga, duerme? En fin, hablemos flojito y dejémoslo aquí… Para mayor concreción de emociones finales, volver a leer el primer párrafo.


(Shhhhhhhhhhhhh, angelico…)

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