La ultra del Moncayo la hice en 2023. Este año, por fechas, me encajaba bastante, pero quería darle una vuelta de tuerca y hacer el desafío diamante, esto es, correr la ultra de 69km el sábado, y hacer la media de 23km el domingo. El recorrido de la media era compartido, salvo la vuelta a Talamantes, que no se hacía, y la subida al cortafuegos, que en lugar de hacerse completa hasta el collado Bellido, se acortaba drásticamente.
En rojo, track de la carrera de 23km, en azul oscuro, track de la maratón, y en azul claro, track de la ultra
Mi mayor aliciente era que pasaría el finde con Ana Mayayo, lo cual me animaba porque echaba en falta socializar. Ella estaba apuntada a la lista de espera de la maratón (hace dos años tuvo que retirarse de la ultra), y repetíamos el mismo alojamiento de hace dos años (con una considerable subida en el precio de la noche). Finalmente, se liberaron plazas, y Ana (tras alguna duda) pudo apuntarse. Vamos, que volvíamos a Añón de Moncayo.
Cosa de tres días antes, los pronósticos del meteoblue empezaron a ser cada vez peores. Lluvias y más lluvias para el viernes tarde y sábado todo el día. Yo estaba cada vez más nerviosa, y no por las lluvias, sino por las tormentas con aparato eléctrico. Y es que eso ponía en peligro (lógicamente) la prueba. Ya de primeras, el pico Lobera (el que estaba helado hace dos años) era una gran duda, y yo asumía que nos lo acabarían quitando (no iba nada desencaminada), porque en esa cumbre el tiempo estaba fatal.
Y llegó el viernes, Ana y yo marchábamos hacia Añón, en una hora o así estábamos ahí, dejamos las cosas en la habitación, y ya nos fuimos a por el dorsal (y en mi caso, a dejar la bolsa de vida para el refugio de Morana). Ya ahí nos dijeron que no se haría el pico Lobera, pero sí que iríamos al refugio de Majada Baja, volveríamos por la pista y bajaríamos por collado Bellido dirección Santuario. Eso suponía un pequeño recorte de unos 5 km, y algo en desnivel. Los pronósticos del meteoblue iban cambiando conforme los miraba y remiraba, y las franjas de lluvias iban y venían. En mi caso, además, tendría la dificultad añadida de estar con la regla en pleno apogeo del jolgorio, esta vez no había respetado, pero es que me pillaba justo en medio. Ovario furo me iba a dar la lata.
Tramo neutralizado en el Pico Lobera
Ya nos marchamos a la habitación, cenamos ligero y charramos un rato, aunque yo tenía que echarme lo antes posible, ya que salía a las 5 de la mañana, y me tenía que levantar antes de las 4, que me conozco los nervios. Dormí de aquellas maneras, pero lo peor fue cuando al despertar, oí ruido de lo que creía que era una ducha, y resultó ser la lluvia. Efectivamente: llovía a base de bien.
Con toda la resignación del mundo, me preparé, desayuné, visité al señor roca y me puse el chubasquero. Asomé la cabeza, y mientras me despedía de Ana (a la que había despertado), vi que había parado de llover, así que me puse el cortavientos (que también llevaba). Pero nada, a lo que salí a la puerta, vi que llovía de nuevo. Otra vez el chubasquero. Ya de esa guisa me dirigí a la salida, coincidiendo con corredores. La salida no era en el lugar de recogida del dorsal, sino un poco más abajo, cerca de la entrada del pueblo, viniendo desde Zaragoza.
En la salida se concentraban los corredores en las pocas zonas a cubierto que había, porque llovía con ganas. Vi a Patxi, que últimamente tenía muy mala suerte con la climatología de sus carreras. Estaba Pablo también, ex compañero de la carrera, y David Moreno, de Cadrete. La lluvia caía sin piedad, y no nos quedó otro remedio que ponernos en la línea de salida. Mariano Navascués, refugiado bajo un paraguas, nos dio la salida, y arrancamos.
