X GRAN TRAIL ANETO POSETS, no hay dos sin tres...

la_hansen
Carreras de montaña
02/08/2023

Vaya por delante, como diría Jordi el de mi Club, que no estaba en mis planes repetir esta ultra, o quizá no tan pronto. En 2021 me quitaba la espinita de 2019 en una edición algo deslucida por la pandemia, pero bajando mi tiempo en algo más de dos horas. Ya entones con dos ediciones a mis espaldas, tenía más que suficiente (habida cuenta sobre todo de que el recorrido no ha cambiado ni una miaja). Pero es que este año, las cosas han sido un poco diferentes.

Tras acabar las 100 millas de la VDA, allá por julio, recibí un correo de una tal Mathilde en el que se me decía, resumiendo, que gracias a mi actuación en la VDA (¿), tenía pase para la UTMB, la Ultra de Mont Blanc tan mítica. Yo me descojoné un poco y hasta creí que era un error, pero por si las moscas, le di que sí, pero para el 2023. Y llegó diciembre, con ello abrieron el sorteo de plazas, pero no me apunté. No sé, como que tampoco me mentalizaba mucho de correr en Chamonix. Pero ya en enero, me empezó a entrar como nervios, ¿era verdad lo del pase directo? ¿y en base a qué? ¿pero me tenía que apuntar al sorteo de todas formas? Me volví medio loca (y de paso a Mónica Olivera) hasta que conseguí ver en el reglamento que los 10 primeros hombres y mujeres de la clasificación, así como los tres primeros de cada categoría, tenían pase directo por ser un evento major de la UTMB. ¿En serio? Ojiplática, me di cuenta de que se debía a que yo había sido tercera de veterana A (no muy complicado, éramos tres, pero, en cualquier caso, ahí tenía el pase directo).

Así que, con unos nervios tremendos, y después de chequear que la logística era medianamente posible (precio de avión a Ginebra, cómo ir de Ginebra a Chamonix, posibles hoteles, aunque fuese cerca del aeropuerto...), le di que sí a la plaza de 2023, y confirmé el pago más caro que he hecho por un dorsal.

Con semejante papelón por delante, tocaba repensar mucho el calendario de carreras de 2023, ver cuáles encajaban y cuáles no. Porque por muy “sencilla” que sea la UTMB (senderos muy marcados, muy trillados, etc.) no dejan de ser 170 km con 10.000m de desnivel. Que sí, que llevaba fondo, pero había que afianzarlo y mantenerlo. Cuando supe que Lurdes Palao iba a ir también (ella formaba parte del top 3 de la VDA), comencé a intercambiar una serie de audios (podcast ya casi) con dudas y demás pajas mentales, yo le planteaba mis dudas de cara al mes de julio, ya que, organizando el calendario, veía que necesitaba hacer algo ese mes, y no sabía muy bien qué. Me pasaba por la cabeza hacer la Ehunmilak, pero los dorsales de la de 80 se habían agotado, y sólo quedaban dorsales para las 100 millas. Y como Lurdes me decía, era mucho tomate, un terreno no conocido, y me dijo algo, “yo este año vuelvo al Gran Trail Aneto Posets”, y ya se me metió en la cabeza, y lo vi una posibilidad: me la conozco de sobra, y sabía hasta dónde podía forzar.

Visa en mano, apuntada una vez más. Hablando con Flora (ella ha hecho las 100 millas vascas), también llegué a la conclusión de que mejor Ehunmilak para otro año. Le dije lo del Gran Trail, y se apuntó. A lo que me quise dar cuenta, en el listado de inscritos ya reconocía a bastante gente: Lucas, Rosana, Elisa Baquedano, Flora, Lurdes. Chen, Raúl, Quique Toledo... era como estar en familia. Por desgracia, Flora se tuvo que desapuntar por un esguince fuerte en Transvulcania (del que se fue recuperando), Quique optó por quitarse también, y Rosana por un tema de la rodilla.

Y ya apuntada, fue transcurriendo el año con sus carreras, hasta que por fin llegó julio, y con él, este último gran entreno de cara a UTMB. El objetivo estaba claro. Un entreno de noches, la distancia, las horas y la fatiga. Y después de eso tendría 6 semanas para recuperarme. En la última semana, me surgieron los nervios, esas eran inevitables.

A mediados de semana, los pronósticos meteorológicos empezaron a empeorar con respecto a los iniciales. Daban tormentas al comienzo de la carrera, lo cual me ponía algo nerviosa: es el primer tramo, el más técnico, con más piedras, que no veas cómo resbalan si se mojan. Cambié algo la estrategia de ropa, y opté por mallas, no la falda que me iba a poner ante una perspectiva más calurosa. Que es cierto que hago mucha broma con el tema de ir conjuntada, pero sí que hay una reflexión detrás de ciertas decisiones: el grosor de la térmica, el color, la longitud... Más que nada porque en Aneto Postes de 2019 iba con un conjunto bastante caluroso, y casi me da un jamacuco bajando el Estibrafreda. Luego vendría la casi deshidratación y retirarme, así que casi nada... Al final me salió un conjunto poco discreto para el primer bucle, creo que era de las veces que más mona iba, no tengo abuela, no, jajajaja. La falda la dejé para el segundo, en función del calor, y térmica y calcetines de recambio.

Mi idea original era ir a Benasque en solitario, ya que Lucas, con el que me podría haber coordinado, iba el jueves. Hablé también con Elisa, y con Alfonso Medina, que iba a estar de voluntario todo el finde. Finalmente opté por ir con Alfonso Medina, así no me preocupaba de la vuelta, que es lo que más nerviosos pone a los míos. No podía volver muy tarde porque tenía que votar, pero no me parecía mal.

