VII ULTRA TRAIL DEL MONCAYO, 69km 3.850m D+ (¡por fin!)

la_hansen
Carreras de montaña
24/05/2023

Al Trail Barranco de Horcajuelo, que organiza Agustín Vega, de Añón de Moncayo, le tenía muchas ganas ya desde hace tiempo. En concreto desde finales de 2016, cuando corrí el Trail Puerta del Zierzo (que ya no se hace), y que formaba parte de las Trail Series (que tampoco se hacen ya). Sin embargo, año tras año, no podía ser por distintos motivos: o me pillaba de excursión (2017), o me pillaba en medio de los entrenos del maratón de Zaragoza (y de viaje también, 2018), o me pillaba de baja (2019), o me pillaba, a mí y a todos, la pandemia (2020 y 2021). El año pasado tampoco pudo ser porque estaba entre las ultras de Sobrarbe y Nafarroa Xtrem, y me perdí una edición épica por la nieve y el frío. Y es que el Moncayo es muy traicionero...

Cuando Agustín me dijo que tenía en mente hacer una ultra, supe que de 2023 no pasaba, salvo que los astros se alinearan en contra. Qué mejor manera que estrenarme en territorio Añón con su primera Ultra. Y cuando sacaron las inscripciones el 4 de diciembre del año pasado (lo sé porque era el cumpleaños de Raúl), no dudé en apuntarme de cabeza (no caía en ningún puente), pensando en que las inscripciones volarían. Las inscripciones no volaron, y aún se mantuvieron, pero de esa forma no me surgían dudas. Por aquel entonces no me percaté de que estaba el Desafío Platino, que consistía en correr la ultra el sábado, y la carrera de 22 km el domingo. Hombre, yo creo que con una el sábado ya íbamos bien, que si me los dan de golpe, aún, pero parando, dudo mucho que tuviese pitera a arrancar el domingo.

Fueron pasando las semanas y los meses, y supe que Ana Mayayo también se había apuntado a la ultra. Compartimos conversaciones al respecto, y comenzó a trabajárselo de lo lindo, entrenos, alimentación... Ana se fue focalizando hacia ese objetivo. Sabía que tenía muchas ganas de su primera ultra, y que ésta, que se hacía durante el día, era idónea para ella. Como tenía alojamiento en Añón, y habida cuenta que Raúl se iba al pueblo ese fin de semana, decidí compartir habitación con ella la noche del viernes, la idea era el sábado irme a casa al terminar, y con suerte llegar a ver Eurovisión (yes, soy fan).

Ana tuvo una mala caída días atrás, y se hizo una brecha profunda en la rodilla. Como estaba todo pagado, que dirían los de mi club, decidió que en cualquier caso se pondría en la línea de salida, ya que aún había tiempo a que curase la herida. Posteriormente, los pronósticos de tiempo se fueron poniendo cada vez peores, viento, mucho viento, en altura, y en las cotas más altas (Pico Lobera) sensaciones térmicas de -9 ºC. Las imágenes, compartidas en Instagram, nos hacían presagiar un fresco cuando menos intenso. Había que llevar ropa en condiciones, y por supuesto, todo el material obligatorio. Yo, conforme se acercaba la fecha, me ponía un poco más nerviosa, y es que, aunque lleve unas ultras a la espalda, me adentraba en terreno nuevo para mí, aunque haya tramos que conociese de caminatas con Raúl, con mi hermana o entrenos en solitario.

