A la 1:21 de la madrugada, alcancé por fin el refugio de Cornudella, bolsa de vida que tanto ansiaba. El interior había cambiado algo, y me encontré con Bernat, el amigo de Fonsi con quien coincidí en UTMB. Venía a apoyar a un amigo. Ahí había conexión a internet (y cobertura en general), y pude comprobar que Jordi me había leído y escrito (también le había mandado un audio después del cruce múltiple por el río), y que había pasado hace tres horas por ese punto. Evidentemente, hace horas que me planteaba la carrera en solitario, y no aspiraba a recortar tiempo (más bien lo contrario). Aproveché y me cambié de ropa por completo, incluidas zapatillas. Me tomé un par de cafés y comí algo, recargué lo que pude las baterías. No tenía un sueño tan abrumador como para echarme a dormir, aunque algunos de mis compañeros de carrera si que se echaron una buena siesta (y me acabarían cogiendo bastante ventaja después). Yo es que llevaba algo de mosqueo con el tema de horas de corte, como que no me cuadraban demasiado. El año pasado el corte horario en la bolsa de vida eran las 5 de la mañana, y este año a las 08:30. Estaba pasando con mucha mayor antelación, pero es que me daba la sensación de que los cortes se alargaban hasta la Ermita de Puigcerver, y que la cosa se complicaba en tiempos pero pasado ya La Febró. O una de dos: o realmente lo más complicado había pasado (o me quedaba poco para ello), o el tramo desde La Febró realmente era mucho más sencillo. Bueno, quizá fuese un combinado de ambos factores: técnicamente, desde La Febró hasta meta era más corto y con menos desnivel. Yo había tardado la vida entera en llegar a meta desde La Febró, pero con un track diferente, poco podía especular.
Me tomé el lujo de estar algo más de una hora, y comenté con uno de los voluntarios la problemática del río. Parece ser que el track se había diseñado a golpe de gpx studio y “zonas calientes”, pero las lluvias habían complicado la orografía, y de qué manera. Me pusieron una baliza gps, porque la aplicación de LiveTrail me estaba fallando más que una escopeta de feria.
Y ya seca por completo, y habiendo cogido algo de fuerzas, abandoné el avituallamiento, con ganas de afrontar lo que me quedaba. De primeras, me lié menos que el año anterior. También pisé menos barro, afortunadamente. En un momento dado me encontré con Bernat, justo dejaba a su compañero y me acompañó un trozo. La noche no era mala del todo, y, sobre todo, no llovía. Me despedí de él. Pero aun con todo, me volví a confundir, tiré recto donde no era, y llegué a un punto de no retorno:
Por aquí no es
Antes de llegar Torroja del Priorat, traté de esquivar algunos tramos anegados, creo recordar, porque no se entiende que me saliese del camino:
Torroja del Priorat
Y volví a liarme a la salida del pueblo, justo en el mismo punto que el año anterior. Supongo que era un sendero demasiado aparente como para no seguirlo, pero visto lo visto, un sendero sin salida.
Senderos a ninguna parte
Me vuelvo a liar
A partir de ese momento, la tónica habitual a lo largo del día sería tener muchas ganas de mear. Vale que me había tomado alguna pastilla de sales, pero no muchas, pero el caso es que cada dos por tres me entraban ganas de hacer pis, menos mal que estaba sola. No tardaría mucho en amanecer. Me tocaba llegar a Porrera, y aunque el año pasado me había liado entre los viñedos, y esta vez lo tenía muy claro, un poquito antes d ellegar, me lié, pero mínimamente.
El año pasado me metía entre viñedos, este año no
Liada mínima
Alcancé Porrera, y a la salida del pueblo, me entró un frío tremendo. Me tuve que poner alguna capa adicional. Lo siguiente que me tocaba era subir hasta los molinos de viento, y de ahí a la base de vida de la ermita de Puigcerver.