Salimos de Zaragoza algo antes de las 6 de la tarde del viernes. Antes de llegar a Benasque, paramos en el apartamento de Mònica Oró, ya que a mí no me había llegado un paquete con pirulas y cosas varias, y temía hacer corto de sales. Me dio barritas y pastillas de sales. Me ofreció cenar en condiciones, pero yo no quería meterle nada más al cuerpo, que me conozco los arranques de carrera. Ya iría comiendo sobre la marcha. Estuvimos con ella un ratito, me dio muchísimos ánimos, y recordamos a Ánchel, su pareja, que falleció por culpa del ELA hace unos meses. Mònica es un amor de persona. Me hubiera quedado más, pero teníamos que ir a Benasque, Alfonso tenía la cena con los voluntarios y yo tenía que recoger el dorsal y terminar de organizar todo el tema de la bolsa de vida.

Benasque estaba a reventar. Al fin y al cabo, había recuperado ya todas las carreras (hace dos años sólo se disputaron las más largas), y la gente tenía ganas de salir. Hubo suerte y encontramos hueco, y me acompañó con todos mis zarrios al pabellón, camino del cual nos cruzamos con Miriam Llop, que la hizo por primera vez el año pasado (e hizo un tiempazo, spoiler, este año quedó segunda) y Luci, que iba a correr la carrera por cuarta vez, que ya es mérito, ya. Yo ya me quedé por ahí para organizarlo todo, aún me llevó un rato. Me colocaron el GPS, le lancé una mirada furibunda a la francesa que estaba con los GPS, diciéndole que esperaba que al quitarlo no me cortasen ninguna tira. Me miró sin entender, ya entendía yo, ya. El cielo estaba bastante más despejado y me dijeron que el pronóstico había ido mejorando, así que no hubo necesidad de llevar el cubrepantalón impermeable. Tampoco es algo que suela usarlo si llueve, pero es cierto que, si la cosa se pone chunga, no viene mal. Yo estrenaba una mochila de Salomon, la ADV Skin 12, modelo de chica (bidones por debajo de las tetas), y no terminaba de apañar la especie de bucles que, según me explicó Clara, eran para guardar los bastones. Localicé a Jorge Maella, nos vimos en el pabellón, y ya arrancamos hacia la avenida de los Tilos, a tomar algo en el bar Aragüés antes de la salida. En el camino nos encontramos a Fonsi, que estaba con la novia (él corría Tucas), y también nos encontramos con Elisa, que se iba al pabellón, y quedamos con ella para vernos en la avenida.

Nos sentamos en la terraza de la cafetería, porque se estaba de lujo. Y ahí empezó el desfile. Por ahí pasaba todo el mundo, del cual la mitad me conocía. Ahí estaba Susi, Javier Rigabert, Miguel (de su mismo club)... Con Susi me eché unas risas tremendas (“a pasar la noche, y el día, y luego la noche, y un poco del día”). Luego apareció Ángel, Raquel Villamón (ambos estarían en el control de Biadós), Neme, su pareja (ambos en Eriste), Nancy, Marimar (que repetían la carrera), Lucas, Daniel Hortas (este año iba a la maratón), Daniel Ferrer, Mónica Olivera, Fran (Karambolo, con el que coincidí en 2021) ... Un no parar de risas, bromas, alabanzas a mi conjunto (esta vez me había coronado) al que no le faltaba detalle, más risas aún al ver el móvil que llevaba Jorge, un mini móvil del Aliexpréss tamaño USB que a estas alturas yo creo que ya se ha comprado Susi. Noté un toque en el hombro, ahí estaba Lurdes, con una sonrisa radiante, ambas ilusionadas ante UTMB. Yo iba ya como una moto, emulando la previa a la salida de 2021, me había tomado una coca cola, y estaba ya que no podía estar quieta.

Tras la cagadica del miedo, nos fuimos ya hacia la zona de salida. La mochila de Elisa abultaba poquísimo comparada con la mía, y me dijo todo lo que llevaba dentro. Estaba claro que tenía que aprender a compactar más, porque yo parecía un sherpa. Antes vi a Flora, ejercía de escoba desde Biadós hasta meta, me dio un súper abrazo. También Rosana, que iba a ver al ambiente a pesar de no poder correr. Ricardo Escuer a lo lejos, Josevi... Casi en familia. El speaker nos puso música para ponernos en marcha, el corazón ya daba volteretas, echaba de menos esa avenida de los Tilos, ya que en 2021 la salida había sido desde el pabellón y separados, y la verdad que no es ni de lejos lo mismo. Y a lo que nos quisimos dar cuenta, arrancó la carrera, en medio de un pasillo de gente a reventar como no había visto nunca, con gritos, vítores, aplausos, cencerros. Se me ponen los pelos de punta de pensarlo, la verdad que fue muy emocionante. Y ya abandonamos Benasque, adentrándonos poco a poco en la oscura noche. Pero para nuestra sorpresa, la animación aguantó bastante, coches desde nos animaban, más gente, aunque cada vez menos. Y cómo no, Antonio Cullell, que siempre me lo acabo encontrando por estos lares (nos conocimos en la ultra de Peñalara de 2018, y hemos coincidido en Aneto Posets de 2018, 2021 y en la PDA del mismo año).

Justo antes de la salida, discreta a la par que sencilla

Justo antes de la salida, discreta a la par que sencilla

No voy a describir el recorrido porque está más que trillado de otras crónicas. Básicamente había que cubrir la distancia hasta la Renclusa en menos de 4 horas, 20 km y 1300m de desnivel +. El tramo más corrible del primer bucle (junto con la bajada del Estiba Freda) a pesar de que pique para arriba. Este tramo lo hice como siempre, trotando todo lo que podía, pero sin quemarme. Aún pude coincidir un rato con Elisa. También vi al grupo de 080. La noche tenía una temperatura ideal, y casi me sobraban los manquitos, hasta que apareció la lluvia. Las gotas eran dispersas al principio, y paraban. Otro poco más, y paraba. Cuando enganchaba el pequeño tramo de asfalto hacia los Llanos del Hospital, vi por la luz que proyectaba el frontal que caía más lluvia de lo que parecí, así que me paré, me puse el chubasquero y me puse a correr de nuevo. La térmica estaba empapada, no sé si de sudor o de todo un poco, pero no tenía sensación de frío. Bendita térmica, que es de X-Bionic y tiene unos pliegues no sé cómo que, aunque se moje, te aísla. Con buena picha, bien se jode, que dirían los de Muchachada Nui (sí, esta frase ya la saqué en la crónica de la ultra de Añón de Moncayo).

