Esta frase no es mía, es el título de unas memorias escritas por el corredor Haruki Murakami. La saco a colación por unas "memorias" inéditas mías que descubrí en el cajón desastre que es mi disco duro (vamos, un archivo Word que tenía por ahí). Y digo lo de inéditas porque aunque formaban parte de la crónica de mi primera maratón de asfalto, allá por 2013, las extraje del escrito final y nunca llegué a plasmarlas, y creo que porque era un poco dura conmigo misma. 10 años después, rescato esas palabras, así que voy a parafrasearme a mí misma:
Yo nunca he sido deportista. Ni buena ni mala, no lo he sido. En el colegio me escogían siempre la última para jugar a balón prisionero, y salvo cursos de natación cuando era pequeña, el deporte y yo hemos sido incompatibles.
Llegó un día, con 27 años, que me vi el brazo extendido en una foto de Pisa (lo recuerdo perfectamente) en el que me vi floja, y sobre todo fofa. Hasta ahora había tenido relativa suerte con el peso (durante la carrera había adelgazado bastante, y hasta se me marcaban los abdominales de la época adolescente en la que tenía obsesión por el peso, que la verdad que la he tenido). Pero no estaba en forma. Me cansaba de andar, y ya ni hablemos de correr. Había oído a personas del trabajo hablar de los beneficios del deporte, de lo bien que se quedaban después de practicarlo. Yo no lo entendía.
El día que la gravedad empezó a hacer mella, di un giro radical a mi vida. Me apunté a un centro de natación (Helios), me compré un gorro, un bañador, y una tarde después del trabajo (entonces estaba con la tesis) decidí ir a nadar. Cerca de una hora de brazadas, y cansada. Lo que empezó esa tarde acabó siendo una rutina casi diaria. Poco a poco fui conociendo a chicas del centro, empecé a establecer horarios, y cogí como hábito ir todos los días salvo un día o dos a la semana, a las 7 de la mañana, antes de trabajar.
Era duro madrugar, tener que pasar un rato de frío y empezar a bracear en la piscina a esas horas, pero lo cumplí y lo hice. Desde 2007 y durante dos años no dejé de ir a nadar casi ningún día. Al principio no notaba nada, hasta que me empecé a notar más fuerte, menos floja, menos fofa. Me cansaba menos, aunque es cierto que el viernes llegaba plegada a la cama. Comencé a sustituir cubatones por jornadas piscineras después de supuestos días de fiesta. Un día del 2009 decidí combinar la natación con otro deporte, quería más.
Me compré unas Air Pegasus en rebajas, y decidí un buen día salir a correr. Durante 40 minutos no paré. Al acabar me dolía hasta el alma, dolor de espalda sobre todo, pero no me rendí. Al día siguiente volví a hacerlo. Y ya no me dolió tanto.
Durante un par de años combiné la natación con el correr. A veces iba a correr, a veces hacía las dos cosas, nadar por la mañana, correr por la tarde, a veces dobletes, iba a correr y después un rato a nadar para relajar.
En 2010 me quedé en el paro (finalizó mi contrato de Tesis), y por economía, decidí ir sólo a correr porque me venía mal desplazarme hasta el centro de natación. Al principio, lo único profesional que tenía eran mis zapatillas. A los meses las machaqué y las cambié por otras Air Pegasus. Y seguí corriendo. Normalmente yo sola, hasta que algún día me animé a salir con un amigo (Eduardo Mateo) que se mete bastante caña.
Él siempre me comentaba que me apuntara a alguna carrera. A alguna de 5, o de 10 km. Había hecho algún rodaje largo, aunque no mucho, pero me daba vergüenza correr con público. Siempre lo había descartado porque me veía muy poco profesional y muy mala corredora, muy lenta (Nota actual: mis trazas siguen siendo malas, quiero decir que aunque me da sensación de que corro bien, luego me veo en vídeos y me digo, pero chiquilla, qué haces; ahora me da un poco igual). Yo no sabía ni lo que eran las series ni nada de nada.
Tres años después de empezar a correr de manera regular, y medio año después de estrenar mi tercer par de zapatillas, decidí apuntarme por primera vez a una carrera, animada por mi amigo. Fue la Carrera del Ebro. Pero como no tengo término medio, en lugar de apuntarme a la de 14, decidí apuntarme a la versión larga de 30 km.
Que la primera vez que decidas hacer una carrera te apuntes a una ultra trail (con poco desnivel, pero desnivel al fin y al cabo) de 30 km es una barbaridad como pocas (Nota actual: para mi cualquier cosa que rebasara los 20 km era una ultra trail, lo que son las cosas). Entrené lo que pude (entonces ya llevaba trabajando algo más de un año), e hice algún rodaje largo de dos horas. Pero ni idea de tiempos ni de distancias (Nota actual: por aquel entonces conocí a Javi Vallés, venía a arreglarnos la que por aquel entonces era mi caseta de laboratorio, y empecé a hablar con él de mis inquietudes por la carrera).