Frío a la salida de Porrera
El año pasado me tocaba meter el turbo para poder llegar. Este año, se juntaron un par de factores que me ralentizaron cosa mala: tenía mucho sueño y llevaba los cuádriceps cargados, con cansancio acumulado de días atrás por trabajo. A ratos trotaba, y no tardarían mucho en alcanzarme los compis de la siesta gorda en el refugio anterior. Yo sabía que por cortes horarios oba bien (aunque seguía con la mosca detrás de la oreja). Tenía hasta las 19:30 para llegar al refugio, pero evidentemente, pintaba que iba a llegar antes.
Eran las 9 y media de la mañana, y me lié nuevamente en uno de los giros del camino. Me di cuenta pronto:
Me doy cuenta pronto del error
Pero a las 11 de la mañana, pensando que tenía ya cerca la ermita, me lié a lo grande. En lugar de caminar entre los árboles en un sendero que me parecía confuso, me tiré a una pista a mi derecha. La seguí hasta que llegué a un punto de no retorno, y tuve que volver sobre mis pasos. Esa parte la tenía prácticamente olvidada del año anterior.
Callejón sin salida
Por fin, a las 11:27, alcancé la ermita de Puigcerver. Entré en su interior., había mucha gente, senderistas y algún corredor. Volví a coincidir con el señor del poncho, que decía estar muy bien (atrás quedaban los cruces por el río). Yo no me cambié de ropa, sólo los calcetines. Estaba cansada, comí una sopa caliente, y me dijeron que si quería butifarra, y me animé. Pero cuando vi la pedazo de butifarra, se me volvieron los ojos del revés. Comí un poco, pero era imposible terminarla (y eso que estaba bien buena). Les pedí que me la metieran en pan, y la guardé en la bolsa de vida, para cuando ya llegase a meta. Un corredor a mi lado hacía cábalas con lo que quedaba de carrera (era de la de 50). Su pareja me hablaba, pero no entendía una pija, me hablaba en catalán y no entendía nada.
Esto es una butifarra y lo demás tonterías
Recargué baterías, descansé un poco, me masajeé las piernas con árnica, estuve charrando con una fisio, intenté dormir un poco (sin éxito), fui al baño... Así hasta transcurrir una hora y cuarenta minutos. Tenía un margen más que de sobra sobre el corte horario, pero sabía a ciencia cierta que no sería el mismo colchón para cuando llegase a meta. Lo que me quedaba por delante era conocido, y relativamente sencillo, o eso creía yo. Pero los cuádriceps los llevaba muy cargados, y tendría que adaptarme a esa situación. Jordi había pasado por ahí a las 8 y pico de la mañana (no lo sabía), pero sería a partir de ese punto cuando la separación horaria se haría mayor.
No quise eternizarme, y ya salí del refugio, para enfilar una de las partes más sencillas del recorrido, antes de llegar a la zona encañonada previa a La Febró. El sueño me atacaba, y tuve que tumbarme brevemente antes de salir de Alforja. Pero un siseo a mi derecha (¿una serpiente?) me quitó las ganas de descansar:
Descanso exprés antes de cruzar la carretera
Esta parte de la ruta me era totalmente familiar, tenía muy claro dónde seguir por la pista, porque no había forma de ver el sendero, y había alguna mínima variante en algún tramo:
Variante mínima
A pesar del cansancio, las horas fueron transcurriendo bien, y estaba a punto de llegar a la zona encañonada. Llegué cuando todavía era de día (antes de las 6 de la tarde), y comprobé como, esta vez, el sendero del año anterior obligaba a cruzar una gran acumulación de agua.
Por aquí crucé el año pasado, pero con menos agua y más de noche
En este punto volvíamos a juntarnos corredores varios, tanto de las 50 como de las 100 millas. El problema es cuando llegué al final del camino, y no veía por dónde seguir. ¿Me había saltado algo, estaría el camino por encima de mi cabeza? No lo sabía en ese momento, pero a ese mismo punto ya había llegado el año anterior.
