Mi primera maratón (3 años después)

la_hansen
Atletismo
20/09/2016

Mi primera maratón fue en 2013, en Zaragoza. Ya en su momento escribí una crónica para un  blog en el que colaboraba de vez en cuando:

https://mitarjetaechahumo.blogspot.com.es/2013/10/soy-maratoniana.html

El nombre del blog lo dice todo, éramos unas cuantas compradoras que intercambiábamos consejos para comprar en sitios web hasta que humeara la tarjeta. Lo descubrí en 2010, y desde entonces me he convertido en un monstruo de las compras online, así que, sí, la cosa viene de lejos. A día de hoy, con un armario lleno de ropa “normal”, mis compras son más bien en el ámbito deportivo. Ya no colaboro, pero le tengo cariño, porque me permitió conocer a grandes personas que se convirtieron en amigas.

Era una crónica algo corta quizá en comparación con las que hago ahora, así que, a pocos días de la que será mi cuarta maratón, la cuarta en Zaragoza, pero la primera desde que entreno en serio con el grupo del pelirrojo, quería revivir esas sensaciones y explicarlas mucho mejor de lo que hice, partiendo de la crónica original.

Voy a parafrasearme a mí misma… Allá voy…

Para mí, una maratón es la carrera por excelencia, la carrera con mayúsculas, en negrita y subrayado. Es cierto, hay muchísimas carreras a día de hoy (ni qué decir que por aquel entonces ni conocía los trails duros de verdad), mucho más bonitas, mucho más duras. Pero para mí el maratón tenía un encanto, un embrujo especial. Me venía a la cabeza la primera maratón femenina disputada en unos juegos olímpicos, esas imágenes que todos recordaréis de la suiza Gabriela Andersen tambaleándose hasta la meta, bajo un sol de justicia, y rechazando toda ayuda externa para evitar ser descalificada. Me parecía una barbaridad, pero también me parecía épico, colosal.

Poneros en situación, yo había hecho ese mismo año los 30 km de la del Ebro, con más pena que gloria, pero quise ir un poco más allá con 12 km adicionales. Por eso me apunté al pack media+maratón. Era completamente amateur, ni hacía series, ni cambios de ritmo, y mis tiradas largas se reducía a dos horas corriendo a la marcha, al tran tran. El panorama era desolador, pero cabezuda soy un rato.

Llegó el día D. Lo recuerdo… me levanté a las 6 y cuarto de la mañana, desayuné algo de zumo, una tostada y un par de plátanos. Por supuesto, estaba pero que muy nerviosa y apenas había podido conciliar el sueño. Ese año la salida era desde el Parque Grande, así que tuve que coger un bus y después el tranvía, donde ya me encontré a multitud de locos como yo con sus dorsales. Hablaba nerviosamente con todo el mundo, era mi primera vez y lo notaba. Desembarcamos en el parque grande. La gente iba en grupos, yo iba sola pero hablando con todo el mundo. Entonces sólo había participado en dos carreras y apenas conocía a gente de ese mundillo. Me sentía totalmente desubicada, fuera de lugar y muy nerviosa. Dejé la mochila en el camión que luego me la llevaría a meta. Me puse el dorsal, cómo no visita al baño por si acaso, y a la salida me encontré con un amigo que había estado en la del Ebro. Iba a salir a un ritmo calmado así que iba a intentar salir con él. Ilusa de mí, no conocía nada de ritmos… De hecho sólo tenía un objetivo: acabar. Que no era poco.

Recuerdo perfectamente que noté un brazo en la espalda. Cuando me volví y vi que era mi padre, se me iluminaron los ojos y me dio un subidón. Había dicho que me vería en carrera, pero desde luego no me lo esperaba entonces. Si es que lo pienso ahora y me emociono…

Tras el pistoletazo de salida, conecté el pulsómetro y comencé a correr… Por aquel entonces yo tenía un polar con podómetro en el pie. Rudimentario, la verdad.

Tras medio hablar con mi compañero me di cuenta de que no llevaba el mp3. Yo por aquel entonces siempre corría con música (lo admito, a día de hoy también lo hago en mis trotes suaves si voy sola, y en carreras ya no, aunque hasta hace un años los llevaba), no sabía correr sin ella. La verdad que lo lamenté, si me quedaba sola, se me iba a hacer muy duro, y más en 42 km.