Los primeros metros fueron con más pena que gloria. Yo iba con cuidado, dejamos el pueblo con aún más cuidado (el cemento del sendero en zigzag resbalaba) y ya nos adentramos por los caminos, anegados muchos de ellos. En la bajada de cemento me topé con Samu (el chaval de Burgos) que corría con una amiga formando equipo. Yo no iba con ningún pronóstico de horas, más que la prudencia, y con la que caía, aún más. 12 horas había tardado hace dos años, y con este panorama, y habiendo quitado el pico Lobera, contenta estaba si terminaba en 13 o 13 y media. De hecho, no llevaba los tiempos de paso de la vez anterior, así que iba sin tener ni idea. En este tramo volví a ver a uno de los corredores de Bronchales, Javier, el hombre vitalista y con una historia de superación digna de elogio. Yo pensaba que lo conocía de la Nafarroa, pero no.
El pelotón se fue abriendo, y me dio la sensación de estar al final del todo. Miré el reloj mientras subía hacia el avituallamiento, el collado de la Estaca, y por fin dejaba de llover, haciéndose ya de día. Mirando la hora, y sabiendo los km hasta Talamantes, me daba la sensación de que me había relajado demasiado, y que más me valía apretar. Porque es algo que vas aprendiendo con el tiempo, a hacer estimaciones de lo que te van a costar según qué km. Y apreté. En la subida, fui alcanzando a algunos corredores, y por fin vi a Clara, que iba con José Luis. Hacían la ultra, pero no el desafío. Adelanté porque sabía que en la bajada a Talamantes iba a perder tiempo (acerté).
Alcancé el avituallamiento a las 07:43 (07:33 del 2023). No recordaba la hora de la otra vez, pero intuía que iba más justa. Clara y José Luis llegaron y tiraron para adelante. En el avituallamiento recargué agua, comí algo, y aún me molesté en quitarme el chubasquero para ponerme el cortavientos (no sé para qué, como comprobaría no mucho después), y de paso guardé el frontal. Las gafas de sol ni las llevaba, porque no esperaba necesitarlas (acerté de pleno). Me puse a correr en la medida de mis posibilidades en el llano, y comencé a bajar hacia el bucle de Talamantes. En esto que no habíamos llegado abajo del todo, que los primeros de la ultra nos pasaban de subida.
Tramo hacia Talamantes que se hace de subida y bajada
Troté con ganas, lo que pude, teniendo cuidado con los tramos de roca que resbalaban. Pronto intuí que Talamantes estaba cerca (km 16). Iba justa, pero iba a llegar. Por delante iba Clara con José Luis, y por fin alcancé el control a las 08:37 (cortaban a las 08:45). Hace dos años lo pasaba a las 08:26. 11 minutos más había tardado. Emprendimos la marcha. Parte de este tramo lo compartí con José Luis y Clara, fuimos charrando, de carreras pasadas y futuras, mientras José Luis me contaba cosas de la Ehunmilak (que es mi gran reto del año) y del barrizal que tuvo en la Nafarroa de este año. Y es que José Luis, al igual que Patxi, había tenido condiciones en carrera más que adversas, se conoce que las tormentas se les habían pegado al culo.
Cogí un poco la delantera, y troté donde pude, para ganar algo de tiempo al corte y para adelantarme a la lluvia. Yo me tenía que “cambiar”, pero no veía el momento, y prefería hacerlo en el refugio. En esto que pasé por un avituallamiento intermedio, y vi parado a Carlos Morte, había tenido un percance no recuerdo si con el tobillo o la rodilla y se tuvo que parar.
Seguí la marcha, y por fin terminé el bucle que se me estaba haciendo eterno, comencé a subir lo que había bajado antes, para alcanzar nuevamente el collado de la Estaca. En esta subida, fui cruzándome de manera continua con los corredores de la maratón. Se hace un tanto pesado porque te ves en la obligación de parar continuamente (al menos con los que corren más), aunque había quien me cedía el paso. Estaba atenta por si veía a Ana, pero no la vi y no sabía si se habría retirado.