El viernes tarde me dirigía hacia Añón; conforme me acercaba, la nube encima del Moncayo parecía más amenazante. Sólo esperaba que respetase la lluvia. Hacía fresco, y decidí llevar una buena térmica de manga corta, manguitos, mallas por debajo de la rodilla y cortavientos, además del chubasquero obligatorio (que se quedaría en la mochila salvo que lloviese). Me reuní con Ana, me acompañó a buscar mi dorsal, y estuve un rato muy corto en el briefing. En la sala me encontré tropecientas caras amigas, Jorge Escorihuela (corría la de 10 y la de 22), Alfonso Medina (la ultra), David Sánchez, Patxi (Desafío Platino)... Vi que me enrollaba como una persiana y decidí plegarme al hotel con Ana, con la sana intención de estar durmiendo a las 10. En el hotel me encontré con Indio Juan Moro (que ejercía de fotógrafo), al cual no veía desde mi primera Guara Somontano (la Long del 2015), pero al que sigo en redes. Me había llevado una cena muy ligera, una ensalada de atún, y es que prefería salir de vacío, que me conozco y me revuelvo mucho en los arranques de las ultras. Ya iría comiendo sobre la marcha... En el hotel estaban también Raúl y Chen de Corredores del Ebro. Todos a la ultra...

Después de ultimar detalles (¿bragas negras, bragas melocotón?), y tal y como nos habíamos propuesto, a las 10 estábamos intentando dormir. Yo dormí de aquellas maneras, estaba nerviosa y de cuando en cuando me despertaba en medio de sueños rarunos, por no hablar de una tinnitus que da por saco (el oído izquierdo no paraba de zumbar). Al final, sobre las 4 de la mañana nos levantamos, ya que la salida era a las 6, y era mejor estar preparadas con tiempo, aunque estuviésemos a apenas 400 metros de la salida.

Opté por desayunar sólo un zumo, que no quería tentar a la suerte, y un café, por si me terminaba de mover el cuerpo. Ana estaba muy nerviosa, y yo trataba de calmarla. Pasara lo que pasase, había hecho un magnífico trabajo, y eso no se lo quitaba nadie. Y tras chequear que llevábamos todo lo necesario, nos fuimos a la salida. Ahí me encontré con Rubén de mi club, no podía correrla pero se había quedado el fin de semana con la familia. Bromeamos siempre con que es gafe y atrae el mal tiempo, y que desde que había confirmado que no corría, el tiempo había mejorado considerablemente. En el fondo, le tenemos mucho cariño, todo es broma porque esa maldición ya se ha roto alguna que otra vez (creemos que ahora la porta el señor Toledo).

En la salida había control de material, estaba Ana del Molino (trabaja de cuando en cuando de juez de carreras, y ésta pertenecía al Campeonato de Ultras), chequeando que estuviera todo conforme, y también Javi de Muniesa. Me pidieron la manta, y como la llevaba tan a mano, pasé enseguida al corralito de salida. Lo demás lo llevaba puesto. Me extrañó que Ana no siguiese y fui a por ella.

Ana estaba nerviosa perdida, no encontraba la manta térmica. Yo sabía que la había metido, pero no la encontraba en el maremágnum de bolsillos de su mochila. “Tranquila, respira, vacía todo”. El reloj corría, pero ahí había mucha gente (la salida se retrasó 5 minutos). Y finalmente, en el último momento, la encontró. Pasó junto a mí al corralito, y nos mezclamos con el resto de corredores. Eso era como estar en familia: Clara, Luis, Lucas, David, Patxi, Alfonso, Óscar de mi club, su tío... No pude explayarme demasiado en los saludos, porque a lo que me quise dar cuenta, arrancamos frenéticos.

Nos pusimos a correr con alegría por las calles del pueblo, mientras la gente nos animaba. Llevábamos los frontales, aún era de noche, pero faltaba muy poco para que amaneciese. Estábamos apelotonados y enseguida entramos en calor. Los primeros km permitían correr con cierta alegría, y de momento no nos habíamos dispersado. Si bien es cierto que conocía parte del terreno, había comprobado, a golpe de Google Maps, el tipo de terreno al que me enfrentaba. Pintaba que, salvo algunos tramos, era bastante “llevadero”, “corrible” en algunos casos, que solemos decir. Lo que no quita para que hubiese que tener cuidado en la gestión de las fuerzas. Yo “buscaba” un tiempo total entre 11 y 13 horas, habida cuenta de otras ultras de similar distancia, desnivel, y tipo de terreno. El primer avituallamiento llegó rápido, en el km 4.9, correspondiendo al comienzo del  Barranco de Valdeavellano. Me parecía notar que un botellín de la mochila me fugaba, pues sí que empezaba bien.