Uno de los corredores veteranos me dijo que había que cruzar otra vez el agua, y algunos cruzaron, alcanzándoles hasta las rodillas. Yo flipaba, no podía ser que otra vez hubiese que atravesar tal cantidad de agua. Echaba marcha atrás, emperrada en encontrar una alternativa, me parecía ver frontales por arriba (sí, se estaba haciendo de noche entre que cruzaba y no cruzaba). Y finalmente, pues volví a mojarme. Ya no había bolsas de vida en las que poderme cambiar de calcetines, y me entró una mala virgen épica. Un asiático (coreano, creo), alucinaba pepinillos mientras también cruzaba.
Al final, a mojarse otra vez
Un chaval comentaba que se había descalzado para cruzar, y pensé que cómo no había hecho lo mismo, teniendo en cuenta que es lo mismo que hice en la Epic de 90km del pasado noviembre (crónica pendiente). Ahí estaba yo, jurando en varias lenguas muertas, cuando decidí pararme y sacar el frontal, que estaba apurando, pero la cosa no daba para más. Serían en torno a las 7 de la tarde, y estaba a punto de toparme con el track del año anterior:
Sacando el frontal
A ese mismo punto de la carrera llegaba yo en 2024 a las 8:45 de la tarde, después de haberme pegado como una hora dando vueltas por el cañón. Es decir, estaba pasando antes, pero también había salido antes (y también había recorrido más km, eso es verdad):
Hora de paso del 2024
Y como si fuera el día de la marmota, volví a liarme en algún tramo, exactamente igual que en 2024 (mi mente no recuerda el motivo de la confusión):
Qué habrá para liarme tanto
Por fin La Febró se vislumbraba, llegué a una pista de cemento, Luis Calatayud, de Los Mejores Guerreros, salió a mi paso. Se conoce que había oído que estaba despotricando, y salía a tranquilizarme. Yo es que, mojada completamente de rodilla para abajo, no atendía a razones. Digamos que estaba otra vez fuera de punto, pero fue entrar al avituallamiento, y se me fue pasando. Eran las 8 y media de la tarde.
Muchos de mis compañeros hicieron chufa y se marcharon. Yo aquí estuve un rato, y he de decir que me trataron genial, que es la tónica habitual en esta carrera: pocos avituallamientos, pero te tratan como a una reina. Me quité las zapatillas, un par de voluntarios me echaron una mano y me las secaron un poco en el secamanos del baño. Luis me dio sus calcetines, y me prestó un buff y unos guantes que abrigaban algo más. Ahí estuve, reponiendo fuerzas, de charreta y recuperando el buen humor, que es lo que me hacía falta. El corte horario era a las 02:30 de la mañana, pero de ahí a meta sólo te daban hasta las 9 de la mañana. Yo había pasado por ahí el año anterior a las 11 de la noche, y no vi meta hasta las 10 de la mañana. Es cierto que, si hacía cuentas, me salían rosarios. También es cierto que esta vez había menos km, pero también era cierto que el cansancio acumulado se notaba. Con mis cábalas, era consciente que. aun teniendo que caminar, la podía completar. Quizá no al ritmo que hubiese querido, pero había que adaptarse a la situación. Todas las pajas mentales que me había hecho en los anteriores avituallamientos con el tema de las horas de paso y los tiempos de corte se me disiparon un poco aquí. Digamos que los cortes eran bastante amplios hasta Puigcerver, pero si llegabas justo a La Febró, no es que no te diese tiempo, es que probablemente tuvieses que acelerar un poco, porque realmente era menos km y desnivel que el año pasado.
Una hora después salí del avituallamiento, la noche era bastante fría (quizá no tanto como esperaba), pero por lo menos, no llovía. Me puse a caminar con ganas, pero justamente, al salir del pueblo, el agua volvía a invadir uno de los senderos. Yo, que estaba con la mente abotargada, volví a olvidar aquello de descalzarme. Y sí, volví a mojarme los pies. Cuando caí en la cuenta de haberme descalzado, ya era tarde y me puse a hablar sola, insultándome y jurando en hebreo y arameo. Me descalcé y escurrí los calcetines, pero estaban helados. Un corredor de la de 50 pasó a mi lado, con los pies también mojados.