Cuando alcancé el tramo de pista, empezó a tronar, pero muy cerca. Sabía perfectamente que iba a llover, pero confiaba en que fuera más tarde. Inconscientemente, apreté el paso, a la par de una pareja de Tarragona, creo recordar. Alcanzamos el avituallamiento (otra vez), eran las 10:36 (vs 10:23 del 2023). Todavía no llovía, así que salí con el cortavientos.
Se atormenta una vecina, foto cortesía de José Miguel
La alegría me duró como 100 metros, y justo al paso de una voluntaria, no me quedó otro remedio que sacar el chubasquero. No me fijé, pero había un todoterreno, y en él estaba Ana Mayayo refugiada, que se había retirado (cosa que no sabría hasta horas después). Cogí el largo tramo de pista de bajada a todo lo que me daban las piernas, a la par de la pareja de antes, mientras los truenos daban lugar a una lluvia intensa, y esta daba lugar a un granizo que golpeteaba la capucha y me estaba dejando el cutis exfoliado. La chipiada era tan brutal, que ni sentía ni padecía. Las piernas ni formaban parte de mi cuerpo. Llevaba chubasquero, pero ni me había molestado en llevar conmigo el cubre pantalón impermeable, el cual estaba en la mochila de vida. Su columna de agua se perdió en la Trail Cat.
El tramo de pista acabó y tocó descender el barranco de Horcajuelo que da nombre a la carrera. Si de normal se me atraganta, esto era lo más parecido a un remember de la Trailcat en todo su esplendor: agua y más agua, ríos de agua, y por supuesto, cruces de río hasta media pantorrilla. El ritmo bajó estrepitosamente, y puse el piloto automático en modo supervivencia, pasando junto a la muela del Morrón y otros sitios emblemáticos por lo que ya había pasado y por los que (oh, no) tendría que volver a pasar al día siguiente. Evidentemente, el tramo me salió peor que en 2023, y cuando parecía que dejaba de llover, alcancé el avituallamiento del refugio de la Morana a las 12:03, unos 40 minutos por encima del corte. No recordaba la hora del 2023 (11:37 comprobé después), pero sabía que era mejor.
Hacía ya rato que notaba que, como diría mi amiga Lurdes Palao, “se me n’ix l’animeta per el xumino”, tal y como me pasó en Bronchales. Pasé al interior del refugio, estaba a oscuras porque se había ido la luz por las tormentas. Había un fuego encendido en un hogar donde estaban los escobas que saldrían después, entre ellos Jorge Escorihuela, Alfonso Medina y Mariano de los Beer Runners. Mis pálpitos eran correctos, fui al baño, y efectivamente, estaba al borde de la exanguinación. Alumbrándome con el frontal, me cambié, y después pasé a un cuarto donde me puse calcetines y mallas limpios y secos (que llevaba en la bolsa de vida). Sabía que la alegría duraría poco, pero bueno.
Aún me tomé mi tiempo, al poco llegaron Clara y José Luis, que estaban tan calados como yo. Se había puesto a llover otra vez, y sobre las 12:30 ya decidí salir (demasiado tiempo estaba perdiendo), con las esperanzas de que mantendría esas 13 horas globales. De hecho, y a pesar de la lluvia, salí con muchas ganas y con mucho ímpetu, porque la subida por el cortafuegos es dura, pero al menos no hacía calor (hace dos años, se sufrió en ese tramo).