La noche fue más dura de lo que esperaba. No veía a conocidos, la gente no hablaba, que yo lo entiendo, y además a la gente parecía que le daba palo pedir paso, y en lugar de eso, optaban por adelantar malamente. Yo es que siempre pido paso pidiendo por favor, y si oigo alguien detrás, le insto a que me pase si quiere, pero nada, que estaba rodeada de corredores silenciosos pelín desustanciados... Una chavala muy maja me dio conversación, Natalia. Me sonaba de haberla visto en clasificaciones. Cascaba por los codos, así que buenas dos nos fuimos a juntar. La lluvia seguía tocando un poco las pelotas, pero al menos no me granizó, como debió pasarle al grueso de corredores en cabeza. Poco a poco, llegamos a la Renclusa. Las 3:15 de la mañana, prácticamente el mismo tiempo que hago en todas las ocasiones.

En el refugio aproveché a mear, y comí algo. No había sándwiches de nocilla, que era lo que me pedía el cuerpo, pero comí gominolas y bebí coca cola. Yo ya me había comido alguna de mis barritas. Me estaba quedando helada así que opté por salir pitando de ahí. Ahora empezaba la carrera de verdad.

El ascenso y descenso hasta Plan d’Aiguallut me hizo entrar en calor. La bajada la hice con muchísimo cuidado, dejando pasar, porque alguna piedra resbalaba y no quería liarla. Compartí un tramo con Natalia. Poco a poco, las piedras hicieron su aparición. En cuanto los bloques alcanzaron un tamaño considerable, hice lo de siempre: guardar los palos, y trepar. Con el punto de apoyo de las manos, se hace mucho mejor. Las piedras no estaban tan mojadas como esperaba, así que bien. Afrontamos el primer repecho fuerte de subida hasta la especie de llaneo. En ese punto de la carrera, “casi” discutimos con un corredor (Natalia y yo). Decía ser de Canfranc (creo), y que la ultra de Canfranc era menos dura que ésta. ¿Cómor? El novio de Natalia la había hecho, y desde mi experiencia, era un terreno más técnico. Que no había esas piedras, decía el hombre. Sí, claro, el Aspe es una pista asfaltada, no te jode. Vamos, vamos... Pues parecía enfadado. Yo creo que andaba medio mosca porque antes había pasado por una piedra a mi lado y le dije, que conste que sin acritud, “que si quería adelantar, que me dijera y le dejaba paso”. Os juro que esa noche le hubiera escacharrado la cabeza a alguno. Y los bastones, pero chiquillos, qué hacéis con los bastones en medio de pedrolos como mi cabeza. Si no hay dónde apoyarlos...

Yo llevaba una chuleta con mis tiempos de paso del 2021. Básicamente los llevaba por ver si mejoraba algo, pero siendo consciente de que esa no era la batalla. Vamos, que si sale con barba San Antón y si no, la Purísima Concepción. Lo que no podía hacer era inmolarme y jugarme UTMB. Pero bueno, en cualquier caso, y después de cinco ascensos al collado de Salenques, me movía bien, de piedra en piedra, y atenta a las señales de la organización, que marcaban por dónde iba mejor la cosa. Y juro que se me hizo corto. Cuando ya empecé a ver un potente foco en lo alto, y vi que no eran ni las 6, me vi genial. A las 6:07 (6:19 hace dos años) estaba arriba, y le di un abrazaco enorme a Choche. Tocaba bajar.

En esta bajada hacia Cap Llauset me pasó Lucas (que se marcó una carrera muy buena), también Alberto Vaca, de los Kalandracas (abandonaría). Yo es que no hay forma con este tramo, se me atraganta bastante, y eso que no me veía mal, físicamente me encontraba muy bien. Pero estaba empezando a hacer aparición la fatiga mental. Básicamente lo que me ocurría es que ya no sólo era la tercera vez que estaba haciendo esta ultra, sino que, estrictamente hablando, era la quinta vez que pasaba por ese mismo bucle. Y me preguntaba, ¿por qué otra vez? ¿Por qué pasar otra vez por los tramos duros? Me asustaba un poco perder esa ilusión. Claro que hay carreras que se pueden repetir, pero cuando la carrera, es tan larga y compleja, la cosa puede cambiar. Cuando pasamos por el collado que no tenía nombre pero que ahora es el collado 2706, no pude evitar reírme con uno de los voluntarios, que nos hablaba en italiano. De verdad que mira que tienen moral, aguantando tantas horas. Poco a poco, entre piedras. Algún repecho, trepadas, y senderos medio marcados, el refugio se empezó a ver. Cuesta abajo, y ya estaba en él sobre las 8:35 (8:51 en 2021).

Aproveché para reponer fuerzas, guardar el frontal, sacar las gafas de sol, comer algo (no me atrevía con las galletas, se me hacían bola), ir al baño por la parte de atrás (los del refugio no nos permiten acceder por delante), etc. No veía a Clara, pero justo cuando me iba a marchar, la vi sentada al solete, una imagen super búcólica, ella con el Buff fosforito y la falda que tenemos igual, mirando al paisaje (no te rías Clara, que hablo en serio) y no dudé en ir a darle un abrazo. Le hablé de la fatiga mental, y me dijo que me centrase en lo que era, un entreno de cara a UTMB. Y eso era. Así que, sin más dilación, inicié la subida hacia el collado de Ballibierna. Esta subida es corta, pero intensa (1.5 km, 320m D+), y como me la conozco bastante, pude incluso alcanzar a corredores que habían salido hace un rato del refugio.

