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Carreras de montaña

Mi relación de amor – odio con la ultra de Tena (80 km, no nos dejemos engañar por eso de 8K) empezó en 2018. La prueba, que se estrenaba en 2016, me había despertado ya curiosidad en 2017 (año en el que mi amiga Elsa, la rubia, corrió la maratón de dicha prueba). Gorka y Óscar la habían corrido en 2016, como parte de esa Challenge que no me consta que se haya vuelto a repetir (por algo será), y en 2018, que yo estaba en modo Marquitos BTT (a todo), pues me apunté. Después de Peñalara y GTTAP, pensé que podría ser posible. Pero experimenté mi primer DNF, que por supuesto me tomé muy a la tremenda (ilusa de mí):

https://www.andandaeh.com/cronicas/carreras-de-montana/ultra-trail-valle-de-tena-no-pudo-ser

Y aún lo volví a intentar en 2019. En mucha peor forma, por circunstancias, y además con dos horas menos de tiempo para completar la prueba, por supuesto que no salió:

https://www.andandaeh.com/cronicas/carreras-de-montana/8k-valle-de-tena-2019-o-el-dia-de-la-marmota

Yo normalmente me apunto a las carreras con la idea de acabarlas, como poco (de tiempos no hablo), sé que pueden pasar mil cosas y que podría tener que abandonar, pero mucho se tienen que torcer los acontecimientos para que realmente abandone voluntariamente (lo he hecho dos veces, y bien hecho en ambos casos). También es cierto que cuando voy a algo, tengo en cuenta mucho mis posibilidades reales, que eso de “Impossible is nothing” y demás eslóganes bobochorras para venderte lo que haga falta, me parecen muy cuquis, pero no.

Después de dos intentos fallidos, tocada hacer acto de contrición. Lo cierto es que las circunstancias me lo pusieron a huevo, con una pandemia que ya sabemos todos cómo fue. 

Pero, fíjate tú que no hay mal que por bien no venga. Fruto de esos dos intentos frustrados, decidí abrir el melón de la Canfranc – Canfranc, un melón que no se me hubiera ocurrido abrir jamás. Así que hice la maratón en 2019, la ultra de 75 km en 2020, en 2021 intenté los 100 km, y por fin los completé en 2022. Y luego en 2023 y 2024 estuve entretenida en UTMB. Así que la cuenta pendiente en Panticosa se había visto postergada en el tiempo. Sobre todo en 2023 y 2024 me vino fenomenal, porque la edición de 2023 fue suspendida por tormentas, y en 2024 a las 10 de la noche del sábado tuvieron que neutralizar a todos los corredores que estaban en carrera por ese mismo motivo (tormentas eléctricas).

Fruto del tiempo (y la madurez), fui perdiendo esa manía que le había cogido a la carrera. Fui asumiendo mis puntos débiles (y los fuertes), y, sobre todo, empecé a verla con respeto. Porque a la montaña jamás se le debe perder el respeto, no somos nada ante su inmensidad e imprevisibilidad.

Las veces que me encontraba con Toñi (mi voluntaria favorita del Ángel Orús y del refugio de Bachimaña) me preguntaba que cuándo volvía, y yo le decía que aún no, que tenía que esperar. Hasta que llegó 2025. Siendo el objetivo grande del año las cien millas vascas, la Ehunmilak (el 12 de julio), no era descabellado plantearse la Ultra de Tena a finales de agosto. Bueno, un poco descabellado sí que era, habida cuenta de que mis vacaciones de verano se prolongaban hasta el martes previo a la prueba, pero es que Raúl tiene las vacaciones así, son inamovibles (cosa de su empresa), y las vacaciones son sagradas. No iba a tocar nada de las mismas. Vamos, que "si sale con barbas, San Antón, y si no, la Purísima Concepción". Lo bueno de los años es que te daba una serenidad acojonante para según qué cosas. Y además que, con el trajín de médicos que había llevado en los dos últimos años (no por mí, sino por mis padres), terminar o no terminar era el último de mis problemas.

El caso es que, allá por febrero, me metí en la web de la Ultra de Tena, y vi novedades (era el décimo aniversario de la prueba). La primera era que el avituallamiento de La Sarra (con muchos problemas de cobertura) se desplazaba hasta Sallent de Gállego. Después de eso, segunda novedad, se daba la vuelta a la Foratata al revés de lo habitual, y se pasaba de nuevo por Sallent para después encarar la última subida de Sierra Plana. Esto añadía unos 2 km adicionales a la prueba, y ahí venía la última novedad: añadían una hora más para la finalización de la prueba, aunque a partir de Respomuso. Es decir, los cortes donde me había quedado fuera permanecían inalterables. Todas estas novedades me dejaron con los ojos como platos, y la duda de, como diría José Mota, ¿y si sí? Así que me apunté, aunque me pillase recién llegada de las vacaciones. Yo lo asumía, y con eso me apañaría.

Novedades en el recorrido al pasar por Sallent: en rojo, recorrido nuevo, en azul, recorrido antiguo.

Pasado el objetivo principal de la temporada, la Ehunmilak, me olvidé de todo un poco, desconecté, y en vacaciones, al margen de las pateadas habituales, no dejé de probar nada de nada. Aún cayeron algunas caminatas por montaña (en Mestia y Stepantsminda), caminatas a cierta altura y con algunos repechos majos. Al menos llevé bien las subidas, pero Tena es Tena y sabía perfectamente lo que había.

Y las vacaciones tocaron a su fin. Yo volvía del viaje la madrugada del martes al miércoles 30 de agosto, así que el miércoles tocó lavadoras y visita a mis padres (mi padre estaba francamente preocupado por lo que iba a hacer el fin de semana), y jueves y viernes fui a trabajar (aunque hubiese querido, no pude coger fiesta porque el laboratorio no tenía a nadie). Y el viernes, después de dejar a Raúl en la estación (iba al pueblo), ya me fui hacia Panticosa, con todo meticulosamente preparado. La meteo anunciada no podía ser más buena, y menos mal. El único artículo que se quitó del material obligatorio fueron los guantes impermeables. No me importaba llevar el resto de cosas, que nunca se sabe. Finalmente, la vuelta a la Foratata se daría en sentido antihorario, como siempre, lo que era mucho mejor (la subida es muy empinada, como para planteársela de bajada).