Iba a paso firme, clavando los palos con ganas, mientras llovía y llovía, y tronaba, relativamente cerca. Iba ensimismada en mis pensamientos cuando alcancé una pista, era el cruce de carrera con la de 23km, es decir, al día siguiente, tal y como me dijeron unos animadores, por ahí tendría que bajar, lo que significaba que esa subida se me haría cortísima, me llevé una alegría y todo. Seguí subiendo, y estaba toda concentrada, a punto de alcanzar el avituallamiento y punto de control del cortafuegos, cuando un voluntario salió a mi paso (eran las 13:04, vs 12:31del 2023), y me dijo: “Tienes que bajar ya por aquí (a su izquierda), la carrera ha sido neutralizada”. Efectivamente, ese punto era cruce con la maratón de 44km: la ultra seguía tirando hacia arriba, mientras que en la maratón ya se emprendía la bajada.
Carrera neutralizada en ese punto, en azul oscuro el track de la maratón
Estaba en pleno subidón, y me dio un bajonazo gordo. Me explicaron que hace como media hora habían decidido hacer bajar a los corredores por el recorrido de la maratón, ya que las cosas estaban demasiado complicadas por arriba. Evidentemente, habían pasado corredores, y ahí estaban debatiendo que qué pasaba con ellos. En la cota que yo estaba, veía llover y llover, y no era consciente del panorama en el collado Bellido. Fruto del bajonazo, me acordé del desafío Platino, al que no le veía sentido. De no haber tenido todo pagado, casi me daban ganas de irme a casa, porque con tanta lluvia, yo sólo quería estar seca, en mi casa y en mi cama. Pregunté si se mantenían en pie las carreras, pero hasta que no llegase a meta no lo sabría.
Estuve un rato comiendo algo, mientras esperaba (un milagro de la naturaleza), vi aparecer a Anayet, que corría la maratón. Iba acojonada por la tormenta porque sobre todo se acordaba de su hijo, y no quería que le pasase nada, quería llegar a meta entera. El caso que se estaba marchando un carrerón de puta madre (los corredores de la maratón salían dos horas después de nosotros), pero es que Anayet es así, una chica super humilde pero que corre que se las pela. Yo aún me entretuve un rato más, quería ver a Clara por bajar con ella, pero después de tres o cuatro truenos gordos, me acojoné y empecé a bajar por la pista, porque sabía que en la bajada era fácil que me pillase. Sólo me quedaban unos 6 – 7 km hasta meta.
El primer tramo, de pista, se corría solo. Aceleré el paso hasta alcanzar el km 40, aproximadamente, donde me volví a encontrar con el recorrido de la ultra, con la diferencia de que me había “ahorrado” unos 25 km con respecto al recorrido original, incluyendo el pico Lobera.
Punto de encuentro entre maratón y ultra
Los km ahorrados de la ultra
A mi par, corredores sobre todo de la maratón: yo era un pegote lentorro en medio de corredores que se estaban ventilando la misma carrera que yo en dos horas menos. Llevaba casi 8 horas de carrera, lo curioso era que, para estar tan lenta, casi era mi mejor registro en maratón de montaña (y sin el casi). Conforme me alejaba del Moncayo, menos sonaban los truenos. Llover, seguía lloviendo. Y ya empecé a ver Añón. Justo entonces, me di la vuelta, y vi aparecer por detrás a Borja y José, de Herrera. Ellos habían hecho la ultra integral (sin el Lobera) y llegaban a la par que yo. Nunca jamás me podría haber visto por delante de ellos.
Afronté los últimos barrizales antes de entrar al pueblo, y ya corrí hasta la meta, que atravesé tras 8 horas y 10 minutos de carrera. Ahí me pusieron la medalla, la de la ultra, aunque me correspondía más bien la de la maratón, abracé a Mariano Navascués, y ya fui a tomar algo, mientras seguía lloviendo. Le pregunté a Agustín Vega si seguía en pie el desafío, y le dije que probablemente pasarnos a la clasificación de la maratón era lo más fácil (pasando el desafío de Platino a Diamante). Él me dijo que tenían que hablarlo, pero que probablemente pusieran penalizaciones de tiempo. Ahí no todo el mundo había hecho lo mismo: los más rápidos habían hecho íntegros los 65 km (con el recorte de Lobera), otros tantos habían hecho 60, cuando la cosa se había empezado a complicar, desviándoles directamente por el collado Bellido dirección Santuario (sin pasar por el refugio de Majada Baja), y a los más rezagados nos habían desviado por el recorrido de la maratón, directamente. Para conservar la ilusión, en mi cabeza lo que mejor sonaba era mantener a los rápidos en la clasificación de la ultra (penalizando esos 5 km de menos en el caso de los que habían desviado directamente hacia el santuario), y al resto, pasarnos a la maratón, porque muy probablemente no influyésemos demasiado en la clasificación. En cuanto al desafío, yo sabía que en el Platino estábamos 3 mujeres (hacía podio seguro si terminaba), y en el Diamante, solo una. No tenía ni idea de lo que había pasado con el resto de las chicas de mi desafío.