Ya una vez arriba (eran las 9:42), tocaba de nuevo bajar hasta el refugio de Coronas, a 5.1 km. La bajada es pedregosa al principio, y luego el camino mejora, pero a mí siempre me cuesta unas dos horas llegar. En el primer tramo me pasó una corredora veterana. No lo sabía entonces, pero era Teresa Forn Munné, una veterana muy habitual en estas carreras y en los pódiums. Tenía mucho mérito seguir manteniéndose así de bien.

subida Estiba Freda

Subiendo al Estibafreda, ya van unas cuantas veces...

Ya una vez en el avituallamiento, repuse fuerzas y me di crema solar para la subida expuesta al Estibafreda. Entonces apareció a lo lejos Antonio Cullell. Bromeando, le dije que si no me lo iba a sacudir de encima ni con agua caliente, que si no se retiraba. Me dijo que iba bastante bien, y realmente, estábamos mejorando en parte los tiempos de hace dos años. Me puse hasta el ojete de comer gominolas, tenía hambre, y la verdad que había estado dando buena cuenta de mis propias barritas, cosa que no me suele pasar (siempre me sobra alguna que se pega meses dando volteretas por las carreras). Vi a Sergio Lanuza, que estaba de voluntario y posterior escoba, y ya salimos de ahí Antonio y yo juntos.

Tiramos para arriba con ganas, pero yo tenía una pelota de gominolas en el estómago, y tuve que aflojar un poco. Le dije a Antonio que tirase, el cual iba muy bien. Poco a poco me fui entonando, y entonces me apareció la modorra, un clásico en este tramo. Al rato me adelantó el primero de la vuelta al Aneto, Marcos Ramos. Iba impecable, y estaba ni más ni menos que en el mismo punto que yo, con la diferencia de que él había salido 7 horas más tarde, impresionante. Como me estaba entrando el sueño, me tomé un gel con cafeína, a ver si así me salía la rasmia. El tiempo estaba de lujo porque no hacía calor, soplaba un poco el aire, y además alguna nube de cuando en cuando nos medio tapaba el sol.

Poco a poco fue actuando la cafeína y marqué un ritmo más fuerte. A Antonio lo tenía a un tiro de piedra, pero no lo alcanzaba. Un corredor en camiseta de tirantes aflojó y paró para tomarse un gel. Ya la tenía a la vista, la última pala de subida. Unos voluntarios me dijeron algo, no oía una pija, me dijeron que quedaba un repecho. Ya me sabía, ya. Me subí los manguitos porque tenía un poco de fresco, y ya visualicé a lo lejos a Ramón Ferrer, cámara en mano. Cuando llegué a su altura, sin parar de sonreír, le dije que tenía que posar para la foto del Facebook. Se puso a reír, me dijo que para el Tinder. Ahora en serio, creo que es de las mejores fotos que tengo en lo alto del Estibafreda. Eran las 13:23, había subido en menos de dos horas, mejor que otros años.

Aquí me junté con Antonio, y por primera vez, después de 5 veces, me animé a beber del porrón de cerveza (sin alcohol, que conste) que hay en la cumbre. El primero chorrazo fue al ojo... Ahí rellené bien los botellines, la bajada hasta Benasque es larga, y ya me sé lo que pasa cuando te quedas sin agua.

Nos pusimos a trotar, la bajada lo permite. Yo notaba que me estaba rozando el calcetín con la planta del pie izquierdo, o más que el calcetín, notaba que se me había hecho algo, apuntaba a ampolla. Era soportable y seguí trotando, aquí Antonio se me alejó. Trota que te trota, alcancé el bosque de las sensaciones, que le digo yo. Corredores de la Vuelta seguían pasando. Adelanté a Andrés, ya lo había visto en uno de los avituallamientos, era el chaval jovenzano que hizo conmigo el reto de las 12 vueltas del Backyard Loop PV. De cuando en cuando me pasaba algún corredor de la Vuelta (todos estos eran los más rápidos). En uno de los tramos, oí un “aparta”. Llegamos a ese punto del bosque, la temperatura había subido bastante, y la planta del pie me estaba dando la lata (apuntaba también a alguna uña morada), así que me puse de medio lado, suponiendo que eso dejaba espacio suficiente en el sendero (no, no era muy ancho en ese punto). Era un veterano que iba zumbado, y cabreado, me dijo “si no quieres dejar paso, por lo menos aparta”. Me tuve que morder la lengua 25 veces antes de mandarlo a tomar por culo. Las mezclas en estos recorridos de rápidos y lentos suelen ser “malas” porque los unos vamos cansados, y los otros van follados, y les estorbamos, ya que vamos como hipopótamos asmáticos, que diría Clarita. Y no es que no nos queramos apartar, es que a veces o ni oímos, o ni podemos con la copla. Yo soy la primera que pido paso por favor, y que, sobre todo, si oigo alguien detrás, le digo que me pida paso sin problema, que yo me aparto. Siempre que puedo me aparto, pero puñetas, que no siempre podemos. Después de este calentón de cabeza, seguí bajando, trotando en la medida de lo posible.

Fui enganchando con unos cuantos corredores, hasta pasado el camping. A esa altura, pasó la primera corredora de la vuelta. No lo sabíamos entonces, pero estaba a punto de pulverizar el récord de la prueba. Hacía calor y eran las 3 de la tarde pasadas. Tras pasar por las calles de Benasque, abarrotadas de gente que animaba, pasé por el lateral de la meta y me dirigí al pabellón cerca de las 4 de la tarde. Seguimos para bingo.