Lo primero que hice fue ir a Panticosa a por el dorsal y a pasar el control de material obligatorio, donde me colocaron el GPS de seguimiento en la mochila. Ahí me encontré con Ana del Molino (que hacía de juez de carrera para la prueba del domingo, que era Campeonato). También hablé un rato con Ramón Ferrer, que me dijo que se veía que yo iba probando distintas carreras, que es lo que él haría también. Me fui a tomar algo con Ana, mientras Jordi, de mi club, llegaba a Panticosa; él corría la prueba del domingo, también sus hijos. Yo dormía en su apartamento de Tramacastilla de Tena. Me encontré a Lurdes Palao y nos dimos un súper abrazo. Compartíamos nervios, que no ritmos. Ella el año pasado quedó tercera (terminó antes de que la suspendieran), y este año iba con nervios y dudas, con ganas de recuperar buenas sensaciones.

Dorsal listo.

Ya terminados todos los trámites nos fuimos hacia Tramacastilla. Cené una ensalada de pasta de Carretilla, que ya había comprado para otras carreras (pero no había consumido), ya que me funcionaba y me sentaba bien. Y me fui para la cama, intentando estar ya durmiendo sobre las 10 de la noche, no mucho más tarde.

A las 3 y media de la mañana me desperté, me tomé un café y ya me preparé con mis mejores galas. Había ido tantas veces al baño el día anterior, que ya no tenía ganas (casi mejor). Tenía nervios, claro que los tenía, pero a la vez la tranquilidad de saber que no pasaba nada. Me fui con el coche para Panticosa, y conseguí aparcar bien, no donde hubiese querido porque ya había coches. Me fui hacia la salida, como hacía algo de fresco, me había puesto un cortavientos (que no el chubasquero, el cual guardaba en la mochila). Mi idea era usar el cortavientos, ya que transpiraba mucho mejor.  En la salida, daban café y filipinos, pero justo en ese momento se habían quedado sin café, y se habían ido a rellenar las cafeteras, así que le birlé un culín de café a un corredor.

No me quería entretener demasiado y me dirigí al corralillo de salido, pasando el control previo, comprobaron que llevaba bastones y como tal lo marcaron en el dorsal (estaba prohibido no portarlos hasta el final). Ya en el interior del corralito, me encontré con Mariano, ex Beer Runner, que la hacía por relevos con Ángel (al que también vi y saludé) y una amiga. A Mariano le tocaba el primer relevo hasta Casa Piedra.

Con Mariano Gallego, ex Beer.

Volví a ver a Lurdes Palao, y ya me coloqué en medio del pelotón. Éramos pocos (119), ya veríamos cuántos llegaríamos a meta. Mantuve puesto el cortavientos, ya me lo quitaría más adelante.

Un pelín más tarde de las 5 (el speaker se enrolló un poco más de la cuenta) nos dieron el pistoletazo de salida. Y me puse a correr, a lo que podía. No estaba demasiado obsesionada con estar delante, sabía que habría algún tapón, pero sabía que el sendero se abría en algunos tramos.

Hay unas descripciones del recorrido que las vi en la web, allá por el 2018. Recuerdo que me las leía un montón de veces, pero eran más poéticas que otra cosa. Ahora la Guía de Carrera compila la información de las carreras, pero no tiene esas descripciones, así que he decidido rescatarlas para ir dividiendo la crónica por partes:

  • PANTICOSA → CABAÑA YENEFRITO

BOLÁTICA Del latín volatica “volador”.

Saldréis de Panticosa dejando atrás el pueblo por un sendero bien marcado, aunque de terreno irregular. Remontaréis el río Bolática hasta el cruce del puente Laulot con la Ripera. A partir de aquí, la vaca, las piedras, el pasto, y un camino que se irá perdiendo a tramos, un paisaje amplio, descampado y volador hasta el saliente rocoso conocido como el Dedo de Yenefrito entrada a este pequeño valle que da acceso al siguiente sector y a los primeros rayos de luz.

7.5 Km / 750 mD+ / 95 mD–     Tiempo máximo 2h

Si hay un tramos en el que se puede correr, es este. Va picando para arriba, es verdad, pero es de lo más llevadero del recorrido. En 2018 lo hice en 1 hora 22 minutos, y en el 2019 corrí más rápido, llegando en hora y cuarto. Al final, es cierto que hay que correr, pero por unos minutos no merece mucho la pena inmolarse. Esta vez llegué en 1 hora 22 minutos, aunque eran las 06:25 (los tres minutos de más de la salida). En el avituallamiento comí, pero no recargué agua, y me enchufé una pastilla de sales, que estaba sudando bastante. Opté por conservar el cortavientos porque en algún tramo me había entrado fresco. Las manos a veces las notaba frías, pero sabía que los guantes hubieran sido demasiado. Salí pitando.

  • CABAÑA YENEFRITO → CABAÑA BRAZATO

CATIERAS Del latín cathedras “sillas”.

Seguiréis vuestro recorrido con Peña Telera al fondo, por un sendero poco definido en la ladera herbosa hacia el Ibón de Catieras. Allí, su verde punteado se mostrará vergonzoso sobre las barreras rocosas y las fuertes pendientes de hierba y roca. Descenderéis a una pequeña mallata, donde un corto tramo de bloques graníticos os conducirá al collado bajo de Brazato. Desde esta cota asomarán los primeros perfiles de granito recortados.

9.5 Km / 1.165 mD+ / 865 mD-     Tiempo máximo 3h

Si bien es cierto que recordaba en líneas generales el recorrido hasta Casa de Piedra, mi mente había simplificado bastante el recorrido, y no recordaba con detalle las subidas o bajadas. Recordaba que, dentro de lo que cabe, no era lo peor del recorrido, pero el desnivel tanto de subida como de bajada no eran despreciables. El problema es que carecía de referencias de paso, y no recordaba exactamente a qué hora había llegado al corte horario (aunque me sonaba que no muy sobrada). Tampoco es un tramo en el que realmente pudiese mejorar, así que procuré darlo todo, pero sin obsesionarme. Corredores a mi par, y algún voluntario, al que le comenté que ya llevaba dos intentos fallidos a las espaldas. “Pues no vas mal”, me decían, pero no me fiaba ni un pelo. Llegué al control a las 9:31, una media hora por encima del corte (calcado a 2019, aunque no lo recordara). Esta vez el recorrido era como en 2019, porque en 2018 se daba un rodeo mínimo. Recargué botellín (el que estaba casi vacío) y el frontal, de momento, lo llevé al cuello (había amanecido hace rato). Me interesaba llegar a Casa Piedra lo antes posible. En este tramo (o en el siguiente), en una de las bajadas, empujé una piedra que acabó cayendo sobre mi tobillo, me hizo un moratón y un rasguño (la costra que se hizo no se me iría hasta días después). También en este tramo (creo), una piedra cayó de lo alto, y yo me aparté, aunque avisaron y se oía a la legua. Menos mal que perdió velocidad.