Empecé a correr a un ritmo fuerte para mí, así que en menos de 500 metros, me tuve que desligar de mi compañero. Intentaba por todos los medios encontrar mi ritmo. Me enganché a una mujer y a un hombre, para él primera vez, para ella la sexta, creo. Iban a 6 minutos el km, ritmo razonable. Mi corazón iba demasiado deprisa, pero no le hice caso.

Lo que peor recuerdo de esa maratón, de ese circuito, eran las interminables vueltas por el parque grande. Nunca imaginé que acabaría entrenando por ahí. Ese año creo que fueron las obras del tranvía y eso impidió que la salida y la meta fueran en la plaza del Pilar. Mi padre seguía por ahí, me hizo alguna foto, y me aconsejó que aflojara. En el primer avituallamiento bebí algo de agua, y en el segundo intenté meter una pastilla isotónica en la botella para ir bebiendo de ese mejunje, siempre intentando no bajar el ritmo.

Cuando salimos definitivamente del parque, habíamos recorrido ya 15 km. Fijaos, yo de esto ni me acordaba. No me extraña que se me hiciera eterno. Como sabía que iba demasiado por encima de mis pulsaciones, decidí bajar el ritmo, y eso hizo que no pudiera seguir el ritmo de mis compañeros y me tuviera que desligar de ellos. Un señor me decía que no los perdiera. Yo la verdad que ni podía. Entonces me tomé un gel, aprovechando el avituallamiento, para evitar la pájara, al señor del mazo, o a quien fuera… Ya entonces me dolían las piernas y me notaba calambres. Mal, con todo lo que quedaba. Francamente mal.

En el km 20, cuarto avituallamiento, tuve que caminar para poder comer un trozo de plátano y beber. La media (21 km) la alcancé unos tres minutos por encima de la media de marzo de ese año, es decir, en 2 horas y unos 10 minutos aproximadamente. Entonces aprovechando el botellín que llevaba, me tomé un sobre de magnesio (tarde, la verdad).

Enfilando el paseo de Echegaray y Caballero, volví a ver al incondicional de mi padre, que la verdad valía más que todos los geles e isotónicas del mundo juntos. Me preguntaba que qué tal iba, estaba preocupado por si colapsaba. La verdad que ni sabía cómo iba: los calambres en las piernas eran más que notorios, y quedaba mucho por delante. Entonces entramos en el Casco Histórico, pasando por callejuelas y jaleados por el ambiente de la calle. Alcancé el quinto avituallamiento, donde decidí no tomar nada de nada. Necesitaba ir al baño…

Nos dirigimos hacia el puente de Piedra. Ahí volvía a estar mi padre, me había comprado Red Bull. Le eché un trago, “No te pases que te subirán las pulsaciones”. Me hizo una foto de rigor, y seguí corriendo. Cada vez quedaba menos.

Foto de piritrail, que resulta que es Jordi...

Era el km 27, y a esas alturas de la carrera, mi objetivo era acabar, como pudiera, pero acabar. Desde el km 20 mi ritmo había caído muchísimo, distaba mucho de los 6min/km iniciales, pero mis piernas estaban al límite, por supuesto mucho más que en la Carrera del Ebro de ese año.

Tomé la ribera, y crucé el Ebro por el puente de Hierro. Sexto avituallamiento (km 30). El famoso muro, el señor del mazo. En mi caso, perdí un tiempo considerable, ya que entré en el baño (aunque me advirtieran de su estado, ahí entré), intenté estirar, y me encontré con el compañero que me había sacado ventaja en el km 15. Intenté ponerme en marcha otra vez. Como me hacía falta réflex, les pedí a unas patinadoras que por favor me pusieran un poco, estaban un poco más adelante del avituallamiento. La verdad es que no percibí el muro como tal, porque ya llevaba arrastrando molestias desde hacía demasiados km.