Estuve un rato por la zona de meta, pero me estaba quedando helada. Vi llegar a Clara con José Luis, y nos fuimos a comer rancho a la zona de recogida de dorsales. Ahí supe por fin que Ana Mayayo se había tenido que retirar, no se encontraba bien, que estaba en el collado de la Estaca, dentro del todoterreno que había visto, y que bajó con los voluntarios una vez que terminó el control, así que se había ido a la habitación a ducharse, no había comido aún. Yo, por no ir todavía a la habitación, comí tal y como había llegado, mientras intercambiaba impresiones con Clara y Sergio Lanuza (que estaba de voluntario). Esas conversaciones fueron realmente enriquecedoras, las cosas como son.
Ya me fui a la habitación. En el camino me topé con algún corredor de la ultra, que acababa de llegar del Santuario, donde habían neutralizado a algunos, en concreto a los que fueron algo más rápidos que yo, pero no tanto como para salvar la peor parte de la tormenta antes del Santuario. Uno de ellos estaba enfadado, me señalaba la medalla y decía que quería la suya, que cómo no los habían desviado a todos. Pero hijo mío de mi vida y de mi corazón, si el percal daba miedo. Yo soy tan cabezona que no me dicen de desviarme y tiro para arriba como una cabra, pero estaba claro que no era la mejor climatología del mundo, y sabía que la posibilidad de la neutralización era más que factible. Que la lluvia es lo de menos, pero tormentas con aparato eléctrico son palabras mayores. También vi a Dani Moreno, de Cadrete, que había corrido la misma suerte y había sido neutralizado en el Santuario.
En el hotel me encontré con Ana, y después de ducharme, nos marchamos, para entre otras cosas que ella pudiera comer (tuvo que esperar porque se acabó el rancho), y yo de paso ir a por mi bolsa de vida, que se recogía en las Escuelas. Y de ahí nos marchamos al bar de las piscinas, que, debido a los cambios, se convirtió en la “zona caliente” del pueblo.
Y lo que en un principio había hecho que me viniese abajo, hizo que me viniese arriba, ya que, con eso de terminar en 8 horas, frente a las 13 que como poco hubieran caído, me hizo disfrutar de una tarde entretenida con Clara, Sergio, Alfonso, Escori, Mariano y Ana. Javi (el corredor de Bronchales) me sacó una cerveza, y yo me puse fina de vino con gaseosa. Hacía días que no me relajaba tanto, y como se suele decir, no hay mal que por bien no venga, y ese cambio en el recorrido me había permitido disfrutar de la tarde y de unas muy buenas conversaciones. Clara y Ana, ya sabéis lo mucho que os aprecio.