En el pabellón me encontré con Antonio. También estaba Ricardo Sousa, había comenzado la ultra pero se tuvo que retirar por el tobillo. Se sentó junto a mí y me echó una mano, yo no sabía ni por dónde me daba el aire. Me trajo una ensalada de arroz, pero tenía demasiado arroz y no me entraba. Me quité el calcetín izquierdo para ver los daños: se me había hecho una arruga en la planta del pie, y me había salido una ampolla por eso. Así que, con la bolsa de vida, pasé a los vestuarios para limpiarme las piernas y los pies en la medida de lo posible, y que me pudiesen curar. Me cambié de camiseta y calcetines, y me quedé con las mismas mallas (descarté la falda OTSO al final). Me quitaron la ampolla, me pusieron un apósito para que amortiguara. Antonio estaba por allí y me dijo si salía, pero le dije que se marchase ya, ya lo pillaría (o no). Realmente ya no lo pillé.

Y ya por fin, algo antes de las 5 de la tarde, salí del pabellón. En esos momentos llegaba Luci. Empecé a subir hacia el molino de Cerler con todo el calor acumulado y la modorra que volvía a aparecer. Aunque hubiese querido correr en ese tramo, me hubiera sido imposible. Traté de aclimatarme, mientras esperaba no lamentar la elección de camiseta. Mientras tanto, los últimos corredores de la maratón de las Tucas bajaban por donde yo subía (no ver a Paula, que la corría, era la mejor señal del Universo, se marcó un carrerón con mayúsculas), y al verme me abrían pasillo, me animaban y me aplaudían. Yo con un hilillo de voz decía gracias, y seguía subiendo. Me crucé con algún conocido, además de ver a la veteranísima que corre todas las ediciones de la Camille Extrem, la conozco sólo de las redes. Seguí subiendo, y por fin alcancé la explanada de Cerler. Ahí no había avituallamiento, pero sí un punto de agua, y ahí estaba Susi, otro vídeo para los reels. Remojé la cinta de la cabeza, Susi me acompañó un ratejo, e inicié el descenso a Anciles. Trotaba lo que podía, me dolía algo la planta del pie y las uñas según les daba, por no hablar de alguna pedrada que me había llevado y me las había dejado temblando. Me crucé con Marta Bona, que hacía de escoba en el maratón, y que iba con los últimos corredores. Este año, los últimos estaban siendo más rápidos.

Alcanzado Anciles, sólo quedaban unos pocos km hasta Eriste, que alcancé algo antes de las 7 de la tarde (pelín por debajo del tiempo de hace dos años). Ahí Estaba Alfonso Medina, Neme y Mònica. Le pedí a un voluntario que por favor me recolocase el GPS del hombro, porque me estaba machacando la clavícula. Efectivamente, tenía una rozadura tope guapa. Me lo quitó y me lo puso en la parte de atrás. Comí otro poco más y volví a rellenar botellines (estaba bebiendo bastante), y me quité por enésima las piedrecillas de las zapatillas para afrontar la subida al Ángel Orús con todas las ganas del mundo. También guardé las gafas de sol y me puse el frontal en el cuello, en nada lo necesitaría. Mònica decidió acompañarme un rato hacia la pista de Espigantosa (un poco más y llega al Orús). Aprovechamos a charrar y hacer un poco de terapia.

Me dio tiempo a hablarle de mis desánimos por la fatiga mental, de las vicisitudes del camino, y Mònica me animó a seguir centrándome en el objetivo, que era completar un entreno muy bueno de cara a UTMB. Como tenía el móvil a mano, le dije que echara un ojo a mis colegas, para ver qué tal iban. Elisa como un tiro por delante, Antonio muy bien, pero por desgracia, Jorge Maella salía retirado en la Renclusa. Imaginé que algo le había pasado, trataría de averiguarlo después.

Me propuse llegar al refugio antes de necesitar el frontal. Me crucé con Yolanda (habíamos coincidido en 2021), que iba con un amigo a animar. Empecé a tirar por la pista asfaltada y alcancé el grupo de Alejandro (lo tengo en Facebook con un pseudónimo, así que él si me reconocía, pero yo al principio no), iban cuatro amigos en grupeta y más o menos habíamos ido coincidiendo en el recorrido. Me fui animando, ya que me había tomado un chute de cafeína y guaraná en Cerler. Alcancé el parking de Espigantosa, y comencé a subir por el sendero. Este tramo lo afronté con bastante rasmia, y fueron avanzando los metros de desnivel hasta la cota 2110 del refugio. La última parte es más empinada, pero conforme visualizas el refugio, lo tienes más claro. Eran las 9 y media pasadas de la noche, y la luz cada vez era menor. Por fin alcancé el refugio (21:48), algo antes que en el 2021 (22:05).

Estaba ansiosa por ver a Toñi, mi voluntaria favorita. Creí entender que no estaba, pero resulta que estaba dentro, cenando. Si lo llego a saber, entro a buscarla, pero pensé que no estaba, qué pena me dio. Me senté, y me tomé dos vasitos de caldo Aneto, mientras entablaba conversación con Martin Scofield, que me dio consejos valiosos de cara a UTMB. Me coloqué el chubasquero, hacía algo más de fresco, y ya salí del avituallamiento, para afrontar la subida a la Forqueta. Los corredores que habían salido ya se perdían en la lejanía, todos dispersos. Esta subida la tenía menos trillada...