Tocó recomponerse y readaptarse a todo esto. Con los pies mojados y con los cuádriceps cargados, ralenticé el ritmo, no quería fastidiarme los pies más de la cuenta, así que tuve que aflojar. El sendero me lo conocía de sobra, hasta que llegué a un punto un tanto extraño. El sendero parecía discurrir entre unos paredones de roca. Me pareció ver pisadas, aunque lo mismo estaba flipando, y me puse a bajar, hasta que me topé con una pared que me impedía el paso. Me estaba metiendo en un jardín demasiado frondoso. Eché marcha atrás, e intuyendo que el sendero estaba hacia mi izquierda, y por encima de mi cabeza, hice una pequeña trepada hasta volver a algo que ya tenía más pinta de sendero. Eran sobre las 10 y media de la noche. Hace un año, pasaba por esa zona a las 12 de la noche.
Paredones de roca
No lo sabía, pero estaba en un punto conocido como Avens de la Febró. Pongo un par de enlaces donde cuentan curiosidades de este sitio:
https://caminoconsantiago.com/ruta/excursion-avencs-febro-mussara/
https://www.mochilaenlaespalda.com/els-avencs-de-la-febro/
Así como la ruta del año pasado no pasaba por ahí, tengo mis dudas con respecto a la ruta de este año. ¿Realmente teníamos que pasar por ahí? Aparentemente, no había salida. Es que, además, según estos enlaces, no es tan fácil toparse con las aperturas de estas simas. Vamos, yo tenía que volver ahí, de día y con Raúl. Seguro que entonces era incapaz de encontrar la entrada.
Seguí hacia adelante, sabía que no me quedaba mucho para llegar al antiguo refugio de la Mussara. El año pasado había sido incapaz de encontrar por dónde acceder al sendero que discurría por debajo de un mirador. Este año no quería caer en el mismo error, y tiré por uno de los senderos que creía que me llevaría al track. Me confundí, tuve que volver sobre mis pasos, y finalmente atiné:
Volviendo sobre mis pasos hasta toparme con el track de la carrera
Hoy en día, sigo sin saber por dónde se baja. Tengo que volver de día (aprovecharé la excursión cuando vaya a ver la sima, si es que la encuentro). Seguí corriendo, no me quedaba mucho para encontrarme con el actual refugio de La Mussara. Estaba en obras, y unos carteles me impedían seguir el paso, pero el track pasaba junto al refugio, así que tiré para adelante. Lo que tenía por delante era nuevo para mí, y esta vez tocaba adentrarse entre los árboles. El GPS brincaba, no iba muy fino aquí, hasta que cogí lo que parecía un sendero más evidente, el cual bajaba (y después subía). Me lié un poco, bajando por donde no veía, pero algún corredor de la de 50 millas me sacó del error:
Tramo pasado el refugio de La Mussara, entre árboles y con algo de confusión
El camino descendía, llaneaba ligeramente, y de repente se ponía a subir. Fue un tramo no muy largo, de apenas 3 km, pero que era nuevo para mí, y que se me estomagó especialmente, porque era incapaz de saber si realmente esta subiendo por donde debía subir, así que fui un poco por intuición, y viendo si el terreno estaba pisoteado. Veía frontales en la distancia, y es que mucho de los corredores de las 50 millas me estaban alcanzando. Yo estaba segura de que no tardaría mucho en ser la última. Me pareció una eternidad, y me parecía distinguir paredones un poco más arriba (estaba en una zona de vías ferratas, sin saberlo). Tras una hora eterna, por fin alcancé una zona de pista más aparente, y el track era mucho más evidente.
Subida interminable
Un poco de pista, menos mal
Y una media hora después, alcanzaba el track del año anterior, el cual seguiría durante un tramo no muy largo (aunque las pistas grandes y amplias me sonaban un montón del año anterior, probablemente porque se parecían todas). Era muy consciente de mi lentitud, pero tampoco podía correr mucho más. Por esa misma zona había pasado en 2024 a las 2 de la mañana, algo antes. Y es que el tramo nuevo de La Mussara me había costado más (también era algo más largo).