Notaba las piernas como troncos, los dolores eran más que notorios, y estaba cansada. Cuando me quedaban unos 8 km, recuerdo que oí a una animadora de la calle diciéndole a una compañera suya, por lo bajinis, que era complicado animar con lo que aún quedaba. Por desgracia, la oí. Y empecé a echar cuentas mentales. Calculando que como poco iba a 7 min/km, 7x8=56 minutazos como mínimo y suponiendo que mi velocidad era de 7. Se me estaba haciendo eterno, y no acababa nunca. Pensé seriamente en abandonar. Y la pregunta que seguro que alguno se ha planteado alguna vez: ¿Y qué hago yo aquí?

Otra vez de nuevo volvimos a la la ribera del Ebro, km 35 y séptimo avituallamiento. Ya pasaba de geles, de comer, aunque me obligaba a beber algo de agua. Por supuesto, al pulsómetro no le hacía ni caso, estaba mal calibrado y me decía que había corrido más de 42 km. Al menos las pulsaciones eran más bajas, pero cada pierna me pesaba como una tonelada.

Pasamos por debajo del puente de Santiago. Ahí tomamos la Avenida de Ranillas, y cruzamos otra vez el Ebro por el puente de la Almozara, luego pasamos por debajo en dirección hacia la Expo. Vuelta a cruzar el río esta vez por la pasarela del voluntariado, ya la última vez que lo cruzábamos, y giramos a la derecha para tomar Ranillas hasta Valle de Broto. Volvimos por Ranillas en dirección a la Expo. Que conste que tengo todo el detalle de las calles porque elaboré la crónica con el itinerario a mano. Yo creo que en carrera ni me enteraba de por dónde pasaba. A estas alturas llevaba la boca sequísima, aunque había bebido en todos los avituallamientos. Antes de la rotonda de las banderas volví a ver a mi padre. Se acercó a mí y se puso a correr a mi lado (él es bicicletero, correr no es lo suyo), mientras me decía “Campeona, ya lo tienes”. Me emocioné, estuve a un tris de llorar y ni pude de puro agotamiento. Es verdad, lo tenía casi… En el avituallamiento del km 40 nos ofrecieron agua a los dos, creían que corríamos juntos. “A mí no, a ella”, decía mi padre. Eché un trago que me sentó maravillosamente bien.

En ese momento saqué fuerzas de donde no tenía, apreté dientes y tiré para adelante, intentando olvidar los dolores y los calambres… Km 41… km 42, donde volvía a estar mi padre, que corrió a meta para verme llegar. Sólo quedaban 192 m. No conseguí ni esprintar, ni me planteé adelantar a la chica que tenía delante (que por cierto tiempo después conocí), pero ya todo daba igual. Crucé la meta y suspiré aliviada: lo había conseguido. Choqué las manos con Juan Romero (tampoco lo conocía entonces) y fui a abrazarme a mi padre. Sí, era finisher. Casi ni me lo podía creer. Tiempo final: 4 horas largas y 53 minutos. Con ese tiempo, no estaba ni el tato en la meta, porque encima que fuera el recinto de la Expo tampoco ayudaba por lejanía al centro. Por supuesto, no era un tiempazo, ni de lejos, pero en esos momentos, me sentí la persona más feliz del mundo, me sentía triunfal. Ahora entendía a mi padre, el por qué año tras año repetía en la Quebrantahuesos. Y supongo que él me entendía a mí. Esa alegría, esa satisfacción de haber podido completar la distancia de Filipídes. Filípides estaba loco, nenes. Como una regadera…

Dicen que los 30 primeros km se corren con las piernas, los 12 siguientes con la cabeza y los últimos 192 metros con el corazón. Es una analogía muy buena, aunque en mi caso creo que tuve que tirar de cabeza prácticamente desde el 15. Cruzar meta, para mí, fue un momento glorioso, aún lo recuerdo. Emociones a flor de piel y una alegría inmensa. Nunca imaginé que sería capaz, sinceramente. Me dolía cada músculo de mi cuerpo, hasta partes que desconocía que existieran, apenas pude moverme en varios días y bajar escaleras era morir. Pero esa sensación de subidón, el estar como flotando en una nube, me duraron días y días. Pronto los dolores pasaron a un segundo plano, y ya pensaba en la siguiente, mientras esa sensación de felicidad permanecía.

Ya en meta, no quedábamos muchos.