Yo ya había entrado en calor, pero sabía que el camino seguía subiendo, y pintaba que nos adentrábamos en temperaturas más frescas, así que conservé puesto el cortavientos, pero guardé el frontal, que ya no hacía falta. Las gafas de sol ni me las había llevado, que pintaba que el sol no me iba a molestar en demasiadas ocasiones. Lo bueno de ese cortavientos (Dynafit, cómo no) es que abriga lo justo pero transpira muy bien, así que me venía fetén. Además iba a juego con las mallas (Dynafit también). Llevaba puestos los guantes, los cuales me iría quitando y poniendo a lo largo del recorrido.

Gran parte de la subida la compartí con Patxi y David, además de otros Kalandrakas, así como con Lucía Zárate (la hermana de Ismael, de los Correcaminos), con la que ya había compartido otras carreras, entre ellas los primeros km del Trail Valle de Tena, y que es un amor de chica. Como le decía a Patxi, qué bueno era estar a su par, eso es que iba bien la cosa. Compartimos conversaciones, y nos íbamos riendo, mientras los km seguían pasando hasta el avituallamiento de Collado la Estaca (km 9.1), por el que pasaríamos 2 veces ya que hacíamos un bucle. Había pasado una hora y media de carrera, y ahí el viento era más que notable, pero el paisaje era espectacular. Los voluntarios aguantaban estoicos el aire, mientras nos ofrecían comida y bebida.

Me puse la capucha y tiré para adelante, había comprobado las fugas del botellín y parecía que no había, pero me estuvo haciendo la puñeta todo el rato. En los llanos corría si la pista lo permitía, en la primera bajada fui con cuidado, ya había sacado los bastones y me apoyaba en ellos. Patxi bajaba como una bala. Seguimos bajando hasta alcanzar Talamantes (km 16), donde el aire daba una tregua. El corte horario ahí era a las 08:45 (después de 2h 45 minutos de carrera). Habían trascurrido 2:21:15, y aunque no era un margen excesivo, sabía que era el corte más estricto. Me puse de conguitos hasta el ojete, repuse botellines, me quité piedrecitas de las zapatillas, saludé a Ana del Molino, también a Ángel (ambos currando), y le di un abrazo a Natalia de mi club (su chico corría su primera ultra y estaba de apoyo logístico y moral). En el avituallamiento coincidí con Luis y Clara. Sin entretenerme demasiado, arranqué de nuevo. Este bucle se me iba a estomacar un poco, lo veía venir.

La temperatura era agradable, el camino era bonito entre árboles altos que tapaban el sol que quería calentar. Debatí conmigo misma si quitarme el cortavientos, y opté por dejármelo puesto. Yo había perdido un poco la vista a Patxi y compañía, pero seguí correteando con ganas por los senderos, pronto alcancé un nuevo avituallamiento, Collado del Campo, km 19.7. Había tantos avituallamientos que no me daba ni tiempo a vaciar ambos botellines. El botellín de la derecha me seguía haciendo la puñeta, pero yo no terminaba de ver dónde tenía la fuga. No me entretuve demasiado.

Por fin alcancé el cruce del bucle, los voluntarios nos indicaron que había que seguir hacia arriba, era el mismo lugar por el que habíamos bajado antes. Y a mí ni sonarme, y había pasado hace nada. Pues sí que íbamos bien. Conforme ganábamos otra vez altura, comenzamos a cruzarnos con los corredores de la maratón, que habían salido algo más tarde pero que también realizaban ese bucle (más adelante se separarían nuestros caminos). En la subida me vi bien, y fui ganando altura con ganas, hasta casi otra vez tener a la vista a Patxi, David y a Lucía. Empezamos a cruzarnos con caras amigas: José Antonio Chueca, Jessi (le di un abrazote, hacía mucho que no la veía y la vi genial), Eduardo de los Ubuntu (tuvo que retirarse), Alina, la chica rumana con la que coincidí en Añón (otro abrazote), y también Miguel Ángel, el “cirilo” de mi pueblo, que está fino y entrenando mucho.