Topándome con el track del año anterior
Separándome del track del año anterior
Sobre las 3 de la mañana, sonó el móvil. Dudé mucho que fuese Raúl o mi padre, y efectivamente, era quien creía: la organización. Descolgué, y adelantándome a la pregunta, dije “soy la última, ¿verdad?”. Efectivamente, era la última. Y efectivamente iba tan lenta que estaban preocupados. Yo les dije que estaba bien, que llegaba, calculaban que entre las 7 y las 8 de la mañana a meta, y les dije que más quisiera correr más rápido, pero que tenía las piernas cansadas, y los pies helados. Que no era un error de GPS, simplemente que no podía trotar más rápido. Y que estaba a punto de bajar hacia Capafons, razón no me faltaba. Durante todas esas horas nocturnas, tuve la sensación de tener un tapón en el oído derecho, como si se me hubiera quedado algodón de un bastoncillo, que no era el caso. Curioso, no tuve alucinaciones visibles, pero sí auditivas.
Seguí para adelante, aún me tocó remojar los pies varias veces. Una vez, atravesando un charco enorme, que me parece que podía haber esquivado por un sendero lateral (que no vi nada claro). A las 3:47 de la mañana, me topé con el track del año anterior (el que venía de vuelta después de dar una vuelta tremenda desde El Bosquet), y comencé a bajar (me había liado y había empezado otra vez a subir). Ahí me remojé de nuevo los pies, ya que lo que parecía un riachuelo, era el sendero.
Comienza la bajada progresiva a Capafons
Esta vez tenía muy claro por dónde debía cruzar el río. Esta vez también, el río era más río, y volví a mojar completamente los pies. Me puse a trotar cuando llegué al sendero, recordando la prisa que me tuve que dar hace un año:
Directa a Capafons
Por inercia, fui por el sendero que no era hasta que me lancé a una pista más aparente. Creo recordar que oí sonar las campanas, de probablemente las cinco de la mañana, pero realmente no llegué a Capafons hasta las 5:45. No tenía la prisa del año pasado, y tampoco tenía las piernas para muchos trotes. Eso sí, del sueño que me había dado a lo largo del día, ni rastro. Al otro lado del valle se adivinaban frontales, lo cual no me terminaba de cuadrar (a Prades no se iba por ahí), así que me quedaba la duda de si eran de la ultra de 200 millas, o simplemente estaba alucinando.
Llegué a Capafons, le hice una foto a la estelada más grande que he visto nunca, y atravesé las calles desiertas. Me había rellenado un botellín en una fuente, pero a la salida del pueblo había un avituallamiento ligero. Un par de voluntarios, que estaban metidos en una furgoneta, y con las legañas aún puestas, abrieron la ventanilla a mi paso por si necesitaba algo, que no era el caso. No me quedaba nada para llegar, lo tenía a tiro de piedra.
Seguí hacia adelante, y cuando encaraba un camino de tierra, me di la vuelta porque vi frontales por detrás. Pensaba que era la última del todo, pero aún quedaban corredores de las 50 millas. Eso sí, cuando se pusieron a mi altura, me dio la alegría de la noche: eran Martin Scofield, su amigo (al que ya vi el año pasado) y Almudena, la “chica de Cuenca”, que le digo yo. A Almudena hacía tiempos que no la veía, porque en UTMB no llegamos a vernos.
El camino hasta la ermita antes de llegar a Prades se me hizo extraño y no me resultaba familiar. Pensaba que era un calco del año pasado, pero no era así. De primeras, en el track original, sí que coincidían, pero en la nueva versión que lanzaron, el camino era más directo, esquivando pista y adentrándose entre los árboles y las hojas caídas.