Después de esto nos fuimos a la zona de la comida, donde daban los trofeos de la ultra. José de Herrera me dijo que menos mal que no me habían hecho subir, y yo le venía a decir (más o menos) que no me valía eso. Que cierto que podrían haberlo pasado mal, pero ellos siguieron para adelante (no sé si me explico). Es como que me joroban los paternalismos (aunque sé que lo decía con buena intención), porque yo soy muy bruta y voy a todo. Yo pasé de estar muy arriba de la tabla de clasificación a muy abajo. Resulta que el sistema de cronometraje estaba un poco confuso, porque de primeras, me habían metido en la clasificación de la maratón, pero sin considerar que yo había salido dos horas antes. Luego, aplicaron penalizaciones, y Carlos se reía conmigo, de la bajona que había pegado. Y yo me reía y bueno, que se vivió después algún momento de tensión que tampoco viene al caso. Había habido nervios, pero lo importante es que todos los corredores estábamos bien. El problema de aplicar penalizaciones es que una penalización de 5 km de menos a corredores de más o menos cierto nivel, es una penalización sencilla. Pero una penalización de un tramo de 20 km que no hicimos los rezagados, pues cambia mucho según tus trazas de correr. Tuvo lugar la entrega de trofeos de la ultra, y Clara subió como veterana B.
Ya nos marchamos a la habitación, yo tenía que descansar, y eso que las patas estaban mejor de lo esperado, por el recorte de km. Pero bueno, que llevaba encima un cansancio considerable. Lo bueno es que la carrera al día siguiente era a las 9 de la mañana, y tendría que madrugar bastante menos. Aún bajamos un rato al bar del hotel, donde yo me tomé un descafeinado con una chocolatina (no me apetecía nada más).
Y como diría Nerea, uno de nuestros dragones e la última maratón de Zaragoza que corrimos con los Special Olympics, “todos los días sale el sol, chipirón”. Y lo que eran cumbres borrascosas, dio lugar a un domingo espléndido, soleado y hasta caluroso. Pude ponerme las gafas de sol y todo.
Esta carrera ya se planteaba como un paseo por el campo, le di a Ana una estimación de unas 3 horas y pico, pero me alejé algo de eso. Salí con la calma, y hacia atrás, a la par de algún corredor que estaba en mi mismo desafío. Al arrancar, y en la primera parte de la subida, se hizo un atasco de campeonato, ya que éramos muchos corredores. Además de un corredor ataviado como un unicornio (real), vi a Lucía Zárate, creo que no coincidía con ella desde mi última ultra de Tena fallida (aunque probablemente hayamos coincidido antes). Los charcos persistían, pero eran menos charco ya, y la verdad que me daba lo mismo meter el pie, me acordaba de la Trail Cat y casi me daba la risa.
Subida al collado de la Estaca, foto cortesía de Luz Difusa.
Tardé en llegar al collado la Estaca (y avituallamiento) una hora y 48 minutos, sólo 6 minutos más que el día de antes. Me dolían las patas, pero el día era una gozada. El avituallamiento estaba pelín desplazado, más hacia la pista de bajada. Ahí comí algo, para lo corta que era la carrera, casi comí más que el día de antes (los sándwich de nocilla cayeron a pares).
Y emprendí la bajada por la pista, otra vez, trotando en la medida de lo posible. Una nube se puso justo entonces, me subí los manguitos que llevaba puestos, y unas corredoras me dijeron lo previsora que había sido (ellas iban de corto total). Ya giré hacia la derecha, hacia el barranco, plenamente consciente del barro y del agua que me iba a encontrar. Consciente y resignada, dicho sea de paso.
Por supuesto, los cruces de agua tuvieron mucha agua, y no me molesté en brincar ni una piedra. Metí el pie hasta el fondo, y me cubrí de agua hasta casi la rodilla un par de veces, pero reconozco que me importaba poco. Poco a poco, fui llegando al refugio de la Morana, habían pasado 3 horas 7 minutos, así que mis previsiones de tres horas no podían ser más desacertadas. Me topé con Medina, que hacía fotos, pero ni él ni yo teníamos cobertura para avisar a Ana Mayayo (quería decirle que no tuviese prisa por esperarme en meta).
En el avituallamiento, fuera del refugio, volví a comer, me eché unas buenas risas con el voluntario del día anterior, el que me detuvo en el cortafuegos, mientras le decía que lo tenía vigilado por no dejarme seguir. Mirándolo por el lado positivo, iba a conocer tres recorridos de la carrera: ultra, maratón y media.