En 2018 (azul), se daba un rodeo mínimo para llegar al avituallamiento de Brazato.

  • CABAÑA BRAZATO → CASA DE PIEDRA

BRAZATO Bracchium -atum. En el habla corriente, “brazada”.

Habréis llegado a la cabaña de Brazato tras vuestro primer contacto con el granito. El acceso a los ibones perforaos después del GR, es quizás una de las partes más técnicas del recorrido. Habilidad y brazadas discontinuas de equilibrio en esta pequeña muestra lacustre del sector Brazato / Bramatuero.
O Reino d’o Granito… y el ruido del agua os llevarán al ibón de Lavaza, al buen camino y a la Base de Vida situada en Casa de Piedra.

8.5 Km / 560 mD+ / 1.055 mD-     Tiempo máximo 3h

Sabía que ahora venía la parte mala del recorrido que conocía (“una de las partes más técnicas”, dice la descripción, y razón no le falta). Esta vez, después de ya unas cuantas carreras, y algo más de experiencia, sobre todo por los pedrolos de Salenques, pude moverme algo mejor por los bloques enormes de granito que recordaba perfectamente. Siempre se me había hecho bola, pero, sorprendentemente, a lo que me quise dar cuenta, ya estaba enfrentando el camino de bajada. En esa parte de la carrera coincidí con un corredor al que ya había visto en grupeta en el Gran Trail del Aneto del 2021, me dijo que no pudo terminarla.

Me puse a bajar. La primera parte es algo mala, pero no me pareció tan “mala” como otras veces. Iba ayudándome con los bastones, y enseguida llegué a la parte de las zetas. Miré la hora, debían ser sobre las 11:30, y empecé a ver la luz al final del túnel. Me puse a trotar por las zetas, intentando ganar tiempo, pero con cuidado de no tropezarme. Pasé junto a senderistas y también voluntarios de bajada, a los que les decía una y otra vez que esta vez sí tenía que salir. Durante la bajada, un corredor veterano y malagueño iba apurado porque creía que el corte horario era a las 12:00. Le dije que no se preocupase, que el corte era a las 12:30, que me lo sabía pero que muy bien. Se relajó un poco, porque íbamos a llegar de sobra.

La parte final de zetas cambiaba ligeramente con respecto a mis veces anteriores. Esta vez, pasaba justo enfrente del balneario, y vi a unos cuantas personas relajándose en la piscina exterior. “Vosotros sí que sabéis”, les dije al pasar. Realmente, me daban envidia. Creo que era de las mejores bajadas de las tres que había hecho, era mucho más directa (o esa sensación me dio). La del 2019 era terrible porque se daba una vuelta del copón hasta que llegabas.

Por fin llegué al avituallamiento a las 12:08. Ahí estaba de voluntario Alfonso Medina (creo recordar) y también Carlos Morte, el de los rizos. Por primera vez, empecé a tener esperanzas reales. Ahí estaba Jordi esperándome (me dijo que probablemente se pasase). Paré lo justo: recarga de agua de los dos botellines, tirar basura, comer algo, sacar las gafas de sol, plegar el cortavientos (hacía bastante calor), y guardar el frontal hasta la noche. Mojé la cinta de la cabeza y salí en menos de 10 minutos. 

Comparativo de bajadas: en azul, la del 2018, en verde, la del 2019, y en rojo la de 2025.

Llegando a Casa de Piedra.

  • CASA DE PIEDRA → REFUGIO BACHIMAÑA

GARMO NEGRO En Bal de Tena, montaña alta y escarpada.

Mundo diabólico de obeliscos dislocados nos diría Henry Russell.
Incertidumbre y Wilderness …

11 Km / 1.635 mD+ / 1.110 mD-     Tiempo máximo 5h30′

Tela con la descripción para el recorrido que tenía ante mí. Jordi me acompañó parte de la subida, hasta la zona de la mallata alta. Iba muy ligero, esos senderos se los conoce como la palma de la mano (él hizo la ultra en 2018 y además va mucho a Tramacastilla). Me hizo unas cuantas fotos (serían las únicas que tendría de toda la carrera), ya que sabíamos que Monrasin ya no estaba en la mallata alta (nos lo había comentado un corredor de bajada). Retransmitió al grupo de Andadaeh mis inquietudes, y es que esta vez sí que me veía para terminar.

Sube que te sube.

Aunque hacía calor, a ratos soplaba el aire y era muy llevadero, así que me metí caña. Ya Jordi me dejó en la zona de la mallata, ahí me puse algo de crema solar en antebrazos y parte de atrás de las rodillas, y seguí subiendo con ganas, con tantas, que incluso di alcance a algún corredor. Rellené los botellines en las corrientes de agua (sabía que no me pondría mala). Volví a remojar la cinta. Un corredor miraba hacia arriba, asustado, pensando que teníamos que subir al quinto pino. Le dije que no, que, si se fijaba, se veía una especie de cresteo y que se podía distinguir por donde bajaríamos (luego me di cuenta de que se subía más de lo que esperaba, espero que no me odie ese corredor). Encaré la parte final a la zona de cresteo, y ahí guardé los bastones, para tener las manos libres y poder trepar en algunos tramos. Por fin coroné la cumbre, a las 14:50 (vs 15:35 en el 2019). Si bien es cierto que, en conjunto, fue la subida más rápida de las tres, el ataque final a cumbre (y más que nada porque no llegaba) lo hice pelín más rápido en 2018. Tenía 2 horas y media para bajar, esperaba poder llegar. Sabía que iba a llegar, qué narices.