Alcanzamos la parte más alta y seguimos desandando nuestros pasos con el aire en toda la cara, hasta que por fin alcanzamos de nuevo el avituallamiento del Collado la Estaca, km 26.1 (eran las 10:23 y habían trascurrido 4 horas 17 minutos de carrera, mentalmente hacía cuentas y me salían 12 horas, ya veríamos si se mantenía). Me aprovisioné de conguitos y le volví a dar la enésima oportunidad al botellín fugado (ya no lo volvería a llenar más veces). Intercambié risas con los voluntarios, di buena cuenta de un sándwich de nocilla, y di alcance a Patxi y David. Abandonamos el avituallamiento y en cuanto bajamos un poco, el aire dejó de soplar. Tardamos poco en enganchar una pista totalmente corrible. Corrimos con ganas, para ganar minutos al reloj, mientras descendíamos por el camino hacia el barranco de la Morana. Volví a perderle la pista a mis compañeros.

Este tramo hasta la bolsa de vida se me atragantó un poco. Me invadió una sensación de déjà vu, y no era para menos: yo ya había hecho a mi aire (en junio de 2018) la media de Horcajuelo (el inicio era el que ya había hecho) y había pasado por ese tramo. Como se cierra mucho con la vegetación, se me hizo muy confuso en su momento, me mojé los pies cruzando el río (varias veces) y casi me pierdo (y como se me hizo tarde, tuve que simplificar el tramo final). Pero sí, ahí estaba de nuevo, pasando por el mismo monolito de piedra (la muela, creo que se llama) al que le hice una foto. Me cruzaba con algún corredor, que me pasaba en la bajada, e iba buscando ansiosa las cintas (y eso que llevaba el track en el reloj). Esta vez no me mojé los pies. Tras lo que me pareció un rato interminable, por fin alcancé el avituallamiento de Morana (34.7 km), donde teníamos la bolsa de vida. Eran las 11:37 de la mañana y habían transcurrido unas 5 horas y media (hora y cuarto por debajo del corte horario), estábamos en el ecuador de la carrera. Ahí estaban Patxi y David, poco después llegaron Luis y Clara, y en el avituallamiento estaba Isa, que les acompañaba un cacho. Volví a saludar a Natalia, que estaba con su chico. Ahí cogí la bolsa, y barajé la posibilidad de cambiarme la térmica. Llevaba una camiseta X-Bionic, comprada en rebajas, que era algo más gruesa que otras, pero que termorregulaba que no veas. Y es que, como dirían los de Muchachada Nui, “con buena picha bien se jode” (esto va por ti, Paula, que sé que te llegó al alma esa frase).

Al final cogí alguna barrita más (me había tomado algún que otro gel por el camino, pero los avituallamientos eran abundantes y bien surtidos), fui al baño (ya que había), me cambié el Buff, recargué un poco el reloj (aunque me iba a llegar la batería), y también comí algo de pasta, que así cambiábamos un poco la dinámica de los geles. Traté de conectar los datos para ver cómo iba Ana, pero la cobertura era muy mala y desistí. Me puse en marcha. Hacía algo de calor, pero íbamos a elevar la cota y probablemente bajaría un poco la temperatura.

Comencé a subir con ganas por el cortafuegos todo empinado. En este momento eché en falta las gafas de sol (sólo ese rato). Alcancé a Luis y me puse a hablar con él. Patxi marchaba por delante. Alcancé a una corredora, alta, con la que me había ido haciendo la goma todo el rato (en las bajadas me pillaba, en la subidas la alcanzaba yo). La subida picaba pero me encontraba bien, y hasta agradecí mentalmente las subidas al PTR en bicicleta, lo mismo hasta me habían ayudado un poco (llevo unas semanas yendo a trabajar en bicicleta, lo tengo “cerca”). La cuesta parecía no tener fin, hasta que alcanzamos una especie de descansillo, cruce de carreras y fin del cortafuegos (los de la maratón tiraban para abajo, y nosotros, cómo no, para arriba). Ahí había un avituallamiento (km 37.4, 12:31 del mediodía), donde, aparte de comer alguna gominola, rellené el botellín bueno.