Camino a la ermita de l’Abellera, antes de Prades
De hecho, es un tramo que me resultó algo confuso, porque el GPS tendía a bailar, y además ya se acumulaba mucho cansancio. Ese tramo lo hicimos los 4 juntos, charrando, intercambiando anécdotas, y relatando nuestras vicisitudes. Ellos habían salido de Prades la mañana del sábado, y tenían como yo, hasta las 9 del domingo, para llegar a meta. Muy desastrosa tenía que ser la cosa para no llegar.
Fuimos ascendiendo hasta la ermita de l’Abellera. Y ahí encaramos la última recta, en bajada. Ellos aún tenían patas para correr, pero yo medio caminé, medio troté, así que me despedí de ellos (ya los vería en meta).
Y si, por fin, llegué a Padres, y enfilé mis pasos al pabellón, para atravesar el arco de meta a las 07:46. Yo llevaba los labios tan cortados del frío, que al sonreír me dolía, y con un careto tremendo, fui a sentarme, mientras miraba al chico de la organización, y le decía que “teníamos que hablar” de los pasos por el río. Ahora me entraba la risa, pero me estaba acordando del río, y tela marinera. Por ahí estaba Jordi Besora, que había compartido la carrera con Gemma, y que habían completado en 39 horas (llegando a las 12 de la noche, menuda diferencia). Ahí le dije “no me hables”, y es que reconozco que todavía tenía que digerir lo en solitario que (otra vez) había tenido que hacer la carrera. Que yo sé que estas cosas pasan, pero todavía tenía que gestionar mentalmente el “chasco” personal, no sé si me explico. Porque del planteamiento original de una carrera casi a la par, con la ilusión de que él la completase, había pasado a una carrera en solitario, no con pocas vicisitudes, gestionando muchas salidas de punto mentales (luego ya haría la lectura positiva, que la hubo). He de decir que sí me alegró mucho que por fin se quitase la espinita clavada, y he de decirle, si me lee, que se puede sentir orgulloso de la carrera que se marcó. En meta me dijeron que había sido la tercera absoluta femenina (la segunda fue Gemma), algo no muy complicado, porque de 4 habíamos pasado a 3, ya que una de las chicas, que hacía equipo con un chaval, había abandonado en la primera base de vida. Sabía quién era porque la había visto en la salida, y además había visto sus pertenencias en Cornudella (se debió de echar a dormir). Lo que no imaginaba era que iba a abandonar, pero es verdad que no me había adelantado.
Foto en el podio, no podía estás más contenta
Antes de la entrega de premios, fui a ducharme, pero lo que se antojaba como una ducha a la temperatura del núcleo, tuvo que ser breve, ya que se estaba gastando el agua caliente. Me puse ropa limpia, y seca (alegría), y me quedé en chancletas. No porque tuviera el fuego en el cuerpo, es que quería que mis pies se secasen del todo. A pesar de lo en remojo que habían estado, no estaban ni tan mal. Las uñas de los dedos estaban intactas (milagro), y salvo alguna uña pequeña que se iba a perder (como siempre), no tenía ampollas ni nada por el estilo, supongo que fruto de mi ritmo tortuga.
Estuve un buen rato comiendo unos sándwiches a la plancha, que me supieron a gloria, aunque hubiese querido un trozo de pizza (ya no había). Además, repuse líquidos, pero sobre todo tenía un hambre exagerada. Estuve un rato también con Mónica y su marido, Jordi no tardaría mucho en marcharse, y estuve hablando con algunas de las voluntarias, que ya me conocían de mis otras veces por Prades.
En un momento dado anunciaron que estaban a punto de llegar los últimos corredores de las 200 millas. Entre ellos estaba Xavi Moré. Yo había comprobado que seguía en carrera, pero me había sorprendido ver que tenía una penalización de 9 horas. Silvia, su mujer, me explicó después que era porque, salvo el primer corredor, un esloveno que corría que se las pelaba, nadie había podido hacer el recorrido íntegro. Llegados a un punto, uno de los barrancos se desbordó e impidió el paso en uno de los puntos, lo que obligó a todos a volver y tener que ser trasladados en coche al siguiente punto. En el caso de Xavi hubo más follón, porque los llevaron a un punto que no era, y tuvieron que recular. Fue emotivo verlos llegar, y me alegré infinito por Xavi, por lo buena gente que es y por la ilusión que tenía. Tenía cara de cansancio extremo, y no era para menos, porque había podido dormir muy poco desde el miércoles por la noche. Y ya tuvo lugar la entrega de trofeos, donde el organizador se emperraba en llamarme Victoria, estaba más espeso que yo.