Justo saliendo del refugio coincidí con Xavi, un corredor que intentaba por tercera vez el Gran Trail, y con el que había ido coincidiendo de manera intermitente a lo largo del recorrido. Había tenido unos problemillas médicos, pero tiraba para adelante. Me propuso ir juntos lo que quedaba de recorrido, o se lo propuse yo (la verdad que no recuerdo exactamente), y me pareció buena idea, las segundas noches en las ultras son más complicadas. Así que tiramos para adelante. Yo recordaba más o menos la subida, así que iba describiendo (ahora son piedras, luego un llaneo, luego un ibón...), intentando vencer el sueño terrorífico que me estaba entrando. Me dormía, tuve que pararme, intenté “descansar” 10 minutos, pero no había nada cómodo donde apoyarme, así que el descanso duró poco. A lo lejos se veían luces en lo más alto, y por debajo de nosotros, alguna que se aproximaba. De repente, en medio de la noche, unas tiendas de campaña (y no eran alucinaciones): una mujer salió de una de ellas, dándonos ánimos. La temperatura era llevadera, aunque de cuando en cuando soplaba el aire. Algún tramo de trepada, otros tantos de llaneo, parecía no llegar nunca el collado. Y por fin distinguimos las luces de los voluntarios, valientes ahí arriba. La última parte es un sendero en zigzag muy empinado. Por fin tocamos el techo de la prueba. Nos ofrecieron agua, yo aún llevaba y Xavi rellenó botellines. Nuestras intenciones eran descansar lo mínimo, pero entonces el viento se puso a soplar con toda su fuerza, me puse el gorro y los guantes y nos pusimos a bajar junto con el grupete de Álex, que nos había alcanzado. Yo me puse delante, pero les animé a que me pasasen si se veían con ganas. La primera parte de la bajada no la veía con ganas ninguno de los que estábamos presentes.

De dos veces que he bajado, una la hice con crampones. En 2021 no hubo nieve y me tocó, como esta vez, bajar con cuidado por el sendero pedregoso. La primera parte se hace bastante compleja en medio de la noche, lo que, unido al cansancio acumulado, hace que haya que ir con más cuidado. En este tramo tuve (tuvimos) bastantes alucinaciones, nos parecía ver tiendas de campaña donde no las había, muros de hormigón. El viento nos soplaba en las orejas, pero conforme descendíamos, amainaba. Así poco a poco hasta alcanzar la parte del sendero más terrosa. Fue peor esta vez.

El sendero estaba bastante pisoteado, y no había forma, las zapatillas resbalaban que daba gusto. Con los bastones trataba de no resbalar demasiado, pero no pude evitar dos culetazos. En uno el bastón me salió disparado y me golpeó en la ceja, y en el otro flexioné la rodilla que daba gusto. Madre mía qué periplo. Las luces dispersas en mitad de la noche eran confusas, pero eso sí que me lo sabía: les señalé un punto especialmente luminoso al otro lado del valle, y les dije que ese era el refugio. Que lo que teníamos que hacer era descender, y que, haciendo una especie de arco, recorreríamos el bosque. Que el sendero mejoraba entonces, palabrita del niño Jesús.

Cuando el sendero mejoró en parte, me entraron ganas de mear a todas horas. Tres veces me tuve que parar (me había casi fundido los dos botellines). Le dije al grupo de Álex que tirara para adelante, y ya nos quedamos Xavi y yo. Habla que te habla, intentábamos trotar en los tramos de sendero que eran mejores. El refugio parecía no llegar nunca, pero la temperatura era buena (hacía rato que me sobraba el gorro y los guantes), y se hacía llevadero. Eran ya las 3 de la mañana y por fin tuvimos el refugio delante, pero hay que desandar un pequeño trozo de camino que luego hay que volver a recorrer. Eran las 3:15 de la mañana cuando por fin alcanzamos el refugio. Había ganado una media hora con respecto a hace dos años, y la iba a emplear en descansar un poco.

En el refugio sólo vi a Manolo Aragón y a Guillermo. Flora, Ángel y Raquel Villamón estaban durmiendo (harían de escobas en este tramo hasta meta), literalmente los habían mandado a dormir para que descansaran. Yo venía ansiosa por verlos, y me dio una pena tremenda no poder hacerlo, ya que necesitaba el abrazo terapéutico de los tres. Como no era plan de tocar los cojones y despertarlos, me senté un rato a descansar, comer algo y recuperar. Manolo me contó que Lurdes Palao había ganado la prueba tras 20 horas de carrera (me quito el sombrero), también que había habido bastantes retirados. Fui al baño y me eché un rato en las camas de la borda del refugio, apenas 10 minutos de cerrar los ojos. No quise alargar más porque tampoco me quería apalancar demasiado. Así que cuando me terminé una ensalada de quinoa de las que había (nos habían guardado algo de carne, pero no me entraba ya mucho), sobre las 4 de la mañana, ya salimos del refugio. Cuando nos íbamos, llegaban dos corredores juntos.

Emprendimos la subida al collado de Estós, que como le dije a Xavi, se hacía en dos tramos. Mira que había descansado, pues aún me tuve que parar un par de veces a cerrar un poco los ojos. En esas microparadas, Xavi dijo que había llegado a soñar instantáneamente. A lo lejos, vimos unos ojillos verdes, un animalito, a saber cuál. Poco a poco, el día empezaba a clarear. Por fin alcanzamos el final del primer tramo de la subida, y cruzamos al otro lado del río para emprender la parte final de la subida, que yo recordaba más corta. Y no, no era tan corta. Alrededor no veíamos a absolutamente nadie, y alucinábamos con figuras en lo alto, pensando que era el final, que por supuesto no era. Ya me empezaba a espabilar un poco, y para darle gasolina al cuerpo decidí comer una de las últimas barritas que me quedaba, creo que una de Mònica, que era Bio. Lo que pude hacer... Fue terminarla y que se me moviesen todas las entrañas. Empecé a subir a toda pastilla, así imposible llegar al refugio...

Xavi seguía por detrás, por fin dos voluntarias salieron a nuestro encuentro, eran casi las 7 de la mañana (más o menos como hace dos años), y le pedí papel, al final no me quedó otro remedio que ir al “baño”, pero bien. Ya perdonaréis, pero es que estas cosas pasan, a ver si nos vamos a creer que taitantas horas no dan para pufos, jajajaja.