Seguimos subiendo. Hacía algo más de fresco, compartí un tramo de carrera con una corredora veterana que había estado con los Correcaminos, tenía una compañera más adelante (creo que la compi era Maricarmen Giménez, con la que ya he coincidido alguna vez). Se había caído bajando el barranco y la habían tenido que curar. Conforme subíamos, el terreno cambiaba, así como la temperatura. Cada vez hacía más fresco y soplaba más el aire. Me tuve que volver a poner los guantes, y tiré más fuerte.

El paisaje era algo más agreste, las vistas espectaculares. Un voluntario nos iba orientando para seguir las marcas. Llegado un punto, me pareció ver cintas por arriba, pero el voluntario me indicó hacia abajo. No caí en ese momento que lo que estaba viendo era la bajada por el collado Bellido, próximo a donde me encontraba en ese momento. Pero no todavía: tocaba bajar hasta el siguiente avituallamiento. Tras un ligero descenso, enganché una pista, refugiada del aire y totalmente cómoda que me permitió correr a un ritmo más majo. Parecía que no llegaba nunca, pero por fin visualicé el avituallamiento ubicado en el Refugio de Majada Baja (7 horas 42 minutos de carrera, las 13:47 del mediodía, km 44.2). Conforme llegaba, Patxi, Lucía y Maricarmen tiraban para arriba. En el avituallamiento comí algo más, repuse líquidos, y volví por donde había venido. Conforme yo me iba, la veterana con la que había compartido un trozo llegaba, la pobre se había caído otra vez sobre la misma herida.

El voluntario me indicó por dónde subir, me enfrentaba a la fuerte subida hasta el pico Lobera (2.240m, cota más alta de la carrera), donde una nube aguardaba nuestra visita, y donde se esperaba más frío. Me enchufé un gel con cafeína, y seguí subiendo con fuerza. Conforme me adentraba más en la nube, más ululaba el viento. Ya estaba casi en el pico, los banderines ondeaban como locos (yo no sé ni cómo aguantaban), y dos voluntarios aguardaban, dos súper héroes, aguantar esas condiciones en parado era tremendo. Todo aquello que entraba en contacto con el aire se helaba, y el hito del pico estaba congelado por uno de los lados. El voluntario me reconoció del Aneto Posets, me reí y seguí sin entretenerme mucho, las manos se me estaban congelando, pero la térmica hacía su función. Me coloqué la capucha lo mejor posible y me subí el Buff hasta las cejas. No saqué la cámara pero el paisaje bien merecía una instantánea. Los árboles aparecían cubiertos de hielo, y aunque yo ya había pasado por ese sitio un par de veces, era irreconocible.

Bajé con toda la alegría que pude en dirección al collado Bellido. Conforme bajaba en altura, la sensación térmica se hizo más llevadera. Ese tramo es bastante largo hasta que afrontas los últimos km en dirección al Santuario, pero enseguida vislumbré a los voluntarios que me indicaban por dónde seguir. Me puse a medio correr, medio a caminar, en dirección hacia el Santuario.

El camino, tal y como es, permite correr. El cansancio acumulado, sin embargo, hacía que levantase cada vez menos los pies del suelo, así que lo recorrí con cierta precaución (no me había caído en toda la carrera, y prefería que siguiera siendo así). Ya le había perdido la pista a Patxi y compañía (y ya no los volvería a ver hasta meta). Finalmente, alcancé el Santuario, km 55.4, 9 horas 43 minutos de carrera. En el avituallamiento estaba Ángel, le pregunté por Ana y me dijo que, por desgracia, se había retirado en Talamantes: la herida de la rodilla le tiraba demasiado, eso le hizo cambiar la pisada, y el gemelo le dio problemas. Me dio mucha rabia (iba con ilusión infinita), y ansié llegar a meta para poder verla.