Con los bastones guardados, enfrenté la primera parte de la bajada, pero pronto los volví a sacar para apoyarme en ellos. Algún corredor al que había adelantado bajando, me alcanzó. Yo esperaba estar prácticamente en la cola, pero tampoco me importaba demasiado. La primera parte siempre voy muy lenta. Tuve un pequeño resbalón y me hice una herida en la mano que limpié con una corriente de agua. Al otro lado del collado oí mi nombre, era Carlos Morte, que estaba haciendo de escoba, con los últimos corredores de la carrera (muchos se retirarían o no llegarían).

Subida y posterior bajada del Garmo Negro, comparativa de los tres años (rojo en 2025, azul en 2018 y verde en 2019).

El sendero tarda en mejorar y nunca ves el momento de llegar al refugio. Yo ya estaba curada de espanto por las otras dos veces. Tramos buenos, tramos malos, tramos peores, algún pedrolo, más pedrolos, un cacho de césped, así casi hasta llegar al refugio. Dejé pasar a una corredora que iba mejor que yo, y ya pronto alcancé la última subida, estaba ahí mismo el avituallamiento. Comencé a caminar por la pasarela de conexión, y cuando vi a lo lejos a Toñi, mi voluntaria favorita de Bachimaña (y Ángel Orús), comencé a chillar de alegría “Toñiiii, esta vez sí que sí”. Y me puse a correr como si no hubiera un mañana.

Entré al avituallamiento bailoteando, eran las 17:10. No es que fuese sobrada, ni mucho menos, pero esos 20 minutos sobre el corte horario me hacían tener esperanzas. Porque en el 2019 había llegado a las 6 de la tarde (18:35 en el 2018, cuando el corte era a las 18:30). Toñi y yo nos dimos un abrazo, me ofreció caldo, pero lo que me pedía el cuerpo era nocilla. Ahí estaba Susi, ejercía de escoba en ese tramo. “No te quiero ver”, me decía. Yo tampoco, desde el cariño, jajajaja. Recargué botellines y no tardé mucho en salir, me quedaban unos cuantos km por delante, y un universo nuevo ante mí, salvo Foratata (que ya me lo conocía).

Llegada al refugio de Bachimaña, volviendo sobre mis pasos para seguir la carrera

  • REFUGIO BACHIMAÑA → REFUGIO RESPOMUSO

BACHIMAÑA Vallmanya, Valle Magna. Grande en tamaño e importancia.

Continuaréis por el GR 11, por explanadas de hierba y numerosos cursos de agua que habrá que cruzar. Masas rocosas hasta los ibones azules; deteneos y os sentiréis diminutos, avanzad y os sentiréis humildes… hasta Tebarray, punto equidistante entre los esquistos, el mármol y el verde de Respomuso cada vez más cercano.
Imperdonable llegar a este punto y no detenerse para observar la marmolera de los Picos del Infierno.

9.5 Km / 725 mD+ / 765 mD-     Tiempo máximo 3h30′ç

Volví a abrazar a Toñi, y volví a cruzar la pasarela. A mi par estaba Antonio, un corredor jovenzano, de Murcia. Toñi le dijo, “Ve con ella que termina seguro”. Antonio, según me dijo, llevaba un año corriendo carreras por el monte. Le miré y le dije, “¿Y te apuntas a esto?”. Me dejó loca. Había practicado atletismo de más crío, y había hecho alguna carrera por montaña, pero no tantas (ni tan largas). La corredora de la bajada se quedó ahí. No lo sabía, aunque lo intuía, pero Antonio y yo éramos los últimos. Lo que sí sabía es que no me podía despistar ni una miaja si quería llegar a terminar la carrera. Agobiaba un poco, pero estoy acostumbrada (él no tanto).

Al principio Antonio cogió delantera, yo me quedé rezagada (tenía que mear). Iba mirando de cuando en cuando hacia atrás, por si veía aparecer a los escobas. Me daba pánico Susi, la quiero un montón, pero tiene mucha mala leche. Y no, no nos queríamos ver, al menos ahí. Ya pronto alcancé a Antonio, el camino lo compartimos con unas ovejas que se cruzaban por delante y a las que tuvimos que esquivar/esperar. Antonio me hablaba de ritmos, y de sacar 5 km en una hora, y yo me eché a reír, suerte si algún km me salía en 20 minutos, al menos en subida, y según qué bajadas.

Esa parte era preciosa, el camino bastante llevadero. Con razón, Jordi me había dicho en innumerables ocasiones que, a partir de Bachimaña, había tramos mucho mejores. Yo estaba hasta el cimbel de sólo llegar a Bachimaña. Y era verdad (al menos, de momento). Seguimos avanzando, entre ibones, ovejas, piedras, y oí mi nombre en lo alto del collado, no lo distinguí al principio, pero era Daniel del Río, que estaba de voluntario. La parte final de la subida la hice guardando los bastones, y ayudándome de las manos. Era lo alto del collado de Tebarray (Infiernos), y tal y como decía la descripción del recorrido, dejábamos atrás piedras y se veía verde, muy verde, al otro lado. Lo que no me dio por hacer fue mirar la marmolera. Estaba yo para aflojar mucho. Eran las 19:06.

Yo sabía que había un tramo de bajada con cuerda, lo que no recordaba era dónde. Y ahí estaba. Dani nos explicó un poco, era una bajada completamente vertical, un cordel de acero hacía de guía, además de una cuerda (parte puesta por la organización). Yo guardé los bastones en el cinturón, y Antonio siguió con ellos en la mano. “Pero guárdatelos”, le decía, y me comentaba que “no se apañaba” y que prefería llevarlos en la mano. 

Eché el culo al suelo, y poco a poco y agarrándome a la cuerda, fui bajando ese tramo infernal, corto pero intenso. Arrastraba el culo, me daba lo mismo si las mallas se rajaban o no, para eso estaban. Antonio no podía echar la mano y tiró los bastones. La primera vez cayeron bien, la segunda no tanto, uno se fue a un lateral. Yo se los volví a tirar, pero hubiera sido mejor que se los guardara. Muy lentamente, conseguí bajar hasta el final, mientras oía un “clack, clack” a mi espalda, y es que un voluntario iba soltando parte de la guía. Madre mía, me entró el agobio. Se ratificaba que éramos los últimos (no podía ser de otra forma). Antonio no estaba acostumbrado a esa presión.