Volví a repetir al año siguiente. Le di un bocado al crono de casi media hora, tardando unas 4h 28 minutos. Durante días estuve buscando crónicas de otras personas, y me topé con la carta de una futura mamá maratoniana de la gran Rosa Balaguer, que os recomiendo leer. Con el tiempo, también la conocí en persona. Y al siguiente, 2015, otra vez, tardando unas 4 h 14 minutos.

Para mí va a ser la cuarta ocasión la del domingo. La primera fue especial, sin duda, y ahora mi objetivo es darlo todo, hasta donde pueda, tras casi un año entrenando con quien se situaba a la cabeza en las carreras, con Iván. Me da hasta vergüenza decir lo que quiero intentar, porque me asusta. Pero, pase lo que pase, sin perder jamás la satisfacción de conseguir este reto, de completar la distancia de Filípides, de ser finisher, acompañada de compañeros de club, de amigos y de compañeros de entrenos. Tengo otro tipo de miedos, pero ese run run en el estómago me vuelve a acompañar desde hace días. En el 2013 probablemente fui una inconsciente, pero la verdad que a ilusión no me ganaba nadie. Y ahora… tampoco.

Sólo me queda añadir unas cuantas palabras:

Mucha suerte a todos los que debutáis en la distancia. Disfrutadla todo lo que podáis, el desgaste al cuerpo es grande pero la alegría de cruzar meta lo compensa todo. Saboread esas sensaciones, y a posteriori, plasmadlas por escrito. Merece la pena. Me lo aconsejó un amigo, le hice caso, y la verdad que las crónicas han sido una buena manera de expresar todas esas sensaciones. Olvidaos del muro, del señor del mazo, olvidaos de todo salvo de disfrutar y de recoger el fruto de vuestro esfuerzo. Sois grandes por el mero hecho de poneros en la línea de salida. Silvi, sé que estás muy nerviosa y asustada, pero no te preocupes, tú puedes, eres muy grande. Eduardo, lo mismo te digo, tienes fortaleza de sobra. Curro, aúpa, va a salir bien… Pilar, estoy convencida de que tu hermano lo hará genial, más a tu lado. Chiquilla, prepara motores para NY. Héctor, a tope. Esto es un pequeño caramelo para Guara. Jesús, nervios fuera y para adelante; Fru, tienes gracia por arrobas, seguro que el ánimo no te falta. Acuérdate de los plátanos, ¿eh?

Mucha suerte a los que repetís en la distancia. Los objetivos cambian, se intenta mejorar y eso supone un sobreesfuerzo. Ojalá se cumplan vuestros sueños, recordad que ante todo no hay que perder la esencia, y sobre todo no olvidéis que quedan muchas carreras por delante. Javi, qué cosas, la de carreras que hemos hecho desde aquellas conversaciones de mi primera carrera del Ebro… han cambiado los objetivos, pero no la ilusión. Jorge el Heavy, mi primer colega runner, Tricas, Juanito, al resto de mi compis, sois muy fuertes y casi no hace falta ni desearos suerte; Gorka, esto no es nada para ti, menudo añico llevas; Jordi, Marquitos, os salís; Quique hipster, las risas con tus momentazos me dan vidilla; Alberto, a por todas; Susi, espero poder ver cumplida tu meta, estás muy fuerte; Iván, espero que consigas tu objetivo, en esos tiempos en los que te mueves cuesta rascar segundos, pero fortaleza no te falta.

Kike, Ibán, Santi... esos miembros del cabras team que están más locos que yo, que me hacen troncharme con sus vídeos... de la mano de Alejandro supe qué era eso del cascarunning, vaya maratón la del año pasado. Jessi, preciosa, eres fuerte, seguro que sale bien, así que toca disfrutar (con un puntito de sufrimiento).

Seguro que me dejo gente, pero mucha suerte a todos.

La crónica la dediqué en su momento a mi padre, y 3 años después, se la vuelvo a dedicar a él, que ha visto cómo en tres años la bestia runner ha ido a más, que espero un día evolucione a bestia ultrera. Mi padre es un pilar fundamental en mi vida y un fiel reflejo de mi personalidad. Que estuviera presente en el 2013 fue muy importante para mí, y por si en su momento no le quedó claro: GRACIAS PAPÁ POR ESTAR AHÍ. Parte de mi cabezonería te la debo sin duda a ti.

Nos vemos el domingo, y espero poder escribir una crónica que irá por todos vosotros.

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