Poco después llegaron dos corredores vascos (con los que compartiría parte de los km finales), y yo ya sin más dilación me puse a bajar. Realmente no era todo bajada, nos quedaba el regalico envenenado que diríamos. El sendero me permitía trotar, y aún me quedaban patas, así que lo aproveché en todo el descenso por el barranco de Morca, hasta que me tocó volver a subir hacia el Aula de Naturaleza.

La subida, entre árboles, piedras y barro, me resultó algo incómoda a estas alturas de la carrera, yo si pillaba a Agustín de verdad que lo mataba, desde el cariño, todo sea dicho. Oía jurar a los vascos al meter algún pie en el barro, y yo logré esquivar los charcos ocultos bajo las hojas. Por fin alcanzamos el refugio de Valdemanzano, donde se ubicaba ya el último avituallamiento hasta meta. Era el km 61.9, y eran las 17:17 de la tarde. Pues pintaba que mi pronóstico no iba nada mal. Comí más conguitos, y bromeamos con los voluntarios, sobre si se engordaba o no después de una ultra. Y como le dije a la vasca que no era cuestión de hacer dieta en carrera, sino de meterle suficiente gasolina al cuerpo para no desfallecer. Yo desde luego que no había parado de repostar.

Ahora ya, sabiendo que sólo me quedaban unos 7 km hasta meta, y que todos ellos eran de bajada, troté con más ganas que nunca. Sólo tuve un atisbo de confusión cuando vi marcas a ambos lados de un cruce, pero las flechas me dirigían al pueblo. Por si acaso, cargué el track, y estaba en lo cierto: las marcas que yo veía al otro lado correspondían al descenso de la media (que tendría lugar el domingo). Corrí y corrí, hasta por fin alcanzar el pueblo, donde nos hicieron subir y después bajar otra vez, pero ya de verdad que estaba hecho. Vi a la mujer de Luis y la saludé, y entré en Añón más feliz que nunca. Afronté los últimos metros sin parar de sonreír, y por fin detuve el crono tras 12 horas y 7 minutos de carrera.

En meta me esperaban las Anas (Mayayo y del Molino), Mariano Navascués e Indio Juan Moro, fotógrafo de la carrera. Ahí ya estuve un rato con ganas de bailar al ritmo del DJ, que nos puso temas de cuando reinó Carolo, y estuve un buen rato charrando con Ana del Molino. Mariano nos hizo reír cuando, esperando una pedida de matrimonio en meta, le preguntó a la pareja que llegaba (la chica con la que me hacía la goma) si eran ellos... resultaron ser hermanos. Al poco rato llegaron a meta Clara y Luis, le di un abrazo inmenso a Clara. Me encontré con Agustín, también con su mujer, y les dije que me había encantado la cerrara. Hablé con los de Tempo Finito, más que nada por asegurarme de que no había tocado chufa en algún podido de viejuna, o del campeonato (donde sólo contaban los federados), pero no hubo suerte (eso me permitía volver a casa antes, también es cierto). Me encontré con Óscar, estaba con su tío, que para venir de una lesión, ya le había salido bien la carrera, y también vi a Rubén, que tenía al hijo corriendo el chiquitrail.

Me fui a por comida (rancho), y me fui a la sala al lado de meta para comer y beber algo, ahí estuve con Jessi, que le había salido una carrera genial, y también con Patxi y David, que habían tardado algo menos de 12 horas en completar la carrera. Medina, Escori, Ángel... De nuevo un montón de amigos. Yo estaba ya que ni me entraba el rancho, pero comí lo que pude y me fui al hotel a ducharme, volviendo de nuevo después a donde estaban mis amigos.