Me puse a subir el cortafuegos con ganas, sabiendo que se me iba a hacer muy corto. Así fue, enseguida llegué a la parte más alta, y me puse a bajar por una pista, nueva para mí. Después el camino se adentraba en los árboles, donde realmente no todo era bajada, y hasta hubo algún repechín, donde adelanté a una corredora. Pero la verdad que este tramo de unión entre el cortafuegos y lo que era el recorrido de la ultra y la maratón era muy corto, apenas 2 km.
Tramo de unión entre la carrera de 23 km y la ultra+maratón
Y ya por fin alcancé de nuevo Añón. Ana estaba esperándome junto a meta, me dio ánimos mientras me grababa, pasé de largo porque no me di cuenta de que era ella, y retrocedí sobre mis pasos para darle un abrazo. Ya crucé el arco de meta tras casi 4 horas de carrera. Había costado más de lo que hubiera querido.
Nos fuimos ya a las piscinas, yo me tenía que duchar ahí, pero los vestuarios estaban anegados, así que, haciendo equilibrios junto a una silla en el interior, me cambié simplemente de ropa, ya me ducharía en condiciones en casa. Ya de ahí nos fuimos a la zona de la comida, había de nuevo rancho, pero no tenía cuerpo para rancho, y pude comerme una ensalada de pasta, que me sentó bastante mejor.
Al poco daban los trofeos. Ahí Agustín nos explicó que finalmente había pasado a todos los corredores de la ultra que habíamos hecho el recorrido de la maratón a la clasificación de la maratón. Y además, que las que estábamos en el Desafío Platino, pasábamos al Desafío Diamante (maratón + media). Yo era la tercera (no esperaba más). En cuanto a los corredores de la ultra que se habían visto obligados a bajar directamente al santuario, se les había penalizado con hora y media por esos 5 km de menos. Otra cosa es lo que hubiese tardado cada uno en recorrer esos km de ida y vuelta al refugio de la Majada, pero es que no hay otra forma de cuadrar.
Cuando subí al podio, Mariano Navascués dio un tiempo global que no me cuadraba. Lo que pasa que no le di excesiva importancia porque era tercera, y pensé que no cambiaba nada. Lo que yo no sabía es que con quien compartí podio, la segunda (la primera se había marchado), no pertenecía realmente a mi desafío original, sino al desafío Diamante. Y resulta que lo que no me cuadraba era muy fácil de explicar: a las del desafío Platino no nos habían sumado al cómputo global las dos horas de más de la maratón por salir antes que los corredores de la maratón.
En mi caso, la suma de dos horas me seguía dejando tercera, pero en el caso de estas dos chicas, había un cambio de orden de primera a segunda, y la chica que estaba conmigo era realmente la primera. Los trofeos de segunda y tercera no estaban disponibles, ya que los que se habían encargado en su momento eran los del Desafío Platino, no el Diamante (donde, como he comentado antes, sólo había una corredora). Esto se aclararía tiempo después.
Y ya nos marchamos para casa, dando por concluido un fin de semana completo como pocos. Es cierto que me había quedado con ganas de más km, pero he de reconocer que me lo había pasado como hace tiempo no me lo pasaba. En esta vida todo es relativo, y había que darle la importancia justa. La organización lo había gestionado todo con cabeza, y que todos hubiésemos llegado en condiciones a meta era todo un triunfo.
Y de lo que me había dado cuenta (aunque realmente ya lo sabía) es que hay gente genial en este mundillo, y que es lo que es realmente enriquecedor de meterse en estos berenjenales. Me puedo considerar afortunada de la gente que tengo al lado. Ya tocaba seguir con el foco en Ehunmilak. Cuando escribo estas líneas, Ehunmiak ya ha pasado, no sin cierta épica, pero eso... es hora historia que ya os contaré.
Mis tiempos de paso en la maratón de 2025
Mis tiempos de paso en la ultra de 2023
Mis tiempos de paso en la media