Me retiré un rato a dormir detrás del escenario, sobre una colchoneta improvisada. El sueño duró muy poco, y mientras dormía, desmantelaron todo el avituallamiento. Una hora y media después, sobre las 12, salía de ahí, despidiéndome de Luis Calatayud y del resto de voluntarios, y recordándole a Dani Buyo, cabeza pensante de la carrera, que teníamos que negociar los tablones en el río, que en mi pueblo había unos rumanos que te lo apañaban muy rápido. Al menos la siesta, y las últimas risas, me había servido para quitarme el sueño y poder conducir hasta casa con cierta seguridad.
Llegué a casa, Raúl aún no había llegado de casa de sus padres, con quienes estaba comiendo, y ya intenté dejar todo medianamente organizado, porque como me sentase, no me levantaba. Me volví a duchar, esta vez sí con agua ardiendo. Aún tuve fuerzas para ver una película con él, mientras me comía el bocata de butifarra, que no se me había olvidado. El sueño me costó más recuperarlo, y la espalda otro poco más, porque en las últimas horas me había estado dando unos jetazos increíbles, nada que no apañase Isa mi fisio. Me lo tomé con calma después, porque en tres semanas tenía la maratón de Zaragoza, nuevamente con los chavales de Special Olympics, y en cuatro (una semana tras la maratón) la CSP de Penyagolosa (cuya crónica también está pendiente).
Qué tenía Prades, que siempre volvía, qué tiene, que seguro que vuelvo... Prades es una joya a apenas un par de horas de casa, tiene unos rincones que merecen la pena explorar, y cuenta con unos voluntarios de lujo a los que siempre estaré agradecida. Porque lo que te miman y te cuidan y te llevan en palmetas, eso no se paga con dinero. A Mónica Carrillo, que es un amor de chica, siempre me encanta volver a verla. Desde aquella Epic de 50km en el 2023, sólo nos hemos visto cada vez que vengo por aquí, pero te da tanto, con todo su corazón, es tan sencillo conectar con ella, que cómo no voy a volver. Las risas que me pude echar con las cabezas pensantes de la carrera tampoco se pagan con dinero. Porque es cierto que me había salido de punto varias veces, pero cuando los voluntarios te aúpan, te ayudan, te miman y te quieren tanto, cómo no vas a tirar para adelante, sin reblar. Mención especial a Luis y compañía en La Febró, que me dieron el último empujón cuando más lo necesitaba. Esta crónica es sincera, refleja todo lo que viví, tanto lo bueno como lo malo, aunque cuando acabas con una sonrisa, entonces sabes que ese es tu lugar en el mundo. Porque es verdad que podría haber salido mejor, pero en las grandes distancias es importante saber adaptarse a lo que pueda ocurrir.
Trail Cat, fue agónica y brutal el año pasado, pero este año lo ha sido aún más. No por un terreno complicado (de hecho, es un debut muy bueno para la distancia), sino porque la naturaleza siempre está dispuesta a darte un toque de humildad, de mostrarte su poderío. Trail Cat, pura épica, donde la cabeza tiró como nunca, porque (y es importante que no lo olvide) tengo el enorme privilegio de poder hacer estas cosas que tanto me gustan y tanto me llenan. Trail Cat, un arranque de temporada, así de tapadillo, para despistar, pero un arranque que necesitaba con toda el alma. Trail Cat, no sé si volveré, no sé si a esta distancia (ya que me pongo, o voy a más, o a menos), pero sí que puedo decir que, gracias a ella, creo que por fin me consolido en la distancia. Gracias por tanto, gracias por todo, y si me has leído, gracias por tu paciencia.
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