Ana me contó lo de la herida y que se le había subido el gemelo justo antes de llegar al avituallamiento de Talamantes. Yo le daba ánimos, sabía que tenía la cabeza lo suficientemente serena como para saber que eso era solo el comienzo de nuevos retos. Y ya me despedí de ella, me fui para casa, a ver si me daba tiempo a ver Eurovisión. La verdad es que, de haber seguido Ana en carrera, la hubiese esperado, porque total, luego podía ver Eurovisión en diferido o por YouTube sin problema. Y he de decir que verla en meta esperándome, con una sonrisa franca y sincera, fue todo un detalle que agradezco enormemente. Eso es amistad de la buena.

Y ya me fui para casa, la verdad que casi hasta me arrepentía de no haberme apuntado al desafío platino, y es que estoy muy loca, pero por otro lado agradecía descansar: Lucas, Paxi y David lo hicieron, les fue genial. También es cierto que como Raúl estaba en el pueblo, no lo veía hasta el día siguiente. Me tomé la vuelta con calma, y ya en casa, me puse tranquilamente a ver el festival de Eurovisión (me perdí el principio y tres canciones, que vi después), y a pesar de lo cansada que estaba, no dudé en bailar al ritmo de Käärijä y su Cha Cha Cha representando a Finlandia. No, no ganó, quedaron segundos, la victoria se la llevó la sueca Loreen, algo ya pronosticado.

Y como en toda crónica, me queda la parte final, de agradecimientos, reflexiones y conclusiones.

Lo primero quiero dar las gracias a Agus y a toda la organización por el esfuerzo, la ilusión y determinación en sacar adelante esta prueba y su primera versión ultra: Agustín, es una carrera preciosa, de principio a fin, y la he gozado como una niña con zapatos nuevos. Ya puedes decir por fin que he corrido en tu pueblo (ya era hora). Por supuesto, a todos y cada uno de los voluntarios, que aguantaban hora tras hora a los elementos (los temporales y también a los otros, que los hay, jajajaja), sin perder ni un ápice de alegría, ni la sonrisa, ofreciendo comida, ayudando en todo lo que podían. Mención especial a los dos héroes en lo alto del Pico Lobera, aguantando como podían las bajas sensaciones térmicas. Gracias de todo corazón.

Es una carrera que aunque tenía su dureza, la he disfrutado, la he peleado, he sacado mi mejor versión, he gestionado bien las fuerzas, la comida, la bebida. Supongo que el aprendizaje se va adquiriendo poco a poco, y vas asimilando mejor, y sabiendo cómo gestionar los esfuerzos en el momento preciso. Un terreno que es cierto que obliga a correr en ciertos casos, y eso puede llegar a agobiar. Claro que me gusta la alta montaña, los terrenos técnicos tienen su punto (y es en la larga distancia donde me acabo sintiendo más cómoda), pero esta carrera de Añón era sin duda para repetir. Y por supuesto, el haber podido compartir esta experiencia con tantos amigos que acaban formando parte de una gran familia... eso no tiene precio. Eso es sin duda lo mejor del camino.

Y no quiero dejar esta crónica sin dedicársela a Ana Mayayo, se lo ha ganado con creces y se lo merece como nadie, por muchísimas razones. Sé que esta vez no ha podido ser, pero pocas veces he visto tanta ilusión y determinación en conseguir un objetivo. Se lo ha currado, lo ha trabajado, ha sacado su mejor versión, y al final por circunstancias no ha podido ser. Su determinación me recuerda mucho a la otra Ana, la del Molino, y ese Trail Valle de Tena que merece finalizar (tenemos una cita pendiente). De todas formas, y lo hemos hablado muchas veces, puede que ella aprenda de mí en aspectos técnicos, pero hay mucho que aprender de ella: su calma, su sosiego, esa madurez que los años dan y ese poder entablar tantísimas conversaciones. Ana, tienes algo que por muchas ultras que se corran, no se tiene por qué adquirir, y es tu calidad humana. Y créeme, eso es lo que de verdad importa. Gracias por esa sonrisa franca en meta, por compartir tus inquietudes, por confiar en mí, y en definitiva, por tu amistad. Sigue soñando tan alto como puedas, merece mucho la pena seguir teniendo ilusiones.

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