Finalmente, ya pisamos los dos suelo firme, dejando atrás esa bajada. El camino no tardó demasiado en mejorar, y hasta pudimos medio correr, bajando todavía un poco más. Estábamos muy concentrados, yo sobre todo porque tenía muy presente los tiempos de paso. Antonio me había estado hablando de unos ritmos de km por hora que se me antojaban imposibles, porque cuando me habló de 5, yo le dije que había veces que, si hacías 1 km en 20 minutos, te podías dar con un canto en los dientes. También me contó que en unas semanas se iba al Kilimanjaro, y que en el verano había ascendido el monte Ararat, yo le dije que lo había visto, pero en la distancia, desde Armenia.

Y entonces, la tragedia. Yo iba por delante (no es que fuese mejor que él, pero iba vigilando muy de cerca los tiempos), y oí una caída, Antonio se había tropezado (pisado una piedra mal) y caído al suelo, pero con muy mala pata. Se levantó, llevaba una herida bajo el ojo derecho, en la parte superior de la mejilla. Se pasó la mano por la cara, y al ver sangre, se puso el buff a modo cinta en la cabeza, pero no no, la sangre no emanaba de ahí.

“Es que llevas una herida en la cara”, y al ir a examinarla, se abrió algo. Soy poco aprensiva y tengo unos huevos que ni el caballo de Espartero, pero juro que se me movió algo dentro. Le pregunté cómo estaba, las gafas habían ido al suelo, y con tan mala pata que uno de los cristales había saltado. Lo encontró, pero al ponerse las gafas no pudo colocarlo, se mareaba (5 dioptrías tenían la culpa). “Vete y cumple tu sueño”. Madre mía, pero qué sueño ni qué porras. Le dije que no podía dejarlo solo, no estaba nada bien el mozo como para dejarlo solo, y aparte que es una irresponsabilidad. No es que sea una obligación del reglamento, es que es una obligación moral. Así que nos paramos y abrí la mochila, ya que suelo llevar, al margen del material obligatorio, un kit de pupas, con algún apósito para heridas y para ampollas. El tiempo corría demasiado rápido, no tenía muy claro si iba llegar, pero bueno, ya veríamos.

Encontré un apósito acolchado. La sangre se le escurría hasta el labio, así que se lo puse con la idea de taponar la herida. No era una herida nada limpia y probablemente necesitaría puntos (estaba en lo cierto). Nos pusimos a trotar, pero no podía con el mareo, y me volví a parar. Sabía que los escobas no tardarían en aparecer, así que, hasta no verlos, no podía dejarlo.

A lo lejos, vi a un escoba, que me pareció Alfonso Medina (pero no era), le lancé un grito y le dije que, por favor, ayudase a Antonio y se encargase de él. Y entonces salí corriendo, no tenía nada claro llegar en tiempo, pero tenía que intentarlo.

Troté todo lo que pude, a lo que me daban las piernas. Cada vez estaba más oscuro, pero aún podía apurar la luz. El sendero permitía correr, yo sabía por las vistas que Respomuso tenía que estar pronto a la vista. Vi el refugio, se sentía cada vez más cerca. Aún tuve que subir una última cuesta, la subí a todo lo que pude mientras miraba el reloj, eran cerca de las 20:30, hora límite (en mi cabeza, no recordaba esos minutos de más de la salida).

Ya empecé a bajar, a mi paso un voluntario me alentaba. Le dije que no sabía si me dejarían seguir, pero le dije que había habido una problemática, que ahora la explicaba. Llegué totalmente desfogada al avituallamiento, pero en hora. En el avituallamiento, mientras recuperaba el aliento, explicaba a toda pastilla que un corredor se había caído y que se había hecho una herida, me dijeron que lo atenderían (había una enfermera) y me avituallaron súper rápido. Eso era un auténtico pit stop, jugada que se repetiría hasta el final. Me rellenaron un botellín con isotónica, el otro con agua, bebí algo de caldo a la temperatura del núcleo, coca cola y me apretujé un sándwich de nocilla entre pecho y espalda. Salí con los escobas, Saúl Y Paula, no podía ser de otra forma. Por el walkie, personal de la organización nos decían que debíamos salir en hora.

  • REFUGIO RESPOMUSO → APARCAMIENTO LA SARRA

RESPOMUSO Del latín spuma “espumoso”.

Para partir hacia La Sarra, abandonaréis rápidamente el GR11. Una subida corta, directa y finalmente entretenida os dejará en el collado Musales, donde el horizonte se volverá espuma. En apenas unos metros, Ibonciecho se mostrará y desaparecerá de vuestra vista, en un fuerte y salvaje descenso camino de la vegetación y del frondoso bosque.

10,5 Km / 475 mD+ / 1.175 mD-     Tiempo máximo 3h

Salí pitando del avituallamiento, mientras los escobas a mis espaldas iban recogiendo cintas. Troté en la medida de lo posible, y cuando crucé al otro lado del embalse, me paré un momento a sacar el frontal y el cortavientos, que até a la cintura (y ahí se quedaría). Iba a recoger las gafas de sol, pero se me olvidó y me las acabé guardando plegadas en el frontal de la camiseta. Como iban con el walkie, me avisaron cuando Antonio llegó al avituallamiento, ahí lo atendieron. De ahí bajaría a Sallent caminando (él me preguntó si en Respomuso podrían recogerlo en coche, pero ya le dije que no), y Susi me contó (bajó con él) que fue bastante complicado.

Por el walkie oí también cuando la primera corredora llegaba a Sierra Plana, pregunté por su nombre, y cuando me dijeron que era Lurdes, no pude evitar sonreír. Cómo me alegraba por ella. También se notificaban los retirados. Sorprendentemente, había corredores que se retiraban después de la vuelta a la Foratata, cuando lo que quedaba no era nada comparado con lo que se había hecho (cómo estarían los pobres). Comencé a hablar con los escobas, de las veces que la había intentado, de que no había podido dejar a Antonio, y de que todo era un regalo a partir de ese punto (o así lo vivía). Saúl me iba explicando un poco el sendero que tenía por delante, ya que la oscuridad dificultaba seguirlo, a pesar de los banderines. La subida no era excesivamente larga, y aunque carecía de referencias lumínicas, enseguida empezamos a oír las voces de los voluntarios en lo alto del collado de Musales. La parte final había que trepar un poco, unas cuerdas hacían de guía, y finalmente coroné el collado a las 21:48.