Ahora sí que sí, todo bajada, sin sorpresas. Emprendimos la bajada, a Xavi le entraba el sueño ahora. Vimos una marmota, se queda mirando al infinito y nosotros mirándola a ella. De repente, un corredor: era Pau Jordán, ejerciendo de escoba, venía a echarse su cabezada, a la espera del resto de corredores. Nos informó de que quedaban 6 corredores por detrás: los dos que habíamos visto en el refugio, una chica y un chico, y además Luci y “Spiderman” (sí, un mozo que iba con unas mallas y camiseta estilo Spiderman, por tema de causas benéficas). Aunque Luci y él fueran justo de tiempo, yo sabía que con los escobas, y cuidando los tiempos, lo tenían asegurado (me pasó en 2018, así que sabía que era más que factible).

Xavi y yo espabilamos un poco y empezamos a bajar con más brío, parece que esto de tener a 10 minutos a los otros dos corredores nos metió el turbo. Yo le había dicho que me iba a intentar poner a correr a partir de Estós, y aunque él lo había desechado, ahora tenía más ganas (era el ansia por terminar). Corriendo, y con un calor en aumento, por fin alcanzamos el refugio de Estós cerca de las 9 de la mañana. Ahí estaban Cuca y José, y les dije que “ya no vuelvo más, esta vez de verdad”, a lo que se reían supongo que sin creerme demasiado. Aquí tocó engalanarse, guardar manquitos, chubasquero, frontal, sacar gafas de sol, un poco de crema solar, y visita al baño, que yo quería un baño, pero como lo estaban limpiando, pues tuvo que ser a culo pajarero por ahí, como en toda la carrera...

Y cuando llegaban los dos corredores de antes, salíamos pitando, y nos pusimos a correr como si no hubiera un mañana. Xavi tenía bastantes fuerzas, a mí me dolían bastante las uñas de los dedos gordos y la planta del pie cantaba literalmente la Traviatta. Era un poco suplicio en según qué pisadas y ya ni os cuento cuando de cuando en cuando le dabas alguna patada a alguna piedra pequeña. Poco a poco los km avanzaban, de cuando en cuando nos cruzábamos con caminantes que nos aplaudían, o una cuadrilla gigante de boy scouts. Hacía calor, pero se podía soportar, hasta que ya alcanzamos los 3 km finales, por el otro lado del río y bajo un sol de justicia, este tramo se me hace eterno, y por si fuera poco, lo haces dos veces (lo de entrar a Benasque por ahí lo cambiaba pero ya, fijo que estema de permisos).

Xavi se adelantó un poco, le dije que la verdad que esta carrera me había costado a nivel mental debido a que era un recorrido que ya había hecho varias veces, pero que, si había podido ayudarlo, que había merecido la pena; se volvió y dijo que ya se le caía alguna lágrima, que estaba emocionado y que muchas gracias por la compañía. Justo antes de entrar en Benasque, vi a lo lejos a una chica que chillaba, era Rosa Ruiz, ella había hecho la vuelta al Aneto el día anterior, y estaba con su hija Sandra, que, según Rosa, es mi fan desde 2018, las dos emocionadas me abrazaron, y yo no podía parar de reír de alegría.

¿Y qué estrategia seguimos?, le decía a Xavi. ¿Corremos todo el rato, caminamos? Decidimos correr por las calles de Benasque, y ya caminaríamos al legar a los arcos de meta. Y así hicimos, entrar en Benasque te ponía los pelos de punta, eran cerca de las 11 de la mañana y Benasque estaba a rebosar, gente que aplaudía, que te animaba, puff, era tremendo. Las mellizas de Xavi a su encuentro (que yo no sabía que tenía, porque habíamos hablado casi todo de carreras durante la noche), Carolina Gay-Guixeras animando (me hizo unas fotos chulísimas), más y más gente, una chica que me reconociço del primer bucle y también se puso a correr junto a Rosa y su hija, eso era un subidón temendo.

A pocos metros de la meta, le di un abrazote a Xavi, lo habíamos conseguido. Sus mellizas lo abrazaban con fuerza, pero aún nos quedaban por salvar los últimos metros, así que, ya caminando, cruzamos por fin el ansiado arco de meta tras 35 horas 6 minutos de carrera, mientras me chillaba Rosana, Clara, aunque yo en esos momentos no me estaba enterando de nada. Mi mejor marca está en 35 horas 48 minutos, pero la verdad que no me preocupaba demasiado. Nada más entrar en meta, la moza del GPS (puede que la misma francesa) me vino, tijera en mano, dispuesta a darle un tijeretazo a la cinta. Yo, que ahí estuve espabilada, le miré fijamente, me quité la mochila, y quité con paciencia el adhesivo de alrededor. Sé que me odiaba muy fuertemente en esos momentos, pero no tenía ganas de que me metiese la tijera por donde no debía. Ni ganas, ni paciencia.

Ya en la meta, estaba Rosa, Mónica Olivera, Beatriz Villanueva (la conozco de carreras), Marimar Duerto (la hermana de Silvia, que había hecho muy buena carrera por equipos, y yo diciéndole lo dura que había sido la primera noche, pero si estaba ella también, claro que lo sabía), Elisa... Elisa se había marcado un carrerón con mayúsculas, 28 horas y podio por categoría. Ella le quita importancia, y dice que le salió un buen día, pero es que yo creo que es buena, que lo hace muy bien, pero es que encima es muy humilde. Elisa, lo hiciste genial, de verdad, no te quites ni una miaja de mérito. Luego supe que Jorge Maella se había retirado porque había cogido frío al no ponerse el chubasquero cuando nos llovió la primera noche, qué rabia me dio. Y Antonio Cullell se había marcado una carrera buenísima, mejoró en más de hora y media su marca. Cómo me alegro por él. Y con todo el subidón, me despedí de Xavi, y ya me fui a buscar a Alfonso Medina, que estaba en una terraza. Vi a Borja, amigo de Marta Vidal, ella también estaba y se había retirado, pero como estaba medio zombie, no le dije nada.