El día de la carrera, marzo de 2013, madrugué una barbaridad, me tomé el desayuno de los campeones, y fui con un chico de mi pueblo (Nota actual: creo que era Alberto “el Beto”) a la carrera, que también la hacía. Nervios, un poco de estiramientos. Pistoletazo de salida y carrera (Nota actual: la foto que ilustra esta crónica es de los primeros 200 metros en los que pude seguir a dos chicas).
10 primero km durísimos, cuesta arriba, iba perdiendo gente y me iba quedando sola. Cuesta abajo me animé. Prácticamente sola hasta el km 15, donde me enganché a dos hombres que iban despacito y a mi ritmo. Casi al final subidón al ver a mis padres y entrada triunfal con sprint final en meta.
Después de esto, me animé a apuntarme conjuntamente a la media y al maratón. La media fue en mayo, y la hice bastante bien. Una primera hora fantástica, que me pasó algo de factura en la segunda mitad. Aunque con todo, gran mejora de tiempo y rodaje a unos 6 minutos el km (Nota actual: la distancia de media maratón es quizá la que más me cuesta, no fue hasta 2018 cuando realmente me reconcilié con la distancia).
Transcurren los meses, llega el verano, y el parón de agosto, que aunque anduve mucho, no corrí nada.
Llegó el día D. Me levanto a las 6 y cuarto de la mañana, desayuno algo de zumo, una tostada y un par de plátanos. Estoy nerviosa y he dormido poco...
Y aquí ya engancha con la crónica que si publiqué, y la cual reedité para el blog de andandaeh:
https://www.andandaeh.com/cronica/mi-primera-maraton-3-anos-despues
Lo que son las cosas... Han transcurrido 10 años desde que por primera vez me animara a colgarme un dorsal (el de la Carrera del Ebro me lo he colgado ya 6 veces), y el de qué hablo cuando hablo de correr, ha cambiado sustancialmente, sobre todo y ante todo por mi relación conmigo misma y con mi cuerpo, al que he machacado vilmente (espero que me perdone). Lo que comenzó como un simple efecto estético, se ha convertido en un efecto terapéutico. Sí, claro que te mantienes en forma, pero va más allá que lo meramente superficial. De hecho me he reconciliado conmigo mismo. 10 años dan para mucho: para entrenos con el objetivo de buscar mi mejor marca en maratón, para rodajes a velocidades que nunca hubiera imaginado, para series y cambios de ritmo, para distancias que superan con creces lo que yo calificaba de ultra trail (alma de cántaro), para terrenos que me hacen reír de recordar lo que yo creía que era trail, y hasta para podios. Y lo curioso es que sigo aprendiendo. Y por cierto, los brazos me siguen colgando, pero como que me da lo mismo. Tengo 42 castañas (21 años en cada cacha, que diría la Madonna de Muchachada Nui), y ahora en los rodajes, con las miras puestas en la larga distancia, me veo rodando a esos ritmos trotones de antaño, a 6 y 6 y pico minutos el km, volviendo a los orígenes, pero más en armonía que nunca con esto del correr. De momento no me llama volver a los entrenos de velocidad, pero esto es cíclico, ya sabéis.
Y me alegro enormemente de haber encontrado una afición cuando no tenía ninguna, cuando únicamente vivía las aficiones ajenas, sin saber aquello que me hacía feliz. Nunca pensé que lo meramente estético se acabaría convirtiendo en algo que me aporta muchas más cosas. Al fin y al cabo, no es lo mismo hacer algo de manera forzada, como obligación, que cuando lo haces como algo ya integrado en tu vida. Amistades, carreras, eventos, experiencias, aprendizaje... He tenido la suerte de poder vivir todo ello desde que en 2010 me dio el siroco por correr. Y ojalá se mantenga con el tiempo. 10 años después de mi primer dorsal, estaría bien volver a colgarse el de la Carrera del Ebro (la última vez que la corrí fue en 2018), pero me coincide con otra carrera, así que el momento remember tendrá que esperar.
Tengo dos grandes pasiones: viajar y correr. Soy afortunada de poder vivir ambas aficiones. Me encanta viajar y conocer mundo, lo hago junto a Raúl, a ambos nos llena conocer nuevas ciudades, culturas, gente, costumbres, sabores, olores... Y me encanta correr, nuevas carreras, revivir carreras, retarme a mí misma, intentar alcanzar mi mejor versión... Raúl (y los míos) sufren a veces más por mí que yo misma, pero de verdad que tengo mucha suerte, inmensa suerte, de todo el tejido de gente, de esa red de apoyo, que tengo alrededor. Eso es lo que realmente me hace feliz, porque quizá algún día no pueda correr, quizá algún día no pueda viajar, pero lo vivido, experimentado, aprendido, y sobre todo aquello que me rodea, eso perdurará.