Los voluntarios, en lo alto, no hacían más que animar, me ofrecieron agua, pero llevaba suficiente. Pensé que me tendría que poner el cortavientos, pero como me puse a bajar enseguida, no fue necesario. La bajada era en zetas, la oscuridad dificultaba ver con claridad alguna parte del sendero, y además que el trasiego de corredores (y de caminantes) había dejado más marcado alguno de los hatajos. Los escobas estuvieron un rato arriba, pero no tardaron mucho en ponerse a mi par. Descendimos gran parte del desnivel rápidamente. Un pequeño tramo de bajada desde el Ibón de Ibonciecho lo había hecho de bajada también en el Trail Sallent de Gállego (Foratata Trail). Por supuesto, era incapaz de ver el ibón.

En rojo, ultra de Tena, y en azul, recorrido del Trail Sallent de Gállego, que hacía un buble, pasaba por el ibón, y volvía a bajar.

Pasado cierto punto, también había pasado yo, pero de subida, en ese mismo Trail:

Tramo de subida (azul) de la Foratata Trail común con la bajada desde Musales (rojo).

Pronto el camino empezó a alternar tramos de pista con tramos que recortaba parte de la pista. La llegada al avituallamiento era inminente, aunque se iba hacer un poco más largo, ya que el avituallamiento de la Sarra se había neutralizado o más bien trasladado a Sallent de Gállego (por logística y cobertura). Eché a correr a todo lo que daban mis piernas en el tramo de llaneo, mientras me cruzaba con algún corredor de vuelta (que entiendo que iba a dar la vuelta a la Foratata), y alcancé el avituallamiento poco antes de las 23:30 (hora de corte nueva). En el avituallamiento, me esperaban con la mejor de las sonrisas, de nuevo un pit stop en toda regla, cargando agua, bebiendo coca cola, y cogiendo sándwiches de nocilla como si no hubiera un mañana. Ahí Saúl y Paula se quedaban, y tomaban el relevo dos hermanos vascos. Yo ya estaba sin margen sobre el tiempo de corte, pero sabía que, de una manera u otra, intentaría terminar. Los voluntarios, más majos que las pesetas, me dijeron que me estarían esperando.

Alternando tramos de pista con senderos a través, y después bosque.

  • APARCAMIENTO LA SARRA → SALLENT DE GÁLLEGO

LA SARRA – FORATATA  Foratum ” agujero “.

Desde el embalse de la Sarra un ancho camino remonta el valle por el margen derecho del río Aguas Limpias. Un giro a 90º, fuerte subida entre pastizales y la imponente Foratata os mostrará en apenas unos minutos, lugares de otro mundo, contrastes de otro lugar. Pequeñas maravillas calcáreas dentro de un espectacular paisaje. Bordearéis este impresionante macizo para llegar a la Vila de Sallent… Enhorabuena !!!

11.5 Km / 690 mD+ / 850 mD-     Tiempo máximo 3h30′

Salí del avituallamiento con ganas de terminar, dando buena cuenta del sándwich de nocilla; en cuanto pude, me puse a trotar, pero las piernas pesaban un poco. Me paré algo después para quitarme, por primera vez en carrera, todas las piedrecitas que se habían ido acumulando dentro de las zapatillas. Se me olvidó guardar las gafas. Y entonces apareció: el sueño, el puñetero sueño. Y es que el madrugón a las 3 y media de la mañana se estaba notando, y eso que había dormido bastante bien.

Mientras daba traspiés, me enchufaba un gel de cafeína (alguno ya había caído anteriormente) y una barrita energética. Al principio costó un poco, y corrí en el tramo favorable menos de lo que hubiera querido/debido. Oí un estruendo, eran los generadores del embalse de la Sarra. Yo sabía que había pasado por ahí, aunque me estaba equivocando en parte.

En lugar de tomar la carretera de la Sarra, me obligaron a recorrerlo por la tierra, un poco más abajo. ¡Qué necesidad! La carretera la había recorrido, en sentido contrario, en el Trail Sallent de Gállego una vez terminada la vuelta a la Foratata.

Cruzando la carretera de la Sarra para enfilar la subida a la Foratata

Un km después de recorrer todo el lateral del embalse, alcancé el camino de subida que ya me resultaba familiar, la subida a la Foratata que habíamos hecho en el Trail de Sallent. Al principio, el camino te permite trotar, hasta que llega un punto en el que empiezas a subir rampas de tierra bastante empinadas, en medio de helechos y vegetación que dan bastante calor. De hecho, la chaqueta no me hacía ni falta, pero ahí seguía, atada a la cintura y dando por saco. En la subida, y fruto del esfuerzo, el sueño se disipó, afortunadamente. Y fruto de los geles que me había enchufado, supongo también.

Tramo de conexión con el track de la Foratata Trail (azul).

Los escobas hablaban entre ellos, hablaban en vasco y no les entendía, y casi mejor, que lo mismo estaban diciendo que no iba a llegar. Emprendí la subida con ganas, mientras a lo lejos vislumbraba el frontal de un corredor, que o bien iba flojo, o iba perdido. Alcancé por fin lo alto del collado, no sin antes liarme un poco con las zetas de subida (no me cuadraba el orden de los banderines, y es que no distinguía las zetas en la noche), un voluntario pasaba el chip, serían en torno a las 2 de la mañana, un poco antes. Se supone que tenía que llegar a las 3 de la mañana al avituallamiento de Sallent (el mismo de antes).

El corredor rezagado era un corredor que se iba a retirar. Yo emprendí la bajada, que la recordaba también, aunque es cierto que, en un punto dado, los caminos con respecto a lo que conocía, se separaban. Empecé a trotar, yo creía que tenía como unos 4 km al avituallamiento, y trotando, veía más que factible llegar (incluso antes). Veía luces a mi derecha, de Formigal. Los escobas se quedaron con el corredor rezagado, y el voluntario de arriba me dio alcance.