Cuando llegas a meta a estas horas de la mañana del domingo, con todo el ambiente de la gente en las terrazas, los corredores de la vuelta al Pico Cerler y la vuelta al Molino, todas personas normales, que han dormido por la noche, que huelen medianamente bien, te sientes totalmente desubicado, en el planeta trance, con tu olor a humanidad, es como si salieses de la misma ruta del bacalao (poco le falta) y acabases en un jardín de infancia. Vas dando tumbos y no sabes ni por dónde te da el aire, fui a la barra a beber algo, y ya de ahí a buscar a Alfonso. Me encontré con Ricardo Escuer, había hecho muy buena carrera (repetía también). También Toñi, mi voluntaria favorita. Hasta una espontánea se me acercó, parece ser que su marido (que se tuvo que retirar), había pasado por los controles próximo a mí, y la mujer me daba la enhorabuena por haber terminado.

Mientras Alfonso hablaba con un amigo, a mí me empezó a dar una flojera tremenda, qué cuerpo se me puso en poco rato. Alfonso me acompañó al bar, fui al baño y ya parece que estaba mejor, y me tomé una coca cola a ver si me recomponía. Poco a poco me iba encontrando mejor, y me acompañó a por mis zarrios al pabellón. Mònica se había ofrecido a que me pasase por su casa a darme una ducha, y le dije a Alfonso que por mi mejor, salvo que quisiera quedarse más rato. Gracias, Alfonso, de verdad, es que estaba que necesitaba descansar. Así que, sin tardar demasiado, nos fuimos para casa de Mònica, donde pude comprobar los daños: las uñas de los dedos gordos de los pies, moradas, y la planta del pie izquierdo tenía una ampolla simpática, se me había hecho más grande porque se me había desplazado el apósito que me pusieron. Me duché, me medio recompuse, y tras un té con jengibre, Medina y yo nos marchamos. Yo estaba catatónica, pero feliz.

Ya en casa, me tocó organizar todo, esa noche me costó bastante dormir, y Raúl asegura que ronqué como (y cito textualmente) “un camionero rumano”. Habida cuenta de que me levanté un rato al sofá porque no podía con el calor, a ver si es que durmió con un camionero rumano, y no se dio cuenta...

Días después, me fui drenando la ampolla de la planta del pie, y al final conseguí “limpiar” las uñas. Al menos eso me ayudó bastante a tener algo menos de dolor. Del dolor de patas me recuperé bastante bien (imagino que, a estas alturas, ya tienen memoria), y la espalda me costó un poco más: tengo que recortar los tubitos de los bidones, porque les tenía medio doblados, y al final agachaba la cabeza (error). Las endorfinas en este tipo de retos te suben cosa mala, y la verdad que aún me duran. Había sido un entreno muy duro, mucho más duro de lo que esperaba, pero fundamentalmente, de cabeza: saber lo que me quedaba, saber la longitud de ciertos tramos, me daba tranquilidad, pero también me agotaba mentalmente, sobre todo aquellas bajadas que me costaban (Cap Llauset, Ballibierna, Forqueta). Era un entreno cañero, pero que me había venido bien, sobre todo porque quería entrenar la noche (este año todas las carreras han sido diurnas), y también la cabeza, que para 100 millas se necesita. En las subidas me había encontrado especialmente bien, y lo bueno de la UTMB es que (supuestamente) no es técnica, por lo que las bajadas como las que había tenido, no las iba a ver.

Yo suelo cerrar estas crónicas con una serie de agradecimientos. Cómo no, a mi gente, a mis amigos, conocidos, allegados, que me animan tanto, que me abrazan tanto. A los espontáneos que aplauden con el alma, a mi amiga Rosa, a su hija Sandra, que es un amor, que trotaron emocionadas a mi lado. Eso es gasolina para el cuerpo, eso es pura felicidad. A Jorge Maella, que me mandó un audio que voy a guardar como oro en paño de lo bonito que es y de lo mucho que me emociona. Eres una gran persona, de verdad, y lo conseguirás. A la organización y voluntarios, especialmente a los voluntarios, que da igual la hora, el día, el punto más recóndito, ahí están, hora tras hora, sin perder ni la paciencia, ni la sonrisa, aguantando al pie del cañón. No merecéis más que toda la amabilidad del mundo, de verdad. A mi amigo Alfonso Medina, que me llevó y me trajo de una pieza, que aguantó mis mareos, que me llevó donde hiciese falta: tienes un corazón de oro, y tu compi de la peña Forca anda que no te lo agradece (le ahorraste unas cuantas preocupaciones). A Xavi, mi amigui de carrera, que diría Ana del Molino, por la compañía en una segunda noche que pintaba complicada, porque puede que yo te ayudase algo con lo que recordaba del recorrido, pero en estos casos, la ayuda es siempre mutua. Enhorabuena por haber conseguido cruzar esa línea de meta, ahí el mérito es completamente tuyo. Y por último, quiero dar las gracias de manera especial a Mònica Oró, por muchas cosas, por acogerme, por velar por mí, tienes un corazón también de oro, si algo lamento profundamente es que la vida te arrebatara al amor de tu vida, pero en la medida de lo posible, te daremos toda la calidez que podamos.

Iba a decir que no volvía, aunque no me creeréis. Pero sí que creo que, por el momento, con tres ultras a la espalda del Gran Trail ya he cubierto el cupo en cierto tiempo. Estas carreras tan largas son para repensarlas unas cuantas veces, así que de volver, sería a aquello menos trillado (Tucas, km vertical, las distancias cortas, aunque las sufra más). El valle es precioso, el entorno es precioso, y me encanta volver. Eso sí, si cambian el recorrido, me han liado. Pero me apetece explorar nuevos caminos, nuevas carreras, nuevos horizontes. Cambio de chip, reset al cuerpo y a la mente, ahora me toca coger carrerilla, UTMB me espera. Intentaré disfrutar de esa mítica carrera, el camino hasta aquí ha sido emocionante. Gracias por leerme, por aguantar la chapa, y, sobre todo, gracias por estar al otro lado. Nos vemos por los caminos.

 

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