En azul, track de la Foratata Trail, y en rojo, track de la ultra de Tena.

Iba yo alegremente, pasé un control con unos voluntarios en mitad del camino, “¿cómo vas?”, “Genial, sobre todo con lo poco que me queda”, y seguí para adelante. Rieron, ya que llevaba horas diciendo que iba genial. Cuando se cumplían 4 km, empecé a entrar en pánico porque algo no me cuadraba. Hasta me puse el track, en un momento dado, las señales me mandaban para un lado, y el track por otro, opté por seguir las señales. Socorro, danger. Las 3 de la mañana se acercaban inexorablemente, yo no llegaba, que diría el señor Toledo.

En azul, el track que yo tenía, y en rojo, por donde iban los banderines.

Uno de los hermanos vascos me dio alcance, por el walkie le consultaban que dónde estaba, “a diez minutos, dile”. Y aceleré y aceleré, cruzando dedos para poder seguir, con el corazón a toda pastilla en medio del pecho. Me estaba pasando de la hora, y me estaban saliendo rosarios con las cuentas. Efectivamente, el tramo era más largo de lo esperado, esos 2 km de más del recorrido.

Llegué con el corazón en la boca, los voluntarios me recibieron entre vítores (probablemente, tenían ganas de irse a su caso, pobrecitos), y una de ellos me dijo que se habían hecho mis fans, que me habían dado a seguir en Instagram y que el que la sigue, la consigue. Yo les decía que era como el abejorro, que aerodinámicamente no está diseñado para volar, pero como no lo sabe, vuela. Estaba como un cuarto de hora por encima del corte, y mentalmente pensé “de aquí me retiran, pero para lo que queda, sigo”. Pero para mi sorpresa, un señor mayor me dijo que si pillaba a los escobas, que podía seguir. Los escobas, que estaban volviendo, resultaron ser Sergio Lanuza y su hijo, así que mejor acompañada no podía estar. Me dijo también que como mucho tendría hasta las 6 de la mañana para llegar (hora tope), y yo le dije que tenía que intentarlo, pero que, en cualquier caso, consideraría que moralmente la había terminado (y físicamente, qué cojones). Pit stop, para variar, yo creo que cada vez llevaba más barritas y cachivaches sacados por los bolsillos, incluso la bolsa de la batería para el reloj, la llevaba a mano en el cinturón (había cargado algo el reloj). La espantaja de los melones, que diría Muchachada Nui.

  • SALLENT DE GÁLLEGO → PANTICOSA

SALLENT DE GÁLLEGO. “Gallicum”.

De Sallent, típico pueblo del Pirineo Aragonés subiremos al balcón de Sierra Plana / Igualda, para observar altiva en el horizonte la Sierra de la Partacua, y a sus pies el embalse de Lanuza. No restará mucho para llegar al bosque del Monde y, entre hojas de hayedo sacudidas con vuestro esfuerzo, aparecerá Panticosa.

10,5 Km / 680 mD+ / 815 mD-     Tiempo máximo 3h30

Me permití el escaso tramo de asfalto para recuperar el aliento. Sergio y su hijo iban retirando simultáneamente cintas. Como les dije, no tenía muy claro terminar en 2 horas y media la carrera, pero no me importaba, para mí el reto estaría completado. De hecho, todo lo recorrido más allá de Bachimaña había sido un auténtico regalo. El camino se adentraba en el bosque, y empecé a alternar pequeños tramos de subida y bajada. Los tramos de subida los hacían tan fuerte como podía. Luego poco a poco el camino se empezó a abrir más. Yo ya estaba que me costaba distinguir luces a lo lejos, banderines o posibles frontales (que me parece que ya no había a la vista). Es lo malo de la noche, careces de referencias y no tienes nada claro hacia dónde vas. Un destello, al final, llamaba la atención más que el resto, era la antena de repetición, estaba a un tiro de piedra. Por el walkie, los voluntarios de Sierra Plana nos preguntaban la posición. Pero lo bueno de esa subida es que es bastante más suave que el resto, eran poco más de las 5 de la mañana cuando llegamos al avituallamiento. Los voluntarios se habían marchado, pero nos habían dejado un cartel de ánimos, además de chucherías, coca cola y suministros varios. Ya me quedaban menos de 7 km, pero sabía que era imposible llegar a las 6 de la mañana. 

Salimos de ahí pitando, me puse a trotar por la pista ondulante, pero evidentemente, las piernas estaban como estaban, cargaditas es poco. Aun con todo, no dejé de correr, incluso en los tramos de conexión que recortaban la pista, así como en la parte boscosa. Cumplían ya las 6 de la mañana, y en mi cabeza estaba que no me lo darían por “bueno”. Lo curioso es que tampoco pasaba nada, yo lo había intentado, y era plenamente consciente de la dificultad de la carrera. Llegar a meta era el mejor de los regalos, y haber podido completar el recorrido me había hecho inmensamente feliz por unas horas. Sergio y su hijo se quedaron algo más atrás (yo tenía que mear sí o sí) mientras retiraban más y más banderines.

Con estos pensamientos empecé a cruzar partes boscosas,  y por fin alcancé Panticosa, me puse a dar la vuelta correspondiente antes de enfilar la recta hacia meta, un señor en la calle aplaudió a mi paso, y dije que “iba a ser la meta más triste de mi vida”. En meta, la pareja de tempo finito esperaba estoicamente, al pie del cañón, y tres organizadores de la carrera. Me dieron la enhorabuena, yo, al borde de las lágrimas, daba la gracias por tamaño regalo, pero cuando me pusieron la medalla, y me dieron los regalos, me emocioné, y me emocioné de corazón. Ahí me quité el sombrero, y no pude más que agradecer la espera y el recibimiento. Era poquita gente la que había en meta, pero gente de lujo.

Yo pensaba que era una finisher “no finisher”, de verdad que pensaba que no iba a constar en las clasificaciones, así que cuando me vi en ellas, la número 83, la última (dorsal 83, por cierto), de 119 personas que tomamos la salida, juro que fui muy feliz, es como si nada importara en ese momento más que la plena felicidad de haber logrado algo que tanto tiempo llevaba deseando. Parece una tontería, y de hecho esto es el menor de mis problemas. Pero significaba tanto, me implicaba tanto. Es que no sé cómo explicarlo, pero el DNF de 2019 cayó en un momento de mi vida tan malo, que esta vez sentía como si el Universo me devolviera una pequeña porción de felicidad. De hecho, me emociono de explicarlo, y sé que “lo que de verdad” importa son otras cosas (de hecho, sé que al Universo le importo más bien poco), pero en ese momento, en ese instante, lo necesitaba como el respirar.

Agotada, pero con el alma tranquila, fui a recuperar mi bolsa de vida. No tenía hambre y le dije a los voluntarios que podían retirarlo todo, ya me despedí de ello y de Sergio y su hijo, que habían llegado poco después, al que agradecí de corazón el último tramo. Me estaba entrando frío, así que mandé unos audios camino del coche, a mis padres, a Raúl, a los Andandaeh, a Ana y a Lurdes felicitándola. Los corredores de la prueba de 21 km estaban llegando en ese momento, ya que salían después.

Llegué a Tramacastilla sobre las 7 de la mañana, algo más tarde. Ahí se estaban terminando de preparar Jordi y sus hijos, y tomé algo. Ya cuando se marcharon, estuve un rato sentada en la cama tratando de moverme, y ya me fui a la ducha, la cual me sentó fenomenal. Y ya me metí en la cama, me dolía el cuerpo, pero estaba molida (y eso que no habían sido dos noches, pero el madrugón del sábado se notaba). Caí rendida, me despertó mi padre al llamarme, pero seguí durmiendo después de hablar con él. Horas después contacté con Antonio, el murciano, le habían puesto unos cuantos puntos (primero de aproximación, después con hilo), y el parche que le colocaron para que no se mareara en la bajada le hizo ganarse el apodo de “el pirata de Panticosa”. Pero estaba bien, menos mal.

Después de la carrera de 21 km (que también corría Óscar y Quique de mi club) era la entrega de premios, y no me hubiera importado acercarme a ver el ambientillo, que digo yo, pero estaba rendida, así que apuré, y hasta las 13:00 o así no me levanté. Entonces llegaban de la carrera Jordi y sus hijos. Comimos ensalada de pasta y estuvimos de charreta. Salí de ahí sobre las 15:30, ya que recogía a Raúl en la estación de Miraflores. Y en casa, tocó recoger y tratar de descansar, y asimilar. En cuanto a dolores, al final el que fuesen “sólo” 82 km, hizo que la recuperación fuese más rápida de lo esperado. Creo que también manejé bastante bien tanto la hidratación como la nutrición, y la climatología, simplemente perfecta, contribuyó a que el cuerpo respondiera bastante bien.

Reconozco que los días posteriores no hacía más que consultar la web de tempo finito, comprobando que, efectivamente, constaba en las clasificaciones. Porque, aunque es cierto que iba con más seguridad que otras veces, tampoco me lo terminaba de creer. La Ultra de Tena, la que tanto se me había resistido, por fin no me la contaban. 

Y conseguirlo fue un combo de varios factores. Por primera vez, iba con total humildad a esa línea de salida, sabiendo que la montaña es inmensa, y que ante ella somos minúsculos. Cuando realmente aprendí la magnitud de esta carrera, asumí que cualquier escenario era posible. Durante la carrera, no perdí ni un ápice de cariño y empatía hacia todos los voluntarios que me acompañaron a lo largo del recorrido, tanto en los avituallamientos, como escobas, todos ellos no perdieron jamás la sonrisa, me arroparon, me auparon, me hicieron sentir única e irrepetible, me dieron una calidad que fue alas en los malos momentos. Nunca jamás hay que perderles el cariño y el respeto, porque dan algo tan valioso, como su tiempo, a cambio de nada, y como poco se merecen que les dediquemos la mejor de las sonrisas. Los escobas me auparon, me ayudaron y me facilitaron el seguimiento del camino, sin ellos el camino hubiera sido mucho más complicado. No puedo dejar de mencionar a Toñi, la alegría fue inmensa, como el abrazo de oso que nos dimos. Y cuando por fin crucé la meta, sentía una inmensa gratitud, por dejarme seguir, por regalarme cada tramo, por recibirme en meta, por esa enhorabuena sincera. Era la última, pero me sentí enorme, enorme y pequeña a la vez.

La misma gratitud que siento hacia Jordi, por abrirme por enésima vez las puertas de su casa, a Ana, por esa previa que me ayudó a templar ánimos, a mi gente, por el seguimiento, y por esas conversaciones en el chat del andandaeh que siempre me hacen reír después.

Después de ya unas cuantas carreras, y unas cuantas metas, puedo decir que esta meta es muy especial, significa mucho para mí. GRACIAS INFINITAS.

Y así culmina esta crónica, con un pequeño epílogo, y es que desde que empecé a escribirla, hasta hoy, han pasado cosas que te hacen pensar. Rafa Esteruelas, una de las personas más positivas y luchadoras que he conocido (allá por el encuentro de corredores del albergue de Sin, de 2016) fallecía tras una leucemia y un doble trasplante de pulmón, que no le habían borrado ni un ápice las ganas de luchar y superar etapa tras etapa. Y te hace pensar en el tiempo que inviertes (o más bien pierdes) en batallas que no merecen la pena. Lo que de verdad importa y merece la pena, es mucho más sencillo, y no entiende de metas en carrera. Yo encaro ya las últimas horas antes del último objetivo de la temporada, la Ultra Pirineu, para la que Mónica Orò me brinda todo su cariño, acompañamiento y apoyo logístico (fue la última carrera de Ánchel).

Y piensas en eso, en lo que es realmente importante, y veo que, a nivel de carreras, estoy prácticamente en paz, he podido disfrutar, sufrir y gozar de todas las carreras que más ilusión me hacían. Y me siento afortunada, porque, aunque a veces las cosas no salen como una planea, en líneas generales, la vida no ha sido para nada ingrata conmigo. Eso tengo que verlo, porque es así. Seguiré hacia adelante, quizá con objetivos más cortos, o mayores, o quizá un Tor des Geants (algún día), pero intentando ver el lado positivo de las cosas (Rafa lo hacía, y nos dio una gran lección a todos, que nos ahogamos en vasos de agua), porque siempre, siempre, la vida merece la pena. Gracias, de nuevo, por